Viviendo por fuera

Publicado el @viviendoporfuera

El brujo que me dejó sin calzones

Por @karlalarcn

Salí corriendo por la vía que terminaba en la carretera principal. Miraba atormentado hacia un lado y otro mientras solo atinaba a cubrir mis vergüenzas dejando mis manos cubriendo la entrepierna.
De repente, de la casa prefabricada que estaba al lado de la vía, sale una señora a la puerta que grita a su marido mientras intenta taparse los ojos.

—Juvenal, mire a este huevón —dijo ella.

Estaba empeloto en una vía cerca de un río y solo podía pensar cómo salir de allí y como fui tan pendejo para llegar a esto. Tenía la respuesta ¡la desesperación!

**Dos meses antes**

Almorzando una empanada y una gaseosa con un amigo me cuenta de una pitonisa llamada Flor. Una bruja venida de los confines de los llanos orientales que era nueva en mi pueblo y que tenía poderes certificados. Le ayudó a averiguar a su mamá quien era la desvergonzada que se había metido con su marido.

—Marica, la vieja que le digo le ayudo a mi mamá a saber quién era la moza de mi papá. Seguro que lo saca del lío a usted también —dijo él mientras pedía una tercera empanada.

Cabe señalar que jamás había visitado a una bruja, pero estaba desesperado. Nada funcionaba. Mi novia me había dejado por otro, mi familia pasaba por una grave crisis económica y yo era un desempleado más viendo el mundo con ojos de tristeza. Tenía que conseguir la manera de salir adelante pero no sabía cómo.

—Como le digo viejo, después de ayudarnos a saber quién era la moza de mi papá, Flor le hizo un ligue —continuaba mi amigo explicándome.

—Eso fue pura magia contra la vieja esa y se le acabaron los enredos a mi papá —mi amigo untaba la empanada de ají mirándola con rabia, como si tuviera a la concubina de su progenitor entre las manos.

—Hágale y verá que lo saca del atolladero —dijo él.

La verdad es que yo nunca había creído en brujas, pero siempre decía que —como medio mundo— de que las hay, las hay. Al otro día, muy temprano, hacía fila para mi primera consulta con Flor. Si, había fila.

No sé si él que me lee alguna vez ha visitado un sitio de estos, pero en verdad el consultorio de Flor no demeritaba de cualquier otro sitio de adivinamiento. Una casa cualquiera con una puerta de madera vieja, la cual daba acceso a la sala de recepción con unas sillas dispuestas al rededor para acomodo de la clientela. En el centro, una mesa con la efigie de José Gregorio Hernández a la derecha y al lado, una imagen de San Antonio de Padua mirando hacia arriba, como si estuviera contemplando los retazos de madera que intentaban sin éxito adornar el techo.

Después de dos horas de espera, de ver caras saliendo compungidas y otras cuantas de alegría llegó mi turno. Me esculco en los confines de los bolsillos del pantalón para pagar los veinte mil pesos de la consulta. Acto seguido, entró a un cuarto iluminado con una luz roja donde un olor a incienso se hace penetrante y denso. Me siento en la silla y esperó. Dos minutos después llega Flor, una mujer bajita de rasgos indígenas con mirada fija vestida completamente de negro, con un crucifijo en el cuello, un rosario en la mano izquierda y un cigarrillo Piel Roja sin filtro en la derecha.

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo Flor mientras enfocaba la mirada en una baraja española que tenía en la mesa.

—Mire, yo nunca hubiera pensado venir por aquí pero un amigo me recomendó sus servicios —continué argumentando mi visita —me dijo que probablemente usted me pueda ayudar porque no levantó la cabeza -Elegí el comienzo clásico para una visita de este calibre.

—Vamos a mirar las cartas —dijo ella.

Flor empezó a barajar las cartas esparciendo una bocanada de humo del cigarrillo sobre ellas. Mi desespero se funde con mis ansias de escuchar respuestas.

—En esta carta veo a una mujer, ¿Verdad? —dijo ella.

—Pues debe ser mi ex —yo asentí llenándome de odio.

—Hubo problemas entre ustedes, ¿verdad? —dijo Flor mientras una bocanada de humo se estrellaba en mi cara.

