Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

Mis Padres Viejos

 

Carmen y Laurencio
Carmen y Laurencio

Al criarme con mis abuelos maternos, puedo decir que nací viejo y he venido creciendo con la esperanza de morir como niño.

Pero no quiero que se me mal interprete, como si la afirmación del primer párrafo expresara algo negativo en mi vida, por el contrario, la mejor bendición de otro gran viejo como debe ser Dios, fue haber tenido a mis abuelos como padres, padres por partida doble, que me brindaron un amor sabio, el amor de la madurez, no el cariño inexperto, intuitivo e inseguro de los padres jóvenes. Se trató de una gran historia de amor, que tal vez no se aderezaba con demasiados mimos ni caricias superficiales, sino con el respaldo en el momento necesario, con la frase justa que resumía el universo.

Con mis padres viejos aprendí a valorar lo tranquilo, a acompañarme con la soledad, a disfrutar los pequeños detalles ni escandalizar por lo destellante y fatuo. A vivir sin preocuparme en demasía por el dinero, sólo por aquel que deja la jornada de trabajo. Esa despreocupación que me ha acompañado toda la vida por lo monetario, me ha dejado como resultado que nunca han faltado monedas en el bolsillo e incluso algunas he podido devolverlas a las manos vacías de la calle, costumbre de Laurencio, mi padre abuelo.

Mientras que Carmen Rosa, columna vertebral del hogar, me enseñó no sólo a leer, sino a valorar la lectura, como motor de aprendizaje, como primera cuota de la alegría. Es cierto que soy algo sordo, porque desde pequeño me acostumbré a escuchar la radio o la televisión a mayor volumen, así como a hablar fuerte para que mi madre-abuela pudiera escucharme, pero no escuchar tan bien seguramente me ha salvado de algunos peligrosos cantos de sirena y hablar fuerte, quizás en algunos momentos de la vida, puede haberme servido para precisar una idea veleidosa y abstracta.

Gracias a mis padres viejos, puedo decir que en el balance existencial, quizás no resulté tan mala persona como pude haber sido. Mi naturaleza curiosa, mente retorcida y moral relajada, se desviaron positivamente hacia la imaginación y hasta donde ha sido posible la creatividad, conservando algunos rasgos que podrían semejarse a valores. Otra gran lección fue la filiación al sentir religioso, pero dudando siempre de las motivaciones de los hombres que lideran las iglesias. Lo religioso no como institución sino como el momento en donde se mezclan los miedos individuales con las esperanzas colectivas.

Si llegara a ser merecedor de una biografía escrita por alguien que no me conoció, diría simplemente que fui adoptado por mis abuelos maternos, desde la tierna edad de los cinco meses de edad. Lo que no reflejaría el escrito encerrado entre paréntesis con las fechas de nacimiento y muerte del biografiado, sería que el amor filial lo conoció gracias a las manos expertas, a la guía incondicional de Laurencio y Carmen Rosa, Laurencio Acosta y Carmen Medellín, a quienes nunca les dije abuelos, porque siempre fueron mis verdaderos padres.

El regalo de mis padres viejos, no fue un bien material, fue a través de la educación dejarme la preocupación por lo humano. Si hay algún rasgo humanista en mi esencia, eso me lo dio la relación con mis viejos, que ahora no están, pero parecen sonreír desde sus fotografías en la pared. Dos pilares eternos en los que se ha fundamentado mi pobre existencia.

Mi madre-abuela decía algo sobre los discursos que puedo aplicar a este escrito, que cuando hablara en público lo hiciera fuerte para que me escucharan, claro para que me entendieran y breve para que me aplaudieran. No espero un aplauso, tan solo la serena sonrisa de Carmen Rosa y Laurencio, sin estridencias ni creando falsas expectativas. Sus palabras no eran una promesa vacía, eran la certidumbre escrita en piedra.

Aclaro a quien piense lo contrario, que aquí no he hablado de abuelos y nietos, porque en mi caso siempre seré el hijo único de mis abuelos, es decir, de mis padres por partida doble, mis queridos viejos.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter suelo suspirar por mis padres por partida doble como @dixonmedellin

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