Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Yo no río con Río 2016

Es grandioso, se dan cita los más increíbles atletas del mundo, se prepara un despliegue que sobrepasa las posibilidades económicas del país anfitrión y cada clausura es la constatación de que los próximos juegos olímpicos serán más magnánimos, más increíbles, más espectaculares…

Pero, qué hay detrás de tanta grandilocuencia? Cuál es la razón que mueve a la humanidad a tener la necesidad de celebrar unas contiendas con tintes pírricos en su preparación?

Tal vez la obsesión por la grandeza que tiene nuestra pobre y colmada naturaleza humana.

Los JJOO de Rio 2016 dejaron un sin sabor elemental, del cual no ha podido liberarse fácilmente la opinión pública. Pasa por el ridículo de los atletas insultándose entre sí y llega hasta la tozudez de un público intransigente, fanático e insultante. Por eso, yo no río con Rio 2016.

Los ejemplos abundan. Lo hecho en redes sociales con la nadadora rusa Yúliya Yefímova a quien la insultaron atletas y contrincantes, quienes, como Phelps, por ejemplo, habían pasado por una situación parecida: la seguidilla de dopaje, sanción y juegos olímpicos. Por otra parte, la difamación de la “orina violeta” del Chino Sun Yang, acusado por su contrincante francés, Camille Lacourt, de quien se podría suponer que, por tamaña descripción, conoce muy bien las reacciones del dopaje en el cuerpo.
Los anteriores ejemplos son de atletas con medallas vigentes, pero bastante queda por decir sobre atletas que perdieron sus preseas por sospechosos comportamientos insultantes, dos ejemplos: el gesto del egipcio El Shehaby, al no darle la mano a su contrincante de yudo, a pesar de haber sido vencido; y la nadadora Aurélie Muller, quien hunde a su contrincante italiana en el momento de la llegada, todo para ganar la medalla de plata.

Avezado cerebro de los superatletas que piensan en ser invencibles a costa de hacer lo indeseable para ganar. Eso no da risa.
Pero además de todo ello, hay otro desastre por reseñar: la actitud del público brasileño.
Si bien es cierto que existe alguna malicia propia de las barras para sacar su equipo adelante, y que todo ello viene de una moda difundida por el mundo gracias al fútbol, ello no significa que puedan ocurrir eventos como, en el salto de garrocha, con el francés Renaud Lavillenie, quien no solamente fue abucheado dos veces, sino que, en su último salto, perdió la concentración por culpa de un público altanero, provocador, fanático. Otro desplante con el mismo pecado, pero esta vez hacia otro doliente, ocurrió con el presidente interino de Brasil, en la inauguración, cuando no le dejaron dar su discurso de bienvenida.
Todos estos ejemplos parecen preconizar la frase “perro come a perro”, porque el pueblo y los atletas no solo tienen un delirio de grandeza, sino que pretenden dictaminar la incertidumbre: es una araña que se atrapa a sí misma en su red, y a mí, las arañas no me hacen reír.

No será que detrás de todo hay un miedo profundo por aceptar cuán débiles somos? No son esta suma de hechos la evidencia de que nos da pavor reconocer lo frágil de nuestra existencia?

Desde esta perspectiva, la naturaleza humana está en tensión con la naturaleza de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, pues ellos se celebraban en un santuario, en honor a un dios (Zeus), y además, detenían los conflictos entre las ciudades para incentivar el encuentro, la paz, la fraternidad, y la postergación de las hostilidades.
Los siglos, los derechos televisivos, las leyes deportivas, la publicidad… en fin, el mundo moderno, ha desfigurado los JJOO, y hoy queda de ellos una mueca que, francamente, no da risa.

 

Yo no río con Rio 2016
Es grandioso, se dan cita los más increíbles atletas del mundo, se prepara un despliegue que sobrepasa las posibilidades económicas del país anfitrión y cada clausura es la constatación de que los próximos juegos olímpicos serán más magnánimos, más increíbles, más espectaculares…
Pero, qué hay detrás de tanta grandilocuencia? Cuál es la razón que mueve a la humanidad a tener la necesidad de celebrar unas contiendas con tintes pírricos en su preparación?
Tal vez la obsesión por la grandeza que tiene nuestra pobre y colmada naturaleza humana.
Los JJOO de Rio 2016 dejaron un sin sabor elemental, del cual no ha podido liberarse fácilmente la opinión pública. Pasa por el ridículo de los atletas insultándose entre sí y llega hasta la tozudez de un público intransigente, fanático e insultante. Por eso, yo no río con Rio 2016.
Los ejemplos abundan. Lo hecho en redes sociales con la nadadora rusa Yúliya Yefímova a quien la insultaron atletas y contrincantes, quienes, como Phelps, por ejemplo, habían pasado por una situación parecida: la seguidilla de dopaje, sanción y juegos olímpicos. Por otra parte, la difamación de la “orina violeta” del Chino Sun Yang, acusado por su contrincante francés, Camille Lacourt, de quien se podría suponer que, por tamaña descripción, conoce muy bien las reacciones del dopaje en el cuerpo.
Los anteriores ejemplos son de atletas con medallas vigentes, pero bastante queda por decir sobre atletas que perdieron sus preseas por sospechosos comportamientos insultantes, dos ejemplos: el gesto del egipcio El Shehaby, al no darle la mano a su contrincante de yudo, a pesar de haber sido vencido; y la nadadora Aurélie Muller, quien hunde a su contrincante italiana en el momento de la llegada, todo para ganar la medalla de plata.
Avezado cerebro de los superatletas que piensan en ser invencibles a costa de hacer lo indeseable para ganar. Eso no da risa.
Pero además de todo ello, hay otro desastre por reseñar: la actitud del público brasileño.
Si bien es cierto que existe alguna malicia propia de las barras para sacar su equipo adelante, y que todo ello viene de una moda difundida por el mundo gracias al fútbol, ello no significa que puedan ocurrir eventos como, en el salto de garrocha, con el francés Renaud Lavillenie, quien no solamente fue abucheado dos veces, sino que, en su último salto, perdió la concentración por culpa de un público altanero, provocador, fanático. Otro desplante con el mismo pecado, pero esta vez hacia otro doliente, ocurrió con el presidente interino de Brasil, en la inauguración, cuando no le dejaron dar su discurso de bienvenida.
Todos estos ejemplos parecen preconizar la frase “perro come a perro”, porque el pueblo y los atletas no solo tienen un delirio de grandeza, sino que pretenden dictaminar la incertidumbre: es una araña que se atrapa a sí misma en su red, y a mí, las arañas no me hacen reír.
No será que detrás de todo hay un miedo profundo por aceptar cuán débiles somos? No son esta suma de hechos la evidencia de que nos da pavor reconocer lo frágil de nuestra existencia?
Desde esta perspectiva, la naturaleza humana está en tensión con la naturaleza de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, pues ellos se celebraban en un santuario, en honor a un dios (Zeus), y además, detenían los conflictos entre las ciudades para incentivar el encuentro, la paz, la fraternidad, y la postergación de las hostilidades.
Los siglos, los derechos televisivos, las leyes deportivas, la publicidad… en fin, el mundo moderno, ha desfigurado los JJOO, y hoy queda de ellos una mueca que, francamente, no da risa.