Siendo sinceros, yo empezaba a impresionarme con sus dotes de clarividencia. Después de quince minutos ella dio con la solución.

—Mire señor, esa mujer le hizo daño y pensaría yo, que usó magia negra contra usted—Dijo Flor mientras guardaba la baraja de cartas en un cofre de madera.

—¿Que me dice? ¿magia negra? —mi cara de asombro lo decía todo.

—Si ¡y lo quería embarazar!

Al final de la consulta había dejado otros treinta mil pesos que pagué por el incienso y una botella de una pócima de hojas de una planta llamada destrancadera que debería usar cada día bañándome con jabón Rey empezando de arriba hacia abajo.

La semana siguiente, una mañana, aprovechando que nadie estaría en mi casa, empiezo las labores de preparación del conjuro que Flor me había vendido. Para asegurarme el mejor de los resultados, se me ocurrió la mala idea de quemar todo el incienso posible en una olla grande mientras recitaba fervorosamente la “oración” que me dio la bruja. Quemé el incienso en el baño y empiezo a bañarme tal como lo decía la receta.

El destino quiso que mi papá llegara cuando menos lo esperaba.

Mi viejo abre la puerta y sube alarmado al ver humo bajando por las escaleras. Ve que todo el humo sale del baño ante lo cual abre rápidamente la puerta previendo una tragedia. Lo que no preveía era ver el baño infestado de incienso y a su hijo empeloto, diciendo un conjuro, lleno de jabón Rey y con unas ramas por el cuerpo como si fuera un estropajo.

Lo único que pude hacer fue mirar su reacción con los ojos ardiendo por efectos del jabón.

—Joven, ¿que es toda esta pendejada? ¿Se volvió loco? —preguntaba mi papá mientras yo utilizaba la olla del incienso para taparme como Adán en el paraíso.

Pasadas las vergüenzas y las explicaciones, mi papá hace una pregunta que no me esperaba:

—Y qué, ¿será que esa bruja es buena? —Dijo él.

Una semana después papá e hijo visitábamos a la pitonisa. Flor decidió que el mismo tratamiento servía para los dos. De ahí en adelante papá e hijo nos bañábamos con pócimas, jabón Rey y hojas de Ruda en una casa donde el matriarcado ultra católico nos hacía mantener bajo suma reserva nuestro secreto.

Pasaron tres semanas y la destrancadera se acabó, así como el incienso. Mi mamá ya empezaba a sospechar la obstinación de mi papá por comprar el sagrado y bendito olor de las iglesias y la desaparición repentina del jabón Rey. No se veían los resultados y al viejo se le ocurrió un plan.

—Joven, esa bruja no sirvió. Yo no veo que mejore la cosa, pero tengo una solución. —Mi papá ya estaba más entusiasmado que yo.

—Me recomendaron un brujo, se llama o le dicen Siervo —dijo él, —tenemos cita mañana así que invéntese una disculpa para decirle a su mamá.

Don Siervo era nuevo en mi pueblo. Su consultorio esotérico se reducía a un local pequeño donde antes había una tienda de barrio. El orinal esquinero en la sala de espera daba cuenta de su anterior razón social. Ese día de nuestra primera cita, llegue a contar más de treinta personas haciendo fila de todas las condiciones. En frente del local había desde el carro más vistoso y costoso, hasta un Renault 4 con un plástico sirviendo de vidrio. La brujería y adivinación son placeres paganos para todos los estratos.

Dicen que en tiempos de crisis es cuando se disparan las consultas en este tipo de lugares y mi pueblo daba fe de esto. A la mala situación económica se sumaba la falta de oportunidades lo cual daba como resultado que los más católicos se refugiaran en la iglesia, los menos religiosos en las mujeres de vida alegre y el alcohol. Cuando del cielo ni del fondo de una botella ni de los amores a sueldo venia la solución, todos juntos buscábamos un brujo, chamán o adivino para que las respuestas vinieran así fuera del más allá.

Éramos la última consulta del día, así que, al entrar al consultorio Don Siervo tenía una copita desocupada a su lado, manda traer dos más y nos invita un trago de whisky de una botella cuyo contenido iba por la mitad.

