¿Y si el bienestar de los artistas no fuera sino una excusa?
I
Es 30 de enero y estoy esperando que llegue el cartero. En general no estoy impaciente (y siempre llama dos veces) pero hoy debe venir con el nuevo álbum de Leonard Cohen. Lo compré en Internet, una belleza de edición doble en compacto y vinilo. No he perdido el placer de esos últimos segundos de espera cuando se cierra la bandeja del CD o cuando cae la aguja y hace crshcrhshhhhh… Por esa misma razón compré el Chinese Democracy de los Guns cuando salió luego de cincuenta años de espera y envidio a un amigo que se ganó en una revista una edición de lujo en cuatro discos del Dark Side of the Moon.
Es decir que aún gasto dinero en música, como en otra época, me tiraba toda la plata de la lonchera en CDs. En ese entonces era capaz de comprar el Big Ones de Aerosmith en monedas de cien (un vendedor en Villas de Granada es testigo) porque el objeto era hermoso, uno miraba el revés y veía, maravillado, el arco iris. Además traía las letras, que a diferencia de las de la revista “Cante en Inglés” eran de verdad. Ahora la música se ha desmaterializado; pero Cohen es Cohen y compraré con seguridad el próximo álbum de Tom Waits y el siguiente de Pearl Jam.
Ni en los noventa ni ahora los he comprado por falta de alternativas. Ni en los noventa ni ahora pago por toda la la música que escucho. Ni en los noventa ni ahora habría podido. Mi mamá no me daba tanto dinero en lonchera y el vendedor de Villas de Granada no me recibiría tanto en monedas.
Así que por los cinco grandes (Metallica, Nirvana, Pearl Jam, Guns y Aerosmith) se hacía el deber que en los años siguientes se haría por Beatles, Doors, Janis y luego por Cohen y Dylan. Los álbumes de La Pestilencia, en cambio, no existían más que en casetes grabados y como no tenía para el bus para ir hasta la 19 a comprar los de Sepultura, los copiaba de alguien, en general de Gloria Gallego o de Alex Caro. Había también bandas que tenían dos canciones y como nadie iba a comprar los álbumes de Four Non Blondes o Spin Doctors (grave error en el primer caso) uno esperaba que la pasaran en Radioactiva, rezaba porque el locutor no metiera una cuña en la mitad y luego espichaba REC y PLAY.
Yo marcaba mis compilaciones, ToyoT Megamix I, II, III y así. Creo que llegué hasta ToyoT Megamix LX. Las cintas incluían cosas como “La Macarena”, “La Cabra” de los Farm López y “Recorriendo a Venezuela” del Binomio. “Informer” de Snow y unos temitas house como “Mr. Vain” y “No Limits”.
El principio era simple, uno pagaba mucho por la música que le gustaba, menos por la que le gustaba menos y nada por la que le gustaba poquito.
Sobre todo, uno pagaba nada por la música por la que no pagaría.
II
No es justo decir que todos los que trabajan en la industria del disco unos tiburones hambrientos de dinero que explotan a sus artistas. A managers como Brian Epstein y Andrew Loog Oldham les debemos haber sabido de los Beatles y los Stones; a Elektra, de The Doors y Metallica y a Geffen , de Sonic Youth, Nirvana y los Guns; pero conviene decir que a la tan denunciada tendencia de los internautas a querer todo gratis, se corresponde una reorganización del negocio de la música desde arriba, que ha hecho que muchas disqueras independientes fueran absorbidas (o devoradas) por grandes grupos de medios que no orientan sus estrategias a favor de la calidad de la música sino de los beneficios financieros. Por eso cuando les llegó la “piratería”, prefirieron dejar de buscar nuevos talentos y pagar menos a los que ya habían reclutado. Fue en ese contexto que los rebeldes de Metallica escogieron su campo y lograron el cierre de Napster.
Metallica es una banda de gigantes que hizo fama y fortuna con los vinilos, los CDs y las disqueras; como The Cure. Uno llega a entender la acción legal de los primeros y el post de Robert Smith, vocalista de los segundos, en el que, sin nombrarla, atacaba a Amanda Palmer, la cantante de Dresden Dolls por andar promoviendo la música gratuita.
