Umpalá

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El torero y la joven ciclista

Nunca conocí a Erika . A pesar de eso , Bucaramanga llama, éramos amigos en Facebook y teníamos algunas decenas de amigos en común. Fue así como me enteré de su muerte. Tenía 26 años.  La golpeó un Transmilenio cuando trataba de esquivar un bus de la Universidad Manuela Beltrán estacionado en el lugar por el que debían pasar las bicicletas.

Ese mismo día, o el anterior, o el siguiente, un torero de nombre Saúl Jiménez Fortes recibió una doble cornada en el cuello en la Plaza de Las Ventas. Las fotos son impresionantes.

Cuando empecé a leer la historia de la joven ciclista me hizo pensar en varios amigos que a pesar de la peligrosidad de las calles bogotanas y de un clima impredecible como pocos, han escogido transportarse en bicicleta. Fue leyendo los detalles que me enteré que la chica, además, venía de Bucaramanga para trabajar en la capital, como lo habían hecho tantos conocidos y luego supe que teníamos muchos amigos en común que, en medio del dolor, hablaban de sus crespos, del metal y el reggae y la salsa, de que ella era la pura alegría.

No quiero recurrir a Erika como un símbolo de quienes defienden la bicicleta como un medio de transporte alternativo que debería ser mayoritario, ni a la cornada que recibió Jiménez Fortes como una imagen icónica para los antitaturinos. En el primer caso por respeto a la tristeza ; en el segundo porque lo mejor es olvidar su nombre. De todas maneras  las dos causas terminarán por ganar y quienes hoy defienden el auto particular como rey de la ciudad y la fiesta brava como una tradición nos parecerán de aquí a veinte años tan ridículos como los que hace un tiempo se oponían al derecho de las mujeres a la propiedad privada o de los negros a asistir a la escuela.

Lo que quiero decir es que si hace una semana me hubieran preguntado si todas las vidas valen lo mismo yo habría dicho que sí, pero habría sido una respuesta automática, una de esas cosas que hay que decir. Ahora pienso lo contrario, que no tengo ni la sabiduría cobarde ni la tranquilidad de consciencia necesaria para que todas las vidas valgan lo mismo  No creo que se puedan poner en la misma balanza un indígena que armado con un bastón ritual defiende la poca tierra que le queda a su comunidad y la del policía que armado y con armadura le dispara sin ni siquiera ponerse a pensar qué intereses está defendiendo.  Me duele más la muerte de un maestro que la de un soldado, la del que tira una piedra contra un tanque, que la del que dispara una ráfaga contra una multitud desarmada. La de un inmigrante que se ahoga en el Mediterráneo que la de un político neonazi austriaco que se mata manejando borracho.

No todas las muertes pueden entristecerme como me entristecieron las muertes de Carlos Pizarro o de Carlos Gaviria; no me entristecieron la de Álvaro Gómez Hurtado ni la de Margaret Thatcher ni la de Juan Pablo II.

Tampoco creo que nunca sintiera tristeza por la muerte de un torturador, una categoría que me gusta amplía para que allí quepan  Julio César Turbay y los soldados americanos de Abu Gharib y un montón de agentes del F2 y el B2 y Pinochet y los toreros.

Erika murió en el borde de la calle.  La atención médica  a Jiménez Fortes fue rápida y de la mejor calidad. El portal especializado Aplausos.es lo entrevistó en el hospital donde dijo que esperaba volver a torear pronto. Jiménez Fortes no se arrepiente “Esa misma tarde, con el primer toro viví sensaciones muy bonitas » llegó a decir.

La tauromaquia no puede justificarse sin esa cierta arrogancia que atribuye a los hombres el papel de reyes de la creación. Como si esta vaina hubiera podido ser creada por alguien, un cínico que no fue capaz de mover su dedo para que el torero muriera en la arena y la chica ciclista llegara tranquila a casa y entre las dos noticias otra relación que el hecho de que aparecieran una seguida de la otra en mi timeline.

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