—Tómense un traguito que si de algo sirve este trago es para olvidar las penas. Dijo don Siervo.

Aparte de dedicarse a las artes adivinatorias, el señor brujo nos cuenta que se dedica también a sacar guacas y era homeópata, pero sin cartón. Según él, solo le faltó hacer el rural.

Esa noche don Siervo nos dio dos recetas para salir de nuestro problema. El primero era el ritual del coco. Se le hacía un hueco a un coco sacándole el agua y por allí se introducía aguardiente, pimienta, pepas de ají, una petición escrita a mano en pergamino y pólvora negra. Después de una semana se partía el coco y según su estado se sacaban conclusiones. El otro consistía en limpiar la casa con jabón Rey leyendo determinados salmos de la biblia. La consulta, los cocos e ingredientes salieron por más de cien mil pesos. Los tragos de whisky no fueron gratis.

Una semana después, ya en este punto de la historia, mi mamá se dio cuenta del oprobio. Le hicimos creer que el chamán era un respetado homeópata y cura anglicano.

Al comenzar la segunda semana, fuimos al consultorio de don Siervo para que nos diera respuestas del ritual del coco. Por cien mil pesos más supimos que el coco aparte de podrido y mal oliente, no dejaba lugar a la duda. Alguien nos había hecho un encantamiento que requería de las más profundas de las limpias: el baño en un río.

La cita fue al domingo siguiente. Previo pago de cien mil pesos más, don Siervo nos convocó a un río cercano a veinte minutos de mi pueblo. Él mismo busco y rentó un bus para trasladar a más o menos cien personas. El bus estaba repleto como un Transmilenio de almas en pena queriendo solucionar su vida así fuera, regalándole el alma al diablo.

Eran las siete de la mañana cuando llegamos al río. Había una bruma espesa típica de la sabana, de esas que congela hasta el más valiente. Don Siervo nos divide en hombres que estaríamos con él y mujeres que irían con una señora que lo ayudaba en el rito muy cerca de donde se encontraban los hombres.

Todos deberíamos dejar nuestras pertenencias a un lado del río y lanzarnos en calzones al agua hasta quedar sumergidos más allá de la cintura mirando en posición contraria de donde se encontraba don Siervo o la señora que le colaboraba. Después empezarían las oraciones biblia en mano y cada persona debería bañarse con jabón Rey y botar sus prendas íntimas al río.

En cierto momento, miro a mi alrededor y veo a más de 60 hombres, todos muertos de frío por el agua helada. Mi papá a mi lado me mira de arriba abajo y lanza una frase que fue como una premonición:

—¡Ojalá no nos estén viendo la cara de huevones!

En plena oración a Santa Marta patrona de los imposibles y ya en plena desnudez, la voz de don Siervo queda interrumpida por otra más gruesa que nos habla en tono desobligante:

—Partida de huevones, todos se quedan dónde están o le doy piso al que sea y le meto un tiro en la cabeza a éste cucho. —Decía un tipo con pasamontañas acompañado de otros dos con pistolas en mano apuntando directamente a la cabeza de don Siervo.

—¿Que me mira pendejo? —dice el jefe de la banda dirigiéndole la palabra a un señor de avanzada edad. —Cierre los ojos y voltee la jeta.

Ninguno de los que estábamos en el río se nos ocurrió movernos, nadie osó en contradecir al ladrón. Ni siquiera intentamos voltear a mirar. Entreabriendo el ojo derecho podía ver a mi papá con la barriga azul, llena de burbujas de jabón Rey, con las manos arriba tiritando de miedo y de frío al igual que yo.

—No se muevan por favor, yo les aviso. Recuerden que mi vida está en juego. —Decía don Siervo con voz temblorosa. —Yo les digo cuando se vaya, ¡recen mientras tanto por favor!

Nunca podré decir cuánto tiempo pasó, pero unos minutos después don Siervo nos comunicaba que podíamos salir del río, que el ladrón y sus cómplices se habían dado a la fuga en una moto.