Lo que hace Palmer no es eso, pero quedémonos con los que afirman que su música no se escucha porque no se vende y que no se vende por culpa de la piratería en Internet. Si U2 o Madonna podrían decir que perdieron compradores, sigan ganando y mucho, hay quienes no venden porque son mediocres o les falta originalidad o todas las dos anteriores. En los noventa no existían ni el MP3 ni el peer2peer y la gente no compraba los álbumes de tropipop de segunda línea ni de baladas de actores convertidos en cantantes porque no valían la pena, porque bastaba con escucharlos en la radio, porque la gente que sabe de música y estaba dispuesta a pagar prefería gastar su dinero en otros discos o porque después de un primer álbum, ni siquiera en las radios más comerciales pasaban sus canciones.
En abril del 2011 se lanzó un video para promover la Ley Lleras, ni Shakira ni Carlos Vives ni Diomedes ni Andrea Echeverry estaban allí, no porque no crean que su trabajo no es valorado, sino porque saben que lo es, que si las leyes contra las descargas de música en Internet se aprobaran y el formato MP3 desapareciera para siempre, la gente iría a comprar los discos del Joe o los de Aterciopelados y no los de Lucas Arnau o Mauricio Palo de Agua.
El 1 de octubre del 2007, Radiohead lanzó su álbum In Rainbows directamente en Internet; el precio lo ponía el cliente. El comentario de Thom Yorke a la revista Time fue que su disquera EMI, ya no era como el EMI de los viejos tiempos y que sentiría un placer perverso si pudiera decir “Que se joda ese decadente modelo de negocios”. Cerca de un millón de personas descargaron el álbum pagando 4 libras esterlinas en promedio. Las boletas de sus giras se siguen agotando en minutos. Al año siguiente, Trent Reznor regaló en su sitio oficial el álbum The Slip bajo la licencia CreativeCommons que permite que la música sea re-copiada y re-utilizada por quien le parezca desde que se cite el autor original. Dos millones de descargas. Reznor aún no se ha empobrecido.
Esto no quiere decir que todos los intentos hayan funcionado, el cantante Mano Solo, a quien la música francesa debe las mejores letras de los años noventa, fue uno de los primeros en decidir que se podía hacer música por fuera del engranaje de las grandes disqueras. Para su álbum In The Garden del 2007, pidió a sus seguidores financiación en forma de bonos de pre-compra: quien participaba con una donación durante la producción y grabación, recibiría una copia del disco cuando estuviera terminado.
El proyecto fue un fracaso y Mano Solo, que moriría en el 2010. no ocultó su amargura y su arrepentimiento de haberse retirado de la Warner.
III
En el 2009, Amanda Palmer, la que se ganó la vaciada de Robert Smith, estaba tan aburrida de los lazos contractuales que la disquera Roadrunner, propiedad de la Warner, se negaba a dejarle cortar, que escribió y lanzó en Internet una canción titulada «Please Drop Me», en la que pedía su libertad no tanto a gritos como con frases como “Estoy harta de mamar la verga corporativa”.
Fue tanto el escándalo y los correos de sus seguidores, que la compañía terminó por anular su contrato. De regreso a la vida independiente, Palmer toca donde quiere, incluyendo plazas públicas y varios “occupy”, graba lo que quiere y lo sube en la red y vende sus álbumes en su propio sitio. Por Map of Tasmania, su más reciente trabajo, usted puede pagar desde 1 dólar si está en la inmunda hasta 1000 si tiene vocación de mecenas. Con una carrera que empezó en los últimos años de la otra época como Palmer, Pete Doherty, cantante de The Libertines y The Babyshambles y ahora solista, sube con frecuencia a la red versiones a medio trabajar. En una ocasión salió a la puerta del edificio donde grababa y regaló a los que pasaban decenas de cds con archivos y canciones, algunas listas, otras apenas ensayadas.
