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Un día sin Internet

Hice el experimento un fin de semana, en que el que además de desconectarme de Internet, también lo hice de mi smartphone. Mi objetivo era descubrir si realmente me volvería loca al no tener contacto con el “más allá”: el mundo virtual.

Por las obligaciones de mi trabajo y las responsabilidades asignadas, como corregir textos, publicarlos en la página web, investigar noticias, tendencias y nuevos contenidos es casi imposible que un día de la semana me abstenga de usar Internet. Sin embargo, los fines de semana no estoy tan metida en la red. Creo que después de cierto tiempo, los mensajes, trinos, post y las mismas noticias de siempre me han llegado a saturar.

Reconozco que por el hecho de ser periodista debo estar enterada de lo que pasa segundo tras segundo en el mundo. La actualidad debe ser mi evangelio, pero desde hace algún tiempo le he tomado cierto fastidio al panorama nacional e internacional, las noticias no desaparecerán y siempre cualquier cosa absurda (como el nacimiento del hijo de Shakira y Piqué) o trascendental (la renuncia del Papa) será como ese “Santo Grial” para los medios de comunicación. Es simple, si la gente no opina de cualquier evento, entonces no hay nada qué leer y por la tanto nada sobre lo qué escribir: o se buscan las noticias o se inventan. Entonces todo se convierte en un asunto que por mera lógica es entendible: olfatear la noticia, crearla y ponerla en circulación de inmediato a través de la red.

Pero ese es otro punto. Mi reflexión es que, de vez en cuando es bueno desintoxicarse de la rutina y de las mismas informaciones trilladas de la semana. La solución, vivir un día sin Internet y lo hice, al menos mi personal. Volví a mis encuentros fascinantes con la literatura, por ese viaje inigualable que deja la lectura de un buen libro. Volví a sentir la adrenalina e incertidumbre que producen esas historias. Encontré en “la chica que soñaba con una cerilla y el bidón de gasolina” mi escapatoria a la congestión viral que me topo a diario en la autopista de la información. Y fue realmente, desestresante y acogedor.

Salir de las cuatro paredes de mi apartamento, perder de vista el computador, olvidar intencionalmente el celular y llevar conmigo una sola cosa de interés: un libro. Qué la suerte de sentarme por primera vez en un café y hacer lo que muchas personas han convertido en rutina: tomar una bebida caliente y sentarme a leer, fue además de diferente, reconfortante. Claramente, los mensajes no pararon de llegar, el celular no dejó de sonar, el whatsapp saturado de conversaciones que ni siquiera empecé se quedaron al cerrar la puerta. Ya mañana será otro día.

Sobreviví a la ausencia de Internet. Supongo que hace mucho tiempo le perdí los afectos.

 

Eliana Álvarez Ríos
Comunicadora Social – Periodista
Colombia Digital

 

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