—Se lo dije, nos vieron la cara de huevones —Decía mi papá, pero antes que pensar en lo que perdimos en el robo mi papá tenía algo más urgente, —¿Y ahora que mierdas le decimos a su mamá como para llegarle con el culo al aire?

Yo y otras tres personas fuimos los únicos capaces de salir desnudos a pedir auxilio al camino que llevaba a la vía principal. El señor Juvenal, el que salió a la calle después que su esposa le diera aviso que había un huevón en la calle fue el único que nos ayudó llamando a la policía.

—Mire señor agente, acaba de haber un robo acá en la vereda. Acaban de robar a unas cien personas que estaban haciendo brujería en el río. —Decía don Juvenal mientras la policía le preguntaba más sin dar crédito de lo sucedido.

—Y traigan algo para taparlos porque están desnudos y hay hasta señoras por ahí.

Una hora después llegaba la policía ayudando a sacar a los demás de los matorrales ofreciéndoles bolsas de basura grandes para que las usaran a especie de taparrabo. Así fuimos conducidos a la estación de policía más cercana donde hecho el recuento fueron ochenta y seis personas asaltadas con pérdidas de billeteras, celulares y demás objetos de valor como joyas o relojes. Las señoras más distinguidas lloraban más su vergüenza de verse con una bolsa de basura sirviendo de enagua que los objetos que perdieron. Don Siervo debió recibir ayuda al sentir dolores de pecho.

—Lo he visto hacer pendejadas en la vida, ¿pero esto? que se lo perdone dios en el santísimo sacramento de la confesión. —Fue lo único que pronunció mi mamá tirándole la ropa a mi papá por el piso.

—¿Y usted? Usted es el diablo en persona —me decía mi mamá mientras miraba al cielo pidiéndole explicaciones.

Después de los hechos, la policía hizo una corta investigación. Se tomaron las denuncias respectivas y se encontraron río abajo la ropa interior de casi todos sin que nadie tuviera el valor de reclamarla.

En el pueblo se corrió la voz de lo ocurrido haciéndose apuestas sobre quienes serían los robados que pasaríamos a ser llamados “los sin calzones”. Nadie podía asegurar a ciencia cierta quienes eran los implicados, pero se aseguraba que la esposa del señor alcalde, así como algún socio del Club Social se encontraban entre los asaltados.

En mi casa, mi mamá prohibió que se hablara del tema. Mi papá tuvo que confesarse y dos meses más tarde mi mamá lo perdono bajo juramento de no volver a poner un pie donde un adivino ni mucho menos hacerme caso en cuanta pendejada se me ocurriera. No se volvió a preparar ningún alimento con coco para evitar las consabidas burlas.

De don Siervo se supo que quedó vinculado a la investigación y cerrada la misma tomó rumbo desconocido, seguramente a otro pueblo a ofrecer sus servicios. Después de unos meses se corrió el rumor que habían detenido al brujo de “los sin calzones” y sus secuaces en un pueblo de tierra caliente. De acuerdo a las chismosas del pueblo, a alias “Siervo” se le incautaron celulares, billeteras, joyas y dinero en efectivo las cuales pasaron a disposición de las autoridades. Hasta la fecha, no se sabe de alguna persona del pueblo que haya reclamado algo por miedo al escarnio público.

Por mi parte, todas mis penurias continuaron. La última vez que vi a mi exnovia fue en un aguacero cuando la camioneta último modelo de su nuevo novio me dio un baño lastimero con el agua de un hueco. Tampoco conseguí trabajo. Jamás volví a regalarle la plata a un brujo y aprendí a fuerza de vivir la vida que uno mismo crea su destino día a día. Mi “destrancadera” estaba a miles de kilómetros de allí.

De mi pueblo diré que después de este sonado caso, un vendedor de lociones buen mozo hizo de las suyas con cuanta mujer casada se lo permitió, el diablo hizo presencia en una discoteca, un extraterrestre embarazó a una quinceañera, se construyeron pirámides y otra vez el diablo —según mi mamá— fue el causante que señoritos amanerados de dudosa procedencia empezaran a llenar de peluquerías ése remanso de mojigatería pudorosa. Pero todos esos sucesos son cuentos para otra historia.

Twitter: @karlalarcn

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