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Publicado el Alberto Donadio

El Vargas que quiso ser Lleras

Este artículo fue escrito por el periodista del Huila Marcos Fabián Herrera, autor del libro de entrevistas El Coloquio Insolente y de Los Dialogantes, de próxima publicación:

El Vargas que quiso ser Lleras

 

Por Marcos Fabián Herrera

 

Las virtudes de los ancestros no siempre se heredan en la descendencia.

La genealogía se remonta a don José Félix de Restrepo.  El seminario mayor de Popayán, hoy Universidad del Cauca,  presenció como este hombre nacido en Envigado, con las armas de la razón y los conceptos de la ciencia, luchaba por librar del oscurantismo a las mentes de quienes escuchaban sus magistrales sesiones.  A él debemos  que febriles discípulos, que luego fueron  próceres, se hayan contagiado de la ilustración para después emprender la cruzada libertadora.  Francisco Antonio Zea, Camilo Torres y Francisco José de Caldas, fueron algunos de ellos. Don Félix, con sus ideas abrevadas en las fuentes del enciclopedismo francés, encendió la chispa emancipatoria en la escolástica Popayán.

De don Félix, desciende Carlos Lleras Restrepo, tercer presidente del frente nacional y padre de Clemencia Lleras de la Fuente.  Casada con el abogado Germán Vargas Espinosa, ésta última,  fue una mujer portadora de los atributos endémicos de las familias de la aristocracia santafereña.  Amante de la perfección en la vestimenta y la pulcritud estética, conjugaba en sus decorados las florituras francesas con la elegancia propia del estilo inglés. Los tres retoños resultantes de este matrimonio fueron José Antonio, Enrique y Germán Vargas Lleras. Tres esquejes dispuestos a anular la distinción y la clase, la sindéresis y el decoro, con el fin de satisfacer sus tres irrefrenables pasiones: el dinero, los toros y el poder.

Quien hoy reparte coscorrones como feudal a sus vasallos, no heredó el rigor y la seriedad en los propósitos  de su abuela Cecilia de la Fuente de Lleras, gestora del ICBF y del  concepto de paternidad responsable en la republiqueta de hijos bastardos y padres irresponsables.  Quienes lo han visto comer en privado, comentan que gusta en blandir sus molares e incisivos  cuando sus fauces dan la primera señal de hambre en las correrías por provincias y veredas. Lo que indica que también fue refractario a las lecciones de buena mesa y cocina de su madrasta Ana Gómez de Vargas. Don Germán padre, por su aversión a la soledad, contrajo segundas nupcias con la autora de los recetarios y tratados de gastronomía más famosos en  Bogotá. Doña Anita, solícita en la preparación de la mesa, no advirtió el descuido del hijastro en la etiqueta requerida para el buen comer.

 No lo toleró la señora María Beatriz Umaña Sierra, primera esposa del iracundo, quien endosó el pesado encargo a la distinguida dama Luz María Zapata, sucesora en las tareas maritales, y quien por su experiencia al frente del gremio de las  licoreras, le habrá resultado fácil lidiar las explosiones de ira de su indómito cónyuge. Sin resultado tangible de los periodos de desintoxicación vividos en las playas del mediterráneo, sólo en El Salitre, la ancestral hacienda de Bojacá,  que su prosapia detenta desde los tiempos de la Colonia,  al recibir las admoniciones de tías, hermanos y adláteres,  hace catarsis mientras calcula los votos que el pueblo habrá de tributarle a punta de empellones y coscorrones. Los mismos que desde párvulo repartía en los salones del poder, a los que asistía de la mano de su abuelo Carlos, quien  lo subía a la mesa del consejo de ministros y le reclamaba aplausos para enseñarle que la genuflexión sería una norma de conducta en sus servidores. Esos vítores y halagos le inflamaron el ego para el resto de la vida.

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