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Venezuela: descontento ciudadano y represión

Por: SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)

El pasado 12 de febrero, miles de estudiantes se manifestaron en las calles de Caracas. La idea, por supuesto, era exigir un mejor desempeño al presidente Nicolás Maduro, heredero de Hugo Chávez, y hombre fuerte con serias debilidades de gobierno. En efecto, el desabastecimiento de productos, la imparable inflación, la represión de medios y opositores políticos y la explosión de la violencia y el crimen han bastado con la paciencia de muchos venezolanos.

Durante las primeras horas de la jornada del 12 las cosas fueron bien, se cantó el himno venezolano, se llevaron cachuchas estampadas con la bandera de Venezuela y se cantaron arengas en contra del presidente y su gobierno. Pero justo cuando la marcha se acercaba al centro de la ciudad, la violencia se desató entre manifestantes (infiltrados por encapuchados) y la policía, apoyada por civiles armados.

El saldo desencadenó un caos que ya lleva cinco días y que amenaza con llevar a Venezuela a un estado mucho más profundo de conflicto político y social.

Los estudiantes continúan con sus protestas, mientras reciben el apoyo de otra gran parte de la población venezolana y de la oposición al gobierno. Mientras tanto, Maduro vocifera, llama “fascista” a todos los que digan algo en contra suyo, censura medios internacionales y llama a sus partidarios a salir a las calles a contener el avance de los manifestantes. Por otro lado, los gobiernos de la región guardan un expectante pero cobarde silencio, esperando el desenlace.

El mayor problema de Maduro es que una vez un gobernante utiliza la violencia arbitraria contra sus ciudadanos, sobre todo los descontentos, pierde cualquier legitimidad. Y demuestra debilidad. En efecto, la violenta respuesta del régimen venezolano nace del temor de sus dirigentes de perder las prerrogativas que han ganado en 15 años en el poder. La élite chavista no está dispuesta a morir por la revolución, en realidad, su lema es “PDVSA o muerte”.

Otro asunto relevante de todo este episodio es el aumento de la exigencia de cuentas a través de las movilizaciones; las personas han recordado la fuerza que les da unirse y marchar. Los políticos, sobre todo los autoritarios y corruptos, combinan su miedo a perder el poder, con la posibilidad de reprimir estas expresiones.

Son hombres débiles, incapaces de sostenerse por sus propios medios (o renunciar, algo que requiere más valentía que mantenerse), dependientes del poder coactivo del Estado, descienden fácilmente a la represión violenta.

Y hora que la violencia recorre las calles de Venezuela y los descontentos con Maduro han medido su fuerza y tomado impulso, las perspectivas del presidente venezolano de mantenerse en el poder disminuyen con cada nube de gas lacrimógeno, con cada chorro de agua que dispara una tanqueta en contra de sus compatriotas.

Si, Maduro se condenó una vez derramó la sangre de sus propios ciudadanos en sus calles. Esa será su sentencia.

 

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