Yo no río con Rio 2016
Es grandioso, se dan cita los más increíbles atletas del mundo, se prepara un despliegue que sobrepasa las posibilidades económicas del país anfitrión y cada clausura es la constatación de que los próximos juegos olímpicos serán más magnánimos, más increíbles, más espectaculares…
Pero, qué hay detrás de tanta grandilocuencia? Cuál es la razón que mueve a la humanidad a tener la necesidad de celebrar unas contiendas con tintes pírricos en su preparación?
Tal vez la obsesión por la grandeza que tiene nuestra pobre y colmada naturaleza humana.
Los JJOO de Rio 2016 dejaron un sin sabor elemental, del cual no ha podido liberarse fácilmente la opinión pública. Pasa por el ridículo de los atletas insultándose entre sí y llega hasta la tozudez de un público intransigente, fanático e insultante. Por eso, yo no río con Rio 2016.
Los ejemplos abundan. Lo hecho en redes sociales con la nadadora rusa Yúliya Yefímova a quien la insultaron atletas y contrincantes, quienes, como Phelps, por ejemplo, habían pasado por una situación parecida: la seguidilla de dopaje, sanción y juegos olímpicos. Por otra parte, la difamación de la “orina violeta” del Chino Sun Yang, acusado por su contrincante francés, Camille Lacourt, de quien se podría suponer que, por tamaña descripción, conoce muy bien las reacciones del dopaje en el cuerpo.
Los anteriores ejemplos son de atletas con medallas vigentes, pero bastante queda por decir sobre atletas que perdieron sus preseas por sospechosos comportamientos insultantes, dos ejemplos: el gesto del egipcio El Shehaby, al no darle la mano a su contrincante de yudo, a pesar de haber sido vencido; y la nadadora Aurélie Muller, quien hunde a su contrincante italiana en el momento de la llegada, todo para ganar la medalla de plata.
Avezado cerebro de los superatletas que piensan en ser invencibles a costa de hacer lo indeseable para ganar. Eso no da risa.
Pero además de todo ello, hay otro desastre por reseñar: la actitud del público brasileño.
Si bien es cierto que existe alguna malicia propia de las barras para sacar su equipo adelante, y que todo ello viene de una moda difundida por el mundo gracias al fútbol, ello no significa que puedan ocurrir eventos como, en el salto de garrocha, con el francés Renaud Lavillenie, quien no solamente fue abucheado dos veces, sino que, en su último salto, perdió la concentración por culpa de un público altanero, provocador, fanático. Otro desplante con el mismo pecado, pero esta vez hacia otro doliente, ocurrió con el presidente interino de Brasil, en la inauguración, cuando no le dejaron dar su discurso de bienvenida.
Todos estos ejemplos parecen preconizar la frase “perro come a perro”, porque el pueblo y los atletas no solo tienen un delirio de grandeza, sino que pretenden dictaminar la incertidumbre: es una araña que se atrapa a sí misma en su red, y a mí, las arañas no me hacen reír.
No será que detrás de todo hay un miedo profundo por aceptar cuán débiles somos? No son esta suma de hechos la evidencia de que nos da pavor reconocer lo frágil de nuestra existencia?
Desde esta perspectiva, la naturaleza humana está en tensión con la naturaleza de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, pues ellos se celebraban en un santuario, en honor a un dios (Zeus), y además, detenían los conflictos entre las ciudades para incentivar el encuentro, la paz, la fraternidad, y la postergación de las hostilidades.
Los siglos, los derechos televisivos, las leyes deportivas, la publicidad… en fin, el mundo moderno, ha desfigurado los JJOO, y hoy queda de ellos una mueca que, francamente, no da risa.

@exaudiocerros – [email protected]

 

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