La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Sobrevivir para contarlo, mi primer accidente en bicicleta

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Según cifras de la Secretaría de Movilidad de Bogotá, este año han sido registrados 583 accidentes de tránsito en los que, por lo  menos, ha estado involucrado un ciclista. En lo corrido de 2015, las autoridades locales reportan 22 ciclistas muertos. La historia de mi primer accidente, dibuja un poco los riesgos del pedaleo en la capital colombiana.

El día de mi primer accidente no tenía nada en especial: la mañana estaba encapotada, con amagues de lluvia y una concurrida caravana de vehículos por todas las vías que conforman mi recorrido matutino. Por eso, cuando salí de mi casa que está ubicada en Venecia, al sur de Bogotá, no sospechaba ni intuía el choque que pondría en riesgo mi vida. Tampoco tengo recuerdos de algún sueño premonitorio.

Mi pesada bicicleta amarilla de llantas gruesas con bordes blancos, mi saco gris muy cachaco, casco y gafas, hacían parte de la atmósfera de este relato. Como aún es mi costumbre, transité por un tramo de la Autopista Sur desde la carrera 68, para conectar con la carrera 50, en la glorieta de Centro Mayor y, seguir por ésta hasta la calle 19, que a su vez me permite transitar hacia el oriente y empalmar con la carrera 30, vía principal que me lleva a la transversal 45, un punto  de referencia al final de mi recorrido de  11.7 kilómetros.

Había sorteado con éxito las dificultades en puntos neurálgicos como ese paso inseguro y que todos los días me asusta frente a la Escuela de Cadetes General Santander. Había pasado airoso las congestionadas glorietas de la avenida Primero de Mayo y la calle 3, eso sí, con esa cuota de fino equilibrio necesario para esquivar huecos, peatones y obstáculos de toda índole.

En esos días de 2014 solía pasar muy aplicado por el corto tramo de cicloruta que hay entre la calle 6 y la calle 13, sobre la transversal 45, en la zona industrial, un sector carente de toda belleza urbana. A pesar de la fealdad característica de la zona, ese día me sentía seguro de haber llegado a esa parte del recorrido, pues transitaba resguardado del tumulto de los carros.  Por ello es paradójico recordar como repentinamente mi sensación de seguridad se desvaneció  al encontrarme dando vueltas en el suelo y levantando polvo a mi paso. Hasta ahí llegaría mi devoción por la cicloruta. ¿Qué pasó?

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Esa mañana de cielo encapotado en la que me había levantado sin recordar ningún sueño premonitorio, una camioneta blanca dobló a la derecha sin percatarse que un motociclista avanza a su costado en el mismo sentido vial, quien al ser cerrado, se proyectó hacia la  cicloruta por donde transitaba el ciclista que cuenta la historia. Es muy común que los conductores en Bogotá giren sin mirar el paso de los ciclistas que avanzan sobre su camino especial. Sí, fui víctima de un choque múltiple causado por la imprudencia del conductor de la camioneta blanca, que vaya coincidencia, vestía el uniforme policial.

El motociclista estaba pálido del susto, el policía no quería poner la cara y yo empezaba a sentir los dolores del golpe. Cuando me levanté del piso me di cuenta de mis lesiones en manos, codos y rodillas. Por su parte, la inofensiva bicicleta también tenía señas de daños en su llanta delantera y en el ‘muñeco’ de los cambios. En estos casos uno no sabe si sobarse o abrazar la bicicleta o alegar, porque la adrenalina  altera nuestros sentidos y hasta nuestra percepción del tiempo.

El rutinario caso de la abultada accidentalidad bogotana fue atendido por una mujer suboficial de la policía de tránsito que desde su llegada a la escena se inclinó a favor de su colega, tratando de encontrar culpables a los más perjudicados en la supuesta aplicación de una regla que protege al más fuerte. Mis argumentos no alcanzaron a romper los prejuicios de la funcionaria, quien a pesar de mis heridas me miraba con cierto desdén, como si por el hecho de ser ciclista careciera de valor humano.

A pesar de la rabia que me gobernaba, entendí que mis lesiones no ameritaban el desgaste de llamar una ambulancia ni hacer inmovilizar a los tres vehículos. Solo le pedí al policía que fuera consciente del error y que se disculpara en un gesto de nobleza. Claro está, esa fue una muestra más de mi optimismo encarnado.  Lo que sí sucedió en el transcurso de esa mañana en la que no había presentido aquel golpe contra el mundo, fue mi llegada a la oficina empujando la bicicleta con muestras de un intenso dolor corporal que se distribuía por todos los rincones de mi existencia y que se prolongó durante los siguientes 30 días. Este accidente habría de marcar un antes y un después en mi vida de ciclista urbano.

Cifras de accidentes con ciclistas en Bogotá

Según la Secretaría de Movilidad, entre 2010 y mayo de 2015, fallecieron 281 ciclistas en accidentes de tránsito, de los cuales el 92% fueron hombres. Bosa, Fontibón y Suba figuran como las localidades más fatales para los amigos de las bielas. El año pasado, la vía más peligrosa fue la avenida Agoberto Mejía o carrera 80, en Bosa, sobre la que murieron 6 personas que se movilizaban en cicla. Una persona falleció en la glorieta de la calle 3 con carrera 50, por donde paso todos los días.

Según información suministrada por la entidad, el 53% de las causas de los accidentes con ciclistas obedece a la categoría de Otra. A esto se suma que el 7% está en la categoría Sin Información. Es decir, el 60% de las muertes de ciclistas no tienen una causa clara y representan un gran vacío si tenemos en cuenta que los otros ítems son: desobedecer las señales de tránsito (8%), transitar distante de la acera (4%) y no respetar la prelación (3%).

Por César Augusto Penagos Collazos

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