Tareas no hechas

Publicado el tareasnohechas

El hombre de la bolsa de plástico

¿A dónde habrá llegado el distinguido señor de la bolsa de plástico enredada en el zapato? ¿Qué hará en este instante? Llevo varios días pensando en él. En ellos.

Lo vi (los vi) por primera y única vez la semana pasada. Caminábamos mi amigo Javier Naranjo y yo por la avenida Pueyrredón, el miércoles a las seis y treinta de la tarde, embebidos en la conversación de dos que hace mucho no se ven y recién se encuentran, cuando apareció aquel hombre en la esquina de Corrientes. Alto, canoso; una cara hecha de líneas firmes, como si lo hubieran acabado de dibujar; ojos negros, como pepas, mirando con fijeza y mansedumbre; un denso abrigo de tela pesada, encima de un chaleco oscuro cruzado por una leontina; zapatos (o por lo menos un zapato), de cuero negro, reluciente.

Caminaba con calma y determinación, tomado de la mano de una mujer delgada y erguida, de boca pequeña y pelo violeta. Se movían como si hubiera alfombras a su paso y como si estuvieran acostumbrados a ellas. Las figuras rectas, los ademanes precisos y el ritmo pausado con que avanzaban en medio del despelote de las siete de la noche en plena Avenida Pueyrredón, les infundía una catadura de otro mundo, un aire ajeno al ajetreo de la hora pico del Buenos Aires de mayo del año 2012.

Desde el primer momento hubiera afirmado que se trataba de forasteros cósmicos si ese universo etéreo no permaneciera atado a las calles concretas por una bolsa de plástico con el letrero: “Supermercado Coto: Yo te conozco”, adherida al pie derecho del hombre. Al principio solo percibí un leve manchón sobre la imagen majestuosa pero a medida que se acercaban, la prolongación artificial adquirió la materialidad informe de un plástico enredado en el pie. Algo irritante. Supuse (deseé), que la excrecencia se desprendería en dos o tres pasos, al contacto con el piso. Pero la pareja siguió avanzando sin inmutarse. Majestuosos, casi hieráticos, arrastraban su apéndice de polietileno. Entonces pensé (anhelé), que el hombre se detendría y pisaría el plástico con el otro pie para luego dar el paso liberador. No lo hizo. Contuve mi impulso de correr a su lado y pisar la bolsa. Siguieron plácidos, embebidos en su charla, indiferentes incluso a la evidencia sonora que dejaba el rastrillar del plástico sobre el asfalto. Así pasaron a mi lado. Los vi seguir hasta perderse entre la muchedumbre afanosa.

Así deben ir caminando en este instante por quién sabe qué sector de la ciudad, absortos, inmateriales, condenados a deambular por las calles de esta época hasta responder por actos cometidos sobre este presente durante tiempos pasados. Comprendí su condición de viajeros de tiempos simultáneos, pero no se lo dije a Javier para no asustarlo. Sé que solo cuando hayan expiado las faltas consumadas en tiempos pretéritos sobre nuestra actualidad, les será arrancada la bolsa de supermercados Coto (Yo te conozco), que sobrellevan con ese estoicismo maquillado de indiferencia.

Solo en ese momento estarán libres para continuar con su destino de trotamundos y trotatiempos. Como tantos seres anónimos, que pasan diariamente a nuestro lado sin que nos percatemos de su presencia simultánea en cinco o diez o más calles de cinco o diez o más épocas distintas.

Comentarios