Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

El problema no es con Uber

Las leyes, el tiempo y la anquilosadas personalidades conservadoras impiden el camino del desarrollo, utilizando eufemismos y falsas conciencias. Tal pareciera ser el caso de la polémica desatada por la implementación de la plataforma Uber en la ciudad de Bogotá.

Y es que el panorama recuerda las veces en que un abuelo recalcitrante pelea con un nieto revolucionario, ninguno de los dos comprenden los significados del otro, y entre improperios y actos violentos, se termina la discusión.

Esta vez, el lado recalcitrante recae en los taxistas y los organismos distritales de movilidad (Ministerio de Transporte y Policía de Transporte), pues el actuar amparado en las leyes que rigen el tránsito significa, después de haber visto una catástrofe, el decir «…aquí no pasa nada…«. Porque si las leyes están tan bien constituidas ¿por qué existe el caos de la movilidad? ¿qué hace de la ciudad en las horas pico un muladar de desespero para quienes quieren movilizarse? La respuesta está en lo obsoleto del sistema, en lo troglodita de las leyes, en la anacrónica visión de quienes creen que cambiar significa el diablo, y en los viejos encallados monopolios constituidos sempiternamente.

Declarar ilegal una plataforma como la de Uber significa estar solamente del lado de las prohibiciones inútiles, es como si un profesor, en pleno siglo XXI, prohibiera el uso de la aplicación de la RAE y obligara a sus estudiantes a buscar los significados en el tradicional diccionario de papel. A todas y amplias luces, una imposición inútil, pues si bien es bueno visitar el diccionario tradicional (empaparse de su olor, acariciar sus páginas, tomarse el tiempo para decantar las palabras), es mucho más diligente hacerlo a través de la aplicación, sumándole todas las ventajas interactivas que ello tiene (buscador de palabras, auto corrector, acceso a nuevas ediciones, etc..). Hoy en día, el limpia, fija y da esplendor, de la tradicional organización española,  está en sintonía con las transformaciones del mundo contemporáneo.

Entonces, vedar Uber es estar del lado de las prohibiciones inútiles, las cuales pretenden detener el desarrollo con el falso argumento de que lo constituido es la solución: ceguera mental, disfunción de inteligencia con sesgo arbitrario, giro de espaldas al futuro.

Las leyes actuales están mal constituidas pues la movilidad es un caos, los antiguos sistemas de transporte son monopolios que no ofrecen garantías ni respaldo a sus trabajadores, quienes trabajan en condiciones casi inhumanas y con altos índices de insatisfacción (personal, educativa, económica). Por otra parte, los pasajeros, en su mayoría inconformes, han sido blanco de irrespetos, actitudes violentas, despropósitos que ponen en peligro su vida, en una palabra, víctimas de un gremio que cree tener un poder absoluto e intocable. Y todo lo anterior se hace en nombre de la ley: cumpliendo la ley, el caos prospera; paradoja de una sociedad descompuesta.

Para los taxistas, la legalidad seguramente será cobrar tarifas exorbitantes en carreras cortas, o inundar la ciudad de conductores con muy bajo nivel de educación, en carros en mal estado, las más de la veces sucios, y maltratados por una forma de manejar atravesada, riesgosa, con inminencia de accidente, cazando peleas en cualquier esquina y sometiendo al pasajero a niveles cercanos al vértigo. Para los taxistas, también, la legalidad significa hacer carreras para donde ellos van, volviendo un servicio privado en público, y hasta tomando costumbres como las de llenar los carros de pasajeros y cobrarles una tarifa a cada uno, ello sin mencionar las numerosas ocasiones en las que pedirles hacer escala es un insulto o un factor para duplicar el costo. Y por último, la muy sonada bellaquería inventada por la cotidianidad tercermundista, el sentirse ofendido por pagar con un billete de 50 mil pesos.

Dentro de ese parámetro de legalidad, lo único por inferir es que, durante muchos años, el gremio de los taxistas es un monopolio corrupto, lleno de prácticas indeseables, con un nivel de calidad humana bajo cero y con altísimos índices de irrespeto, grosería, gañanería y tozudez.

La libertad de los clientes no puede impedirse, el uso de la red, desde su naturaleza universal, no puede regularse según las perspectivas de un gremio… Netflix no ha sido demandado por cadenas de televisión, Youtube no ha recibido agresiones verbales o físicas de los músicos, Mercadolibre no ha sido amenazado por cadenas de supermercados… todo lo contrario, las cadenas de televisión hoy tienen un lugar en el negocio virtual, los artistas tienen un canal personal en YouTube, los supermercados han creado facilidades de compra en la red… es decir, se reinventaron, sin miedo, sin violencia, con la conciencia de que el mundo cambia y los negocios también.

La injusticia con los taxistas reside en las leyes que los amparan, su pelea no debe ser contra una idea que revolucionó la manera de prestar el servicio, su pelea debe ser contra las ridículas leyes y los estúpidos y descarados monopolios que ostentan su organización.

Por su puesto, Uber debe pagar impuestos, ya lo enseñó el modelo de Ciudad de México, pero no puede detenerse el desarrollo por un puñado de torpes costumbres que celebran la ignorancia, el maltrato, la grosería, y en algunos casos lamentables, la delincuencia.

Uber

@exaudiocerros

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