La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

El desengaño amoroso de un ciclista

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Hay expertos que escriben sobre las grandes carreras de ciclismo, ciclistas, fichajes, equipos y dopaje, entre otras tantas cosas. A ellos les dejo la profundidad, pues hoy quiero acercar el mundo de la bici a la literatura con una breve historia, que podría decirse, es la primera de una ficción poética para ciclistas.

La joven de esta historia estaba abatida tras escuchar las bellas palabras con las que un ciclista le había expresado su amor. Hasta donde recordaba la habían acechado abogados, ingenieros, músicos, taxistas, estudiantes, independientes y manes de todos los pelambres, pero jamás un ciclista; así era de bella.

A unos había dicho que sí y a la gran mayoría había rechazado cerrando con fuerza el portón de su corazón, que clínicamente era más grande de lo normal. Ahora se había aparecido un tipo en bicicleta como aparecen estos románticos de las bielas en las panaderías de la esquina.

Se imaginaba lo difícil que sería compartir la vida con un ciclista empedernido. Después de una noche de copas ¿cómo irían a un motel a desfogar la libido atizada por la música? Podrían pinchar. No le cabía en la mente aparecerse en un centro comercial de la mano de quien con la otra cabestrea una bicicleta. ¿Cómo sería ese momento un tanto retador e incómodo de explicarles a familiares, amigos y amigas que su pareja era un ciclista urbano que está poniendo un granito de arena por el bien del mundo? Sería el hazme reír, sin lugar a dudas.

El ciclista por su parte, a todo le encontraba solución, pues no sería mayor sacrificio descansar de la bici un día para irse de copas y disfrutar de los subsiguientes planes complementarios de una noche romántica. Estaba dispuesto a aparecerse en el cine o en un centro comercial en transporte público. Incluso, este prohombre se imaginaba una brusca ruptura de su rutina deportiva para dedicarle un día del fin de semana a la musa que le batía el corazón. ¡Vaya concesiones! Lo que se hace por amor.

Había instantes en los que ella lo consideraba posible, pues como ya he dicho, su corazón era más grande que un corazón normal. Cuando esto pasaba, se imaginaba cambiando su estilo de vida, andando sobre un sillín por aquí y por allá. Desempolvaría su bici que era víctima del oxido. Se imaginaba vistiendo prendas deportivas, muy a la moda, gafas de sol, el sudor en la frente, eso sí, quemando calorías  que eso es bueno para la salud. Se tomaría fotos en los recorridos y se las mostraría al mundo entero.

Hasta ahí, porque lamentaba no tener las fuerzas para embarcarse en las aventuras del ciclista que la asediaba con palabrotas traídas de poetas muertos. Era un extraterrestre. No conocía de límites, pues de un tiempo para acá había descubierto que los límites son proporcionales a los sueños. No, mejor no! El peligro de los carros, el sol, el sudor ¿Tanto sufrimiento para qué? Además de bella, era sensata.

El ciclista por ser ciclista no sospechaba el abatimiento de su diosa. Para él su bici no era ni más ni menos que un estilo de vida moderno por lo que nunca dudó en acercarse a dama tan distinguida, elegante y finos modales. Nada le importaba y si sucediera una emergencia, la llevaría en la barra a donde placiera. Jajajaja era una broma de ciclista.

Sumado a su mal sentido del humor, nuestro ciclista tenía otros defectos: en su tiempo libre, madrugaba, se iba lejos, quería ser campeón de algo o tal vez, simplemente quería conquistar su propia vida. Era trivial, cuasi vegetariano, excéntrico, nada de hijos ni de matrimonio, nada de toreo, diletante de las letras, la música clásica y todas las músicas. Feo. Pocas coincidencias a decir verdad, pues a la chica gustaba de la carne, el calentado de fríjoles con huevo frito por encima, las empanadas; el protocolo; la calma y la silla cómoda de un carro. Era auténtica. La suerte había echado sus dados. “Somos libres de hacer y no hacer, somos libres de estar y no estar”, dijo Saramago.

De no ser por ese ambiente en el que la bicicleta es la antítesis del ‘éxito’, otra hubiera sido el final de esta historia: ella hubiera disfrutado de esas riquezas que se ocultan bajo un sombrero de copa y él hubiera sentido el ritmo de la música ciñéndose a la ‘flaca’ del hechizo.

A saber, el sabor amargo del desengaño pinchó el corazón gigante de nuestro ciclista, quien se pregunta si es ella, la misma musa que lo mira detrás de un parabrisas empañado.

Por: César Augusto Penagos Collazos

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