Una mente variante

Publicado el una mente variante

La clave está en la sensibilidad

¡Ups! Acabas de leer la palabra rosada, la que es sólo de mujeres, la que da pena, la que está más relacionada con las emociones que con el mismo acto de ser perceptivo y adaptativo frente a la vida sin oponer resistencia, la que nos permite ver que hay aprendizaje en todo, la que nos muestra que la vida si tiene grises.

Hablar sobre la sensibilidad implica que nos liberemos de cargas sociales como “ser sensibles es de maricas”, “ser sensible es ser llorón o sentimental” “alguien sensible es débil” y otras similares; implica que nos atrevamos a ir más allá de las definiciones y nos traigamos al momento presente, que podamos vivir en el ahora sin juicios, permitiéndonos ser.

Ser sensible es estar abierto a comprender que somos energía; que nuestros roles, condiciones y estilos de vida responden a construcciones sociales y culturales más que a lo que no vemos, porque en esencia somos lo mismo.

Ser sensible es entender que somos parte de un todo en el que tenemos una responsabilidad con respecto a nosotros mismos y con lo que nos conecta a otros, que tenemos la capacidad de construír y de destruír, de acompañar o de abandonar; y que entre los extremos que conocemos en la vida, hay mucho camino de por medio y muchas decisiones tomadas que se reflejan en la realidad en la que vivimos.

Ser sensible para atreverse a cambiar, para no llevarse a ser disruptivo

La sensibilidad es nuestro vínculo con lo que vinimos a experimentar en este momento, es nuestro lenguaje común con lo que es y con lo que somos; es clave para entender que estamos conectados con todo lo que nos rodea, porque no sólo nos da la mayor cantidad de información posible sobre lo que vivimos, sino que nos hace partícipes de lo que nos rodea (conexiones con personas, ideas, trabajos, estilos de vida, hobbies, etc).
Ser sensible más que hablar de sentimentalismos y emociones, es tener los sentidos bien despiertos (escuchar, ver y sentir a plenitud) sabiendo que se percibe lo que se puede procesar y lo que está en conexión directa con el aprendizaje que necesitamos integrar, es por esto que muchos de nosotros somos más sensibles a ciertas realidades que otros: algunos se conectan con la pobreza, otros con la impotencia, otros más con la rabia, algunos se enganchan con la política o con los deportes, hay personas que comprenden más la realidad de los animales, otros la realidad de los niños, y así aplica para cada uno de una manera diferente.

No existe el cambio si realmente no estamos conectados con nuestra experiencia sensible, no podemos reconocer que algo está evolucionando en la medida en la que no tengamos conciencia de lo que estamos manifestando con ese “reordenamiento” que generamos al querer cambiar. No existe el cambio porque al no haber apertura ni lenguaje común (sensibilidad), sólo hay algo que dejó de ser y algo nuevo que uno no sabe ni por qué llegó, sólo cosas “que nos pasan” sin tener muy claro qué se puede aprender de todo esto.

Nos “tocó” ser disruptivos*, porque pese a que en nosotros está la idea de que las cosas son de otra manera, de que estamos cansados de estar frenados o ausentes de nuestra propia vida, y de que reconocemos como importantes algunas áreas más que otras; al estar en corto circuito con la sensibilidad no sabemos cómo materializar eso que creemos que debe ser diferente.

Conectar “a la brava” con la sensibilidad es no reconocer nuestro lugar en el entorno en el que nos encontramos, es intentar crear desde cero algo nuevo (que probablemente ya está hecho) manteniéndonos en eternos inicios sin llegar a aprendizajes claros (y bien dicen por ahí que lo que no se aprende se repite hasta que sea prueba superada).

No es necesario ser disruptivo en la medida en la que reconocemos que eso que debe cambiar no debe estar marcado por la polaridad (cambiamos no para dejar algo malo y vivir algo bueno, sino porque estamos dejando algo que no queremos que se repita y nos abrimos a algo nuevo de una manera responsable asumiendo la responsabilidad que trae), que el cambio se hace de pequeños pasos consistentes, que no estamos solos y que todo lo que hacemos está anclado no sólo al bienestar propio sino al equilibrio de lo que nos rodea.

Podemos cambiar si conectamos con lo que somos y comprendemos que lo que vivimos es sólo un estado que podemos transformar, cuando le bajamos la resistencia a lo que vivimos a diario y nos abrimos a comprender que al ser sensibles estamos no sólo accediendo a nuestra información sino a la de los demás seres con los que conectamos, que podemos desarrollar empatía y comprender el lugar del otro más fácilmente, que hasta los negocios mejorarían porque le bajaríamos a la terquedad, al orgullo, a la prepotencia, a la poca flexibilidad y a todas esas cosas que generan separación entre personas.

Encontremos en la sensibilidad filtro por el que procesamos la vida y permitámonos fluir sin generar quiebres dolorosos o aprendizajes inconclusos, veamos que al bajarle a la resistencia al sentir podemos estar más presentes en cada uno de nuestros roles, sin sentir que perdemos, sin repetirnos y sin controlar los resultados de todo lo que ponemos en marcha.

Despertar la sensibilidad es un proceso de toda la vida, así que en la medida en la que demos pasos pequeños para su descubrimiento estamos generando el cambio que pedimos en otros, el cambio que necesitamos y creamos la vida que merecemos. No nos llevemos a ser disruptivos, permitámonos abrirnos a una experiencia sensible en la que cada día tenga un momento para sentirnos “pertenecientes” y presentes.

No somos un producto terminado (ni pretendemos serlo), somos la versión del día de hoy (de este preciso instante) decidiendo con las herramientas que tenemos, bajo las condiciones que hemos creado por las decisiones que tomamos antes; somos el resultado de un cambio (sea este evidente o no) y es la sensibilidad la que nos permite adaptarnos.
No nos demos tanto palo, ni nos llevemos a aprender con dolor, concentremos nuestra energía en prestarnos atención y en percibir con apertura y sin juicios, todo lo que nos rodea.

 

*Encuentra la entrada anterior en: Una mente variante «Nos tocó ser disruptivos»

Comentarios