Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Antieditorial en blanco para las víctimas

La violencia es inútil, sobre todo en Colombia, cuando la monumentalidad del argumento de Nietzsche, en su Gaya Ciencia, sobre la necesidad de las catástrofes para preservar la vida, no funciona. Las últimas medidas tomadas por el actual presidente de la república, después del atentado, no pueden considerarse como un acto para preservar la vida.

Es una falacia decir que el proceso de paz fue el culpable del atentado; además, el ADN de los colombianos que no se sienten a gusto con la politización de la masacre, no es una entidad a la que se le responde con odio o con rabia; esa materia que muchos colombianos construimos es una idea nacida en el corazón de los que han sentido la violencia de cerca y a las ideas se les refuta o se les critica, pero no se les victimiza.

Pedir, en un acto de irrespeto diplomático profundo, la entrega de los dirigentes del ELN que se encuentran en Cuba, no es un acto tendiente a preservar la vida, es poner el músculo poderoso estatal al servicio de varios egos políticos que quieren hacerse ver como los salvadores, como los de la mano dura, como los que en 24 horas resuelven el misterio y capturan a los culpables (a sabiendas de que hay conjeturas aún no resueltas), y como quienes, ante una situación compleja y delicada, solamente tienen que ofrecer lo que los ignorantes proporcionan: bala, mentira, intimidación, injusticia.

Es la perpetuación de la violencia por la perpetuación de la violencia.

Y ojalá fuera lo anterior un ataque de la izquierda amañada o del centroizquierda resentido por haber perdido las elecciones, pero no es así, las noticias nos dicen que el estado es negligente (al hacer ruedas de presa sin contenido novedoso o pronunciar falacias como “no hay protocolos que amparen el terrorismo”), que su pie de fuerza, con el rostro de jóvenes cadetes, comete errores imperdonables (el carro bomba se paseó durante 42 segundos por la Escuela sin que nadie lo detuviera), que la fiscalía no se hace las preguntas adecuadas (¿por qué José Rojas quiso inmolarse?), y que nuestro pueblo vuelve folclor mordaz la benevolencia (el falso llamado a donar sangre el día del atentado y el revanchismo en titulares como “estudiantes cambian su marcha por donar sangre”).

Muy ridícula, Colombia, con este esperpento de tres días de angustia, muy fuerte el miedo que sienten todos los actores en mención al reaccionar tan emotivamente, sin tener un espacio para la calma, la reflexión y la justa medida de las cosas; tenemos a un presidente que se muestra duro, pero en verdad le tiemblan las piernas; a un fiscal desesperado por recobrar su legitimidad a toda costa; y a una Policía aturdida, revistiendo tarde sus protocolos de seguridad.

En Colombia, los actos de barbarie no generan preservación de la vida, influyen y perpetúan la cadena de la muerte, si no lo creen, pregúntenle a los familiares de los líderes sociales asesinados este enero.

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