Si los artistas se las ingenian para no perder vigencia y no morirse de hambre es porque están históricamente acostumbrados. La prioridad de las disqueras, sobre todo de las grandes disqueras, nunca ha sido su bienestar. La primera razón de las leyes “contra la piratería” no es promover la creatividad o dar un mejor nivel de vida a los artistases, como dice la canción de Prisioneros que tengo aquí en MP3, es que «quieren dinero».
Por supuesto no es lo mismo perseguir al internauta que baja música que ni siquiera escucha y por la que no pagaría que a quien roba las cintas de un álbum sin terminar, graba una película en una función antes de su lanzamiento o negocia los archivos ajenos para lucrarse. Lo que pasó con Megauplod (que debería llamarse Megadownload, que para eso servía más que todo) está a medio camino. Kim Dotcom era tal vez un avivato ostentoso al que uno no quisiera tener de amigo, pero su negocio era una plataforma para compartir contenidos y aunque la mayoría de esos contenidos fueran obras protegidas por derechos de autor, legalmente va a ser difícil probar que la culpa era suya. La mayoría de los casetes vírgenes se usaban para grabar música (los periodistas usaban los pequeñitos que duraban más), pero nadie pensó en cerrar Sony y Aiwa (o sus versiones sanandresito Sunny y Iowa), por poner al servicio de los cassettenautas un medio destinado a compartir música que, como decía en la letra pequeñita de las caratulas de los CDs estaba destinada al uso particular.
La prueba de las razones monetarias es que, imposible de contener, el fenómeno de la circulación de música en formato electrónico, ha producido plataformas legales, como Deezer y Spotify que no le gustan a las multinacionales de la música porque les hacen perder dinero, pero a las que han terminado por asociarse porque algún dinero puede salir por ese lado.
No hablo de las películas porque siempre que intento ver una en mi computador me duermo, pero recordemos que Jean-Luc Godard, maestro y revoltoso a la vez, ha colaborado con los gastos legales de un internauta condenado a una multa por descargar películas.
A mí me gusta pagar la música de los grandes maestros porque los reverencio; la de los grupos independientes porque es difícil encontrarla por ahí, pero también porque creo que se lo merecen, porque pagan con eso los próximos discos y la próxima cerveza, porque con frecuencia venden la música en su propio sitio Internet; pero todos esos grupos los he conocido en MP3 piratas o en Youtube y muchas veces he descargado álbumes antes de comprarlos oficialmente. Mi principio de pagar por la música por la que, por diferentes razones, habría pagado cuando el MP3 no existía, me parece cómodo. Eso sí, no se lo impongo a nadie
Y sobre todo no puedo estar de acuerdo con iniciativas legales que tras el argumento de proteger a los artistas esconden razones más oscuras. La primera, lo dijimos, el dinero, no el de los recibos de los servicios públicos del cantante sino el de las utilidades de los grandes grupos económicos a los que pertenecene las industrias de medios a las que pertenecen las disqueras.
Y esa es la más noble y la menos peligrosa.
De la segunda gran razón digamos que al establecimiento le preocupa menos que Bono y Lady Gaga se mueran de hambre a que una red tan poderosa como Internet se le salga de las manos. Por eso con tres grandes argumentos, la lucha contra el terrorismo , la protección de la infancia, y ahora la lucha contra la piratería, medidas como las articuladas alrededor de los proyectos PIPA, SOPA y ACTA y en su momento nuestra Ley Lleras, buscan devolverle el control de Internet a los estados. Lo que preocupa a las autoridades no es el internauta que baja una o muchas canciones como hacía años la habría grabado de la radio, sino el que escarba en Wikileaks o es consciente que, aunque se haya exagerado al respecto, las redes sociales jugaron un papel en las revoluciones de la Primavera Árabe y se siente con ganas de repetirlo en una democracia occidental. La música es lo de menos, la posibilidad de vigilar y controlar los contenidos que circulan en Internet es un sueño que haría relamerse al Gran Hermano.
Los dejo porque timbran, puede ser el cartero con mi vinilo de Cohen o el FBI/MPLA/IRA/PIPA/HADOPI o Germán Vargas Lleras, dispuestos a arrestarme porque en los dorados noventa grabé mucho de Radioactiva y a veces les presté mis casetes a mis amigos para que los copiaran también.
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