Ni los infortunados moribundos usuarios ocasionales de las ambulancias en Colombia se escapan de las prácticas inhumanas y homicidas de nuestro sistema de salud, un decálogo que transformó el servicio médico en negocio y al paciente en mercancía. El chiste de las ambulancias se cuenta solo; cada vez son más frecuentes las carreras urbanas de estos automotores de la salud por el rescate preferente de víctimas de accidentes de tránsito, motivados por bonificaciones en efectivo que reciben los pilotos por el traslado de pacientes Soat a los centros de atención.
Vaya suerte la de los pacientes no amparados por el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito SOAT, es decir, los heridos de bala o arma blanca, infartados y enfermos que demandan traslados entre instituciones públicas, entre un sinfín. Con éstos el tratamiento no es prioritario, ni secundario, ni terciario; para significar que casi nunca llegan; más rápido acude la carroza fúnebre, claro, porque es bien paga.
La carrera mortal de los bólidos blancos inicia cuando del otro lado del radio se escucha la solicitud del servicio de ambulancia, justo instante donde el piloto valora si la víctima es rentable, es decir, que se trate de un accidente amparado por el SOAT. Se enciende entonces el ulular de las sirenas y empieza la violación a las normas de tránsito y la congestión vehicular, válgame entonces la cantidad de ambulancias que llegan al tiempo dando inicio a la otra batalla, la de la disputa del herido. Sí, como extractado de la historia de Macondo, enfermeros y conductores forcejean por las extremidades a los pacientes, pues al final de la jornada sólo el poseedor de éste cobrará la recompensa; situación tan deplorable como la de los carismáticos asesores exequiales que promocionan sus planes funerarios en el interior de los hospitales y puertas de quirófanos.
Como si no fuera suficiente el desprecio con el que éstos mercenarios de la salud al volante asisten a los pacientes, se viene otro capítulo, el del forzoso traslado de la víctima a la clínica donde el piloto cobrará su recompensa, lugar que pocas veces coincide con lo apremiante de la atención y menos con el tráfico de las principales ciudades del país, constituyéndose otra modalidad del denominado “Paseo de la muerte”.
Culpar únicamente el gremio de los transportadores de asistencia médica es un prejuicio a medias, la mafia de la salud en Colombia es monumental y es la consecuencia del afán clientelista y tirano donde el dinero vale más que la vida y la dignidad humana, de allí que se le niegue a un paciente el derecho de traslado a la clínica más cercana o el suministro de una ambulancia no obstante a que su urgencia sea o no próxima a las bondades que oferta el SOAT. Como corolario, siempre aconsejo ante alguna crisis que amerite traslado en ambulancia, decir (aunque mienta) que se trata de un accidente de tránsito y sus probabilidades de asistencia aumentarán.
Aunque no es muy común que se castigue en Colombia, la omisión al deber de socorro está reglamentada en el Código Penal, esta consiste en la ocurrencia de un delito cuando no se presta auxilio a una persona cuya vida o salud se encuentra en grave peligro, y la pena es de dos años y medios de prisión. Recordemos que Colombia es un país rico en normas, pobre en aplicación y débil en sanción.
De otra parte, entre otros hechos falaces asociados a la problemática de las ambulancias, encontramos el uso de sirenas cuando no se transportan pacientes, es de caracterizar algunos hechos conocidos por el país, donde a manera de taxis colectivos, ambulancias han sido sorprendidas prestando el servicio de transporte expreso. De igual forma alguna que circulan sin el Soat, ni revisión técnica; y más grave aún, que no cuentan con los profesionales requeridos por la norma para la atención oportuna de los pacientes, tales como: enfermero (a), paramédico y un médico; lo que aumenta los riesgos en la vida de los pacientes movilizados.
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