Solteras DeBotas

Publicado el Solteras DeBotas

El amor en perspectiva

Chica triste

Bloguera Invitada: Erika Viviana Ángel

Tal como ocurría cada mañana, ese día olvidé las sabias palabras que mi mamá me decía antes de irse a dormir: no tome tanto café, también puede preparar Milo. Mientras revolvía con la cucharita la mezcla de crema láctea, café descafeinado y edulcorante ―cosas que solo pasan en la casa de un diabético―, recordé la conversación de dos horas y media que había tenido la noche anterior y siguiendo el patrón de la última semana, mi cuerpo respondió con lo único que le infundía un poquito de paz. Las lágrimas cayeron sin que yo hiciera nada por evitarlo y poco a poco fueron cubriendo el vacío.

Volví a pensar en mi mamá. «Eso llorando no le alimenta» me decía cada vez que me veía en estados similares sentada en el comedor, inconsolable, porque yo nunca he sabido cómo ni cuándo se debe reprimir un sentimiento. A veces eran las calificaciones, a veces sencillamente la frustración, siempre le ha causado un gran impacto verme llorar y al parecer yo he empezado a hacerlo como deporte extremo o como dieta y ella tampoco sabe exactamente cómo manejarlo.

Pero ese día desayunaba sola así que no tenía que dar explicaciones ni contar la historia si no quería. Sin embargo, eso no hacía que ésta desapareciera o fuera menos difícil de lo que ya era. Con la misma ansiedad de quien ve como la corriente se lo va llevando sin saber nadar, la realidad aterrizaba en mi cabeza como un huésped molesto que llega para quedarse y que abre la alacena abusivamente, se come la comida y nos desprende bruscamente de las fantasías que hemos venido tejiendo con hilos de promesas condescendientes.

Si fuéramos una pareja normal de novios juveniles y ansiosos por devorar la víspera, si fuéramos un par de enamorados inquietos por confesarnos lo mucho que nos gusta estar juntos o por enumerar quince veces las cualidades que el uno vio en el otro, o si por lo menos fuéramos un par de extraños sin compromiso tratando de coordinar un encuentro casual sin consecuencias, una llamada de más de dos horas tendría todo el sentido y las cosas serían mucho más fáciles y menos propensas a convertirse en un desvarío.

Pero somos nosotros, dos ciudadanos del aire ―como dice una gran amiga— que jugamos a converger a pesar de que nos hemos equivocado tanto y sobretodo nos hemos postergado tanto, que acabamos por olvidarnos a punta de fragmentos y notas al aire que no aclaran ni concretan nada, pero que al final han hecho que se pierda el sentido de lo que hemos planeado para los dos. Nuestros intentos se diluyen y ahora que vemos una incipiente luz al final de nuestro túnel imaginario, ya no estoy segura de que eso sea lo que realmente buscamos en medio de tanta promesa fracturada. Nos queremos, y con eso debería bastar, pero muchas veces eso solo es parte de la utopía propia de los amores inconclusos que se siembran en jardines de obstinación y angustia.

Mujer al telefono

Hablamos de muchas cosas. Lo sentí tan preocupado sobre cómo me sentía después de nuestro encuentro, que por un momento dejé las libélulas aletear por el lugar y me imaginé un paraíso en el que, al contrario de lo que pensé por un tiempo, yo de verdad le importaba. Pero los aleteos fueron amainando y la escena se fue oscureciendo cuando se pusieron todas las cartas sobre la mesa y me preguntó varias veces cuánto estaba dispuesta a esperar. Dentro de mí, la voz infantil de alguien que parecía estar saltando en un trampolín me gritaba por siempres mientras que el estridente sonido de los miedos y la conciencia apabullaban su intención, generando un efecto anulatorio que no me permitió articular palabra.

Me acostumbré tanto a pensar en él como un victimario frío, práctico, cínico y despreocupado que la vida se me hizo fácil fantaseando con la tusa, el duelo, la despedida y mi facilidad para auto-compadecerme sin detenerme a pensar que su proceso interior podría ser tanto o más complicado que el mío y que él, a diferencia de mí, sí ve el amor en perspectiva porque sus necesidades —similares por supuesto a las mías―, se plantan en un pavimento firme con argumentos razonables que no descartan el romance, las ganas, las emociones y la proyección de una vida al lado de alguien con quien se siente feliz, a gusto y en equilibrio.

La vocecita de niña en mi interior comenzaba a sonar desesperada y triste como una nena que quiere llamar la atención de su mamá halándole la ropa. Era yo, siempre he sido yo la respuesta a todas esas inquietudes y el soporte de esos argumentos pero no encontraba cómo exponerlo espontáneamente sin que sonara a súplica o me traicionaran las ganas y menos si no tenía idea de cómo íbamos a resolver el minúsculo asunto de los miles de kilómetros que nos separan. Los papeles se cambiaron y de un momento a otro era yo quien comenzaba a lastimarlo y a poner peso en su espalda solo porque, de la manera más egoísta, me concentré en mí y en los efectos colaterales que su presencia/ausencia generan en mi vida sin preocuparme por el huracán que él lleva dentro.

Después de pensar mucho cómo podría resolver el asunto sin caer en el cliché ni creer verdades absolutas, resolví que no teniendo más en las manos debía escribir para explicarle que para mí, poner el amor en perspectiva era saber que un sencillo de su parte haría que mi mundo se moviera en pro de estar a su lado y me rompería contra todo sin miedo para construir ese camino juntos que tan esquivo se nos ha hecho. Me sentía como en la universidad, presentando la tesis al director y esperando un visto bueno para arrancar el proyecto con un plan de trabajo estructurado, fechas fijas y metas definidas. Pero a cambio recibí silencio y una serie de excusas distractoras que con los días empezaron a tomar un tono agridulce que olía a renuncias y adioses de esos que cuesta tanto decir. Eso no hace que el amor sea menos o que no duela desbaratar el anhelo, pero poner los pies en la tierra aliviana la carga y ahí sí es la vida la que se pone en perspectiva.

Han pasado algunos días y la sensación es cada día más leve. Sigo definiendo mi concepto del amor a punta de choques contra las paredes, encuentros fortuitos e historias que me cuentan amigos y familiares. De cualquier modo, lo único que he aprendido a hacer para entretener la mente, derrotar los miedos y dejar ir lo que duele para abrir la puerta de nuevas posibilidades… es escribir, para variar.

Erika Viviana Ángel

Erika fue una de las ganadoras de la convocatoria para ser bloguera invitada, y la puedes seguir en @eangelt,  www.facebook.com/eangeltamayo, http://eangelt.blogspot.com/

 

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