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Follar: la libertad que asusta

Juro – pero a nadie le importa- que no imaginé este texto como una conmemoración de este día, que la idea me daba vueltas desde que me llegó por primera vez el enlace a una columna titulada “La Esclavitud de Follar”, que la sicóloga chilena Constanza Michelson Martínez publicó en febrero del año pasado en la revista The Clinic y que es una nueva versión de su texto “La esclavitud del revolcón” publicado por primera vez en el 2012

Este:

 

La esclavitud de follar

 

 Con semejante título no sorprende que el texto logre destacarse entre tantos artículos con “títulos anzuelo” que circulan en las redes sociales. Lo que sorprende, más bien, lo que decepciona, es que haya tal cantidad de personas que parezcan estar de acuerdo con semejante antología de ideas retrógradas y clichés sobre la sexualidad y el feminismo. Como si la liberación sexual, que permitió que por primera vez en venticinco siglos las mujeres fueran vistas como seres autónomos con derechos sobre su cuerpo y su placer, hubiera sido un error porque, la idea no podría ser más machista,  son incapaces de manejas su libertad.

Para desarrollar sus argumentos, Michelson Martínez se sube con gusto en una corriente que insiste, por ignorancia o por pereza intelectual, en presentar el feminismo como la versión femenina del machismo, cuando en realidad, desde los planteamientos de Mary Wollstonecraft hasta las acciones de las Femen, ha sido una lucha contra las injusticias derivadas de una sociedad patriarcal. Es cierto, el término correcto habría sido « antimachismo », así se evitaría la confusión entre quienes no tienen el tiempo o las herramientas racionales para saber que un concepto va más allá del término que lo designa, pero resulta que el feminismo como término existió antes que el machismo y fue el que permitió su definición. ¿Con plastilina? el feminismo se opone al patriarcado; como consecuencia aparece el machismo que se opone al feminismo. Por eso decir que el feminismo es un machismo femenino es (tan tonto) como decir que el antiracismo es un racismo contra los blancos. Una inexactitud no siempre malintencionada pero siempre peligrosa porque deslegitima la lucha por la equidad de las mujeres.

“¿En qué momento las mujeres tomamos esa consigna de feminismo peuco y nos convencimos de estar disponibles al follón sin pedir nada a cambio?” pregunta la autora en sus primeas líneas. Yo no sé que es ‘peuco’. Yo sé que en un marco de igualdad y libertad en el sexo no se “pide” a cambio. Lo contrario es la prostitución, en sus formas más suaves o más escabrosas. “Los hombres históricamente han estado dispuestos a pagar un costo por acceder a una mujer, con una cita, con palabras de amor, en el extremo con dinero” insiste Michelson Martínez. Claro, pero esos son los ‘machos’ que luego esperan que la mujer les pertenezca, los que aún creen que “el hombre propone y la mujer dispone”, que el sexo es algo que se da en lugar de compartirse, un medio de comercio, en el que la mujer ofrece su cuerpo al hombre a cambio de amor, de atención o de protección.

“Es como haberle pedido al mismo empleador que nos tenía con contrato fijo, una boleta de honorarios” prosigue la psicóloga. Dice que no quiere caer en nostalgias reaccionarias, pero nos da , parafraseándolo, el viejo y vulgar consejo con el que las madres daban a sus hijas “quién va a querer la vaca cuando tiene la leche”.

A la autora le aterra que follar sea bueno para la salud y se queja de que se piense que “alguien que no tiene sexo -por que no puede, o no quiere- estaría enfermo”. Así insinúa que para evitar ese presión sobre las mujeres que no tienen sexo, sería preferible regresar al estado anterior, en el que las que eran consideradas enfermas (y encerradas y relegadas de la sociedad) eran las mujeres que desafiaban su papel exclusivo de reproductoras y tenían sexo por placer.

Claro que el sexo es bueno para la salud, desde que sea entre dos personas en condición de igualdad, esa igualdad que ella echa por tierra al sugerir que follar es “fálico”. A mí se me ocurre que es igualmente vúlvico, que las mujeres son seres sexuales, que tienen el derecho de multiplicar sus amantes sin que eso implique la sanción social a la que llama un texto que insinúa que el sexo, el sexo libre, el sexo fuera del marco social establecido, es decir el de la dominación masculina, “trivializa el cuerpo” y “atenta contra las posibilidades de un encuentro: la amistad, la ternura, la solidaridad, al menos una fraternidad política con el otro”.

Habría que explicarle que al contrario, que el sexo refuerza y multiplica esas posibilidades, pero sería inútil intentar discutirlo con alguien que piensa que las mujeres aún deben modelar sus cuerpos “de acuerdo al fetichismo masculino” y que apoya su argumento diciendo “ quién no se ha sacado fotos de pedacitos de sus presas para exhibirlas en las redes sociales.”
Para la sicóloga, la mujer que muestra lo hace para complacer a los hombres. No le cabe en la cabeza a la que pueda hacerlo para ella misma. Porque sí. Porque se le dio la gana. Tantos años de lucha para que las mujeres puedan vivir el sexo como les de la gana para que ahora esta iluminada venga a decir que deben recibir algo más que el placer en condiciones de consenso. El sexo es eso, placer compartido, del que puede o no, nacer una complicidad, que puede o no ser el fruto de una complicidad (de esposos, de amigos, de poliamorosos, de desconocidos que se gustan) pero para el que no hay otro requisito que las ganas, el deseo mutuo.

“Para que esto no parezca– que seguro ya lo parece- un lamento conservador o un gemido de mina histérica, hay que entender que a veces la libertad prometida no es más que una nueva domesticación” dice la autora. La verdad es que sí suena retrógado. Muy retrógado. De la reacción pura.

Y no olvidemos que usa la palabra “presas”

En estas semanas se ha hablado mucho de la libertad de expresión, a la que le ponen el pero cobarde. Con la libertad sexual es lo mismo. Con todas las libertades, con la Libertad, en general. A veces tengo ganas de decir que esa gente que ante la libertad de asusta y pide que no le den de a mucha porque puede caer en el libertinaje, no la merece. Pero sí, todos merecen la libertad. Todas merecen la libertad y la vida no debería ser otra cosa que su búsqueda y su celebración. Libertad para follar o para no, aunque al envolver el sexo en una historia de amor de cuento de hadas como condición, y no como una de las miles de consecuencias posibles, no saben lo que se pierden.

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