Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

Liberarse del reloj

"La persistencia de la memoria" (Salvador Dalí, 1931)
«La persistencia de la memoria» (Salvador Dalí, 1931)

En época de vacaciones, una de las recomendaciones básicas es liberarse del tiempo, al menos de su manifestación más cercana, el reloj de pulsera. En otras palabras, significa no usar este reloj ni alguno de los dispositivos que nos informan la hora y el día en el que navegamos en este planeta, atravesando nuestra propia existencia. Realmente es liberador, sentir que no necesitamos ver la hora en nuestro reloj de muñeca.

 

Julio Cortázar en su “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”[1] , demostraba la estrecha relación entre la persona y su reloj de pulsera. En ese breve y genial texto puede verse cómo se invierte la naturaleza sujeto – objeto, transformándose la persona en el objeto a disposición y capricho del sujeto – reloj.

Una muestra de nuestra dependencia del reloj de pulsera, es que a pesar que hoy día se han inventado tantos dispositivos que entre sus múltiples funciones cuentan con reloj incorporado como es el caso de los teléfonos celulares o móviles (que cada vez se usan menos para hacer llamadas telefónicas), tabletas o portátiles, no hemos podido quitarnos el grillete fino y elegante de la muñeca que sigue marcando nuestra piel con su sombra blanca.

Para los que sueñan con revoluciones, la verdadera revolución sería el día en que el hombre se liberara del dios Cronos y su principal agente esclavizador, aquel que nos vigila todo el “tiempo”, llevándonos de la muñeca a cumplir citas, organizar agendas, o simplemente como forma de entretenimiento cuando las demás han dejado de tener sentido, ver pasar el tiempo, lo único que no tiene reversa en este mundo que avanza hacia el final.

Entiendo que esto sobre lo que escribo es inútil. Se trata de una iniciativa estéril, de una empresa imposible, porque siempre habrán motivos para estar atados al tiempo, porque lo vestimos de pulsos de cuero elegantes, de brillantes metales, de finos vidrios, porque creemos en vano que tenemos el poder de encerrar esta infinita dimensión en un pequeño envase, como si fuera posible embotellar el océano en un acuario. Así somos.

De todas formas, se siente muy bien cuando un día de vacaciones uno olvida el reloj de pulsera y no siente angustia por ello, sino todo lo contrario, un alivio incomparable. Así también somos.

Dixon Acosta Medellín

A ratos en Twitter: @dixonmedellin


[1]
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortázar

 

 

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