Omayra

Publicado el Pablo Aristizábal Castrillón

Sobre la mala hora de las humanidades

Si se privilegian los programas educativos de humanidades, ciencias exactas o ingeniería, parece un problema trivial en nuestro país, como todos los asuntos del sector educativo y de investigación. Pero lo cierto es que la repercusión del modelo educativo en el desarrollo económico, político, social y cultural es gigante; Colciencias y las demás instituciones encargadas del tema lo tienen claro, así que han adaptado sus políticas a los lineamientos económicos establecidos, que más bien parecen una colcha de retazos de visiones extranjeras. A pesar de la relevancia del asunto, este no parece importarle a la opinión pública. Por eso vale la pena resaltar que el diario El Espectador, en la editorial del 14 de octubre, titulada “La mala hora de las humanidades”, haya expuesto el debate.

Hay dos factores, según el editorial, que han revivido la discusión sobre “el rol de las humanidades en la educación de los países”: en primer lugar, el ministro de educación japonés pidió a las universidades cerrar los programas de ciencias sociales para enfocarse en “áreas que respondan mejor a necesidades de la sociedad”; segundo, Colciencias admite, abiertamente, que se piensan privilegiar las “ciencias duras” porque incentivan la productividad. Según el argumento del ministro japonés lo central son las “necesidades de la sociedad”, así que sería un experimento interesante determinar cuáles son estas, antes de tomar cualquier decisión, pues es posible que las necesidades en Colombia sean diferentes a las de Japón.

La forma como la investigadora del Observatorio de Ciencia y Tecnología, Carolina Rivera, defiende la posición de Colciencias es bastante particular, además de alejada del argumento del ministro japonés, representante de los “sistemas de países industrializados”. La perspectiva de Rivera es, según el editorial del Espectador: “desde literatura académica y sistemas de países industrializados sí hay evidencia de que áreas como ingenierías y ciencias básicas tienen mayor potencial de fortalecer el crecimiento económico. Es más rentable trabajar en energías alternativas que en mecanismos de diálogo en una vereda de un municipio recóndito”. Podría escribirse todo un tratado de estas líneas, pero, por ahora, bastará con mencionar los siguientes aspectos.

El japonés dice que se deben destacar las áreas que respondan a las necesidades de la sociedad. Es evidente que esas necesidades cambian de una sociedad a otra, así que copiar modelos que no están construidos para un lugar determinado es absurdo. Como las características propias de una sociedad no se pueden trasladar, debido a que responden a una cantidad enorme de factores, que muchas veces dependen del territorio, los modelos de desarrollo solo se pueden aplicar en la sociedad para la que fueron diseñados. Puede que en algunos países del mundo sea más rentable “trabajar en energías alternativas que en mecanismos de diálogo en una vereda de un municipio recóndito”, porque, quizá, ni si quiera haya municipios recónditos en esos países. Pero valdría preguntarse si en nuestro contexto, con tantas veredas de municipios “recónditos”, las prioridades son otras, sin que esto quiera decir que no sea importatne trabajar en energías alternativas.

Minimizar la importancia del diálogo entre el Gobierno y las comunidades de las veredas colombianas, o entre las empresas privadas y dichas comunidades, es desconocer por completo la situación de nuestro país. En todo caso, de nuevo, hay que resaltar lo que dice el ministro de educación japonés, que lo que se impulse en el ámbito académico debe responder a las “necesidades de la sociedad”. Y lo primero que habría que decir al respecto es que las necesidades de cualquier sociedad, y en particular de la nuestra, son muchísimas, incluidas aquellas en apariencia inútiles o recónditas. Cualquier intento por restringirlas a un solo sector, o a una dimensión en particular del conocimiento, lo único que muestra es el desconocimiento de la complejidad humana y la ineptitud para el ejercicio político en cualquier ámbito.

Ese último es, quizá, el punto que hace de esta discusión algo absurdo. ¿Por qué escoger entre ciencias duras, blandas, humanidades o ciencias sociales? Es comprensible que se quiera incentivar el estudio de ciertas profesiones, debido a la necesidad de satisfacer demandas inmediatas, siempre y cuando haya un estudio serio, que tenga en cuenta lineamientos que no se agoten en el corto plazo, y que no implique disminuir la oferta de las otras disciplinas. Lo que no se puede aceptar es que exista la pretensión de erradicar algún campo del conocimiento o que se pretenda ponderar uno sobre otro, porque cualquier enfoque científico serio debe tener en cuenta la conciliación de los avances de las demás disciplinas. Esa podría ser una de las labores que mejor podrían realizar los graduados de ciencias humanas y sociales, en particular los filósofos, moderar el diálogo entre las distintas ramas del conocimiento, y contribuir a la construcción de nociones comunes.

Dicha tarea es importante para las empresas privadas, el sector público, la academia y la investigación. De una buena comunicación entre perspectivas diferentes depende el desarrollo, en cualquier campo, pues esa es la condición para generar posiciones integrales, que aborden los problemas desde puntos de vista amplios y sin sesgos ideológicos. Esa debería ser la labor de Colciencias, liderar el diálogo entre las iniciativas científicas de todas las disciplinas y, por supuesto, generar las oportunidades y los espacios para que estas se puedan desarrollar. No le queda bien a una institución de ese estilo tomarse la atribución absurda de decidir cuál es el campo del conocimiento más importante, así como la labor de un médico no es decidir si al cuerpo humano le conviene más tener corazón que pulmones.

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