Umpalá

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Praga 2/3 Servicio social de Día del profesor

Quiso Dios que el día en el que por fin fui a la tumba de Kafka fuera el día del profesor, o del maestro. No sé que vino primero. En el colegio era el día en que los profesores se llenaban de lápices y pisapapeles y a lo mejor corbatas y chocolates. ¿Se celebra todavía el día del profesor o entre tantos días dedicados a oficios sin importancia como el del publicista y el del tatuador la tradición se ha ido perdiendo? Fui profesor durante dos años. Al principio mientras conseguía un trabajo de ingeniero y luego porque me quedó gustando. Ingeniero nunca fui y la gente que me conoce sabe que preguntarme por mi época de profesor es saber que yo contesto “Es el mejor trabajo que he tenido y tendré” y comienzo a hablar maravillas de mis alumnos de un cierto Instituto Caldas. Ahí puedo durar horas.

Dicho esto, el 15 de mayo no era el día del alumno sino del profesor. Pensaba en eso en el metro rumbo al cementerio. Intentaba una lista de los profesores a los que quisiera agradecer, se alargaba y se alargaba, mientras en la lista de los que no quisiera agradecer había apenas uno, que de puro miedo a que un adolescente de 16 años le discutiera su autoridad no hizo sino joderme en el último año de Bachillerato. Habría querido encontrarlo alguna vez para preguntarle por qué. Otro día me encontré en la calle en Bogotá a un cierto capellán de mi colegio que también me la tenía montada. No hubiera ninguna posibilidad de que me recordara aunque eramos tocayos. No había sido importante para él. Él sí para mí porque como me obligaba a entrar a misa haciendo que mis mañanas de miércoles fueran mañanas de miércoles.

Escribiendo esto he recordado a otro, uno de religión, me dijo que si yo no creía en Dios yo estaba por debajo de un perro, que yo no tenía alma.

Amén.

Pero mi servicio social es por los otros, por los de la lista larga y sobre todo por varios de la lista larga a quienes he tardado en darles las gracias. Porque mi gurú en literatura Hernando Motato sabe todo lo que el debo, y creo mi gurú en ingenieria Óscar Gualdrón, aunque yo nunca haya ejercido, lo imagina. A algunos de los otros un par de veces he buscado en Facebook y otros recovecos de Internet a ver si, quién quita, doy con ellos. No he podido, o doy con homónimos o las páginas me sugieren futbolistas y cantantes.

¿Y si todo mundo está tan conectado como dicen?

A lo mejor algún lector pueda decirle a Juan Francisco Jiménez, alías “Sprite”, que si no fuera por él y su terapia de choque para curarme una timidez crónica, nunca habría podido hablarle a desconocidos (y es hablándole a desconocidos que yo me gano la vida), que si no fuera por él yo hubiera pasado toda la vida en la esquina menos notoria de todos los salones.

O un conocido de Fernando Santos, profesor de Electrónica en el Colegio Patria en los noventa tenga la gentileza de decirle que no se me ha olvidado que V=IR pero sobre todo que aún recuerdo la lectura de “Un mundo feliz” que nos impuso en su clase y que me hizo entender que, ingeniero o lo que fuera, yo iba a seguir leyendo.

Ojalá alguien tenga razón de Marcial Reyes o Clodomiro Silva Pinto, que fueron mis modelos cuando tuve que ser profesor de literatura y que me gustaría que supieran que luego de pasar por sus clases seguí leyendo, que yo sé que puede que no me recuerden, pero que la gratitud es inmensa de mi parte.

¿Qué tiene que ver Kafka en todo esto?

Dos días antes, o el día antes, aquí el tiempo me ha pasado de una manera rara, recibí un correo en el que me preguntaban cómo me había ido en la tumba de Kafka. Me había ido mal, porque estaba cerrada, pero la persona que me escribía, me preguntaba si le había hablado de cómo hice leer sus historias a mis alumnos.

Temprano en la mañana en el nuevo cementerio judío de Praga, cuando pude por fin entrar, se lo dije. Tenía en la cabeza también una copia de La metamorfosis editada por Seix Barral, que estaba en la biblioteca de mi madre, o sea de mi casa, y que fue el segundo libro de literatura de verdad que leí en a vida después de uno de Poe y la cantidad de relatos menos conocidos del señor K, que el director del taller del taller Umpalá, Hernando Motato, nos había puesto frente a los ojos. Entonces vine a entender que, entre tantas cosas por las que puedo dar gracias a la vida (música de Mercedes Sosa) está el hecho, no el hecho, el honor humilde, de haber podido ser uno de los muchos puentes por el que los libros de ese señor que tenía enfrente pasarían una generación.

Pura epifanía, de pie frente al prisma que había visto días antes a través de la reja, terminé por pensar, por entender, esa misión de los profesores de ser los pasantes de libros. De literatura, claro, pero también de matemáticas, de filosofía y de historia, de cálculo y de tratamiento digital de señales.

Una labor por la que en casi todos los países del mundo se le paga mal y en todos los países del mundo se paga poco.

No soy tan ingenuo como para creer que todas estas cosas que escribo van a sobrevivirme (que me habría gustado, claro, pero qué le vamos a hacer) pero espero que de mí quede , que al menos como pasante lo haya hecho tan bien como los que vinieron antes, los que a mí me pasaron los libros. Vuelvan por favor a mirar sus nombres, si saben de ellos, díganles que gracias de mi parte.

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