Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

Yo soy capaz

SOY CAPAZYo soy capaz de cualquier cosa. Y no lo digo con el sentido que lo diría un programador neurolingüístico. Yo soy capaz de cualquier cosa y tampoco lo digo con el sentido que podría decirlo el papá de la protagonista de Little Miss Sunshine.

Quiero decir que no soy una de esas mentes positivas que cree que el universo conspira a su favor por el hecho de imaginarse repetidamente lo que espera de la vida. Quiero decir que esta frase la digo en el sentido más literal.

Aclarado que no estoy pensando que el universo es mi límite, ni repitiendo la frase de reinas de belleza y celebridades criollas, “todo lo que me propongo lo logro”, entro en materia. En mi proceso como terapeuta en formación he ido adquiriendo la conciencia de que, de verdad, cualquier cosa que haya juzgado como barbaridad en el pasado, en situaciones especiales también yo sería capaz de hacerla.

Yo sería capaz de ser infiel, así me precie de no haberlo sido hasta ahora. Yo sería capaz de maltratar y abusar de otro ser vivo. Sería capaz de abortar, sería capaz de robar, supongo, y sería capaz de matar a una persona en una situación extrema. Y sobre todo si tuviera un arma a la mano.

Por eso, la reciente medida lanzada por la alcaldía de Bogotá y la Brigada XIII del Ejército para restringir el porte de armas en la capital me parece una propuesta sensata. Para quienes no estén informados, la medida dice que a partir del próximo primero de febrero y durante tres meses habrá restricción generalizada de armas en lugares públicos de Bogotá. A partir de esa fecha las armas serán incautadas.

Como creo que yo sería capaz de todo y que lo sería la mayoría de las personas, incluidas las más religiosas, las que primero se sonrojan, las que acusan y tiran la primera piedra, creo que es interesante ver qué pasará con esta iniciativa. ¿Bajarán realmente los homicidios en la ciudad desarmando a los civiles que estaban legalmente armados?

 A mí no suelen gustarme las prohibiciones, me parece que es una grosería que la gente ya no pueda fumar tranquila casi en ninguna parte. Nunca he fumado, pero defiendo el derecho de quienes quieren fumar como defiendo la diversidad sexual o el derecho de las mujeres a decidir sobre el aborto. Sin embargo, cuando se trata de un tema como este creo que el derecho a la vida está por encima del derecho a cargar un arma para defenderse si fuera necesario.

Detrás de la idea de que las personas somos capaces de todo, dadas las circunstancias, está la necesidad de cuestionar nuestros prejuicios. Nuestros juicios pueden ser menos rígidos si tenemos la comprensión de que en el mundo, más que personas malas cometiendo atrocidades, hay personas que en ciertos contextos han actuado de ciertas maneras. Pero esas acciones no definen a las personas. Hay una diferencia entre haber cometido un crimen y ser un criminal, así parezca sutil.

Una frase atribuida a Albert Einstein me hace eco: ¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

Ayer en las noticias de la mañana entrevistaron a una mujer indignada, la señora denunció a su vecina, en el barrio Engativá, por dejar solos en la casa a sus 6 hijos, todos menores de 7 años.

¿Sería posible que la mujer acusada contara con una vecina que se ofreciera a ayudarla en vez de denunciarla con la policía y a través de la televisión nacional? Para eso la vecina tendría que entender primero las circunstancias que llevan a la acusada a dejar a sus hijos solos en la casa.

Hace unos años una amiga hacía sus prácticas como médico en un dispensario en el barrio El Codito, al norte de Bogotá, y me contó que con frecuencia los profesionales atendían casos donde había presunto maltrato físico a niños. Me explicó que el tema era delicado porque tenían el deber de denunciar cualquier tipo de maltrato infantil.

Lo que encontré sorprendente es que incluso la delgadez puede ser considerada una forma de maltrato si los médicos consideran que es producto de una deficiente alimentación y por tanto, explica ella, frente a un caso que sugiera desnutrición tienen el deber de denunciar a la familia ante Bienestar Familiar (el artículo 24 del Código de la Infancia y Adolescencia de 2006 habla del Derecho a los alimentos).

¿Entonces si una familia no puede alimentarse bien lo que hay que hacer es acusarla de maltrato y llevarse a los niños?  

Es más sencillo condenar a la gente que intentar entenderla. Entender trae consigo reflexiones y responsabilidades que no todos estamos dispuestos a aceptar. Vivimos en una cultura castigadora en la cual los aterraditos opinamos sobre lo mal que se portan los otros, nos ofrecen recompensas por denunciar y la opinión pública nos vuelve a recompensar cuando lo hacemos.

Vi en un noticiero hace unos meses como era agredida una mujer que tiró a su hijo al río. La comunidad justificaba sus agresiones porque la mujer era una madre desnaturalizada. Esa explicación nos exime de cualquier responsabilidad y de preguntarnos cómo vamos nosotros ahí. Si la mujer no tenía trabajo, era madre cabeza de familia, sufría de depresión postparto y vivía en extrema pobreza, problemas suyos, nada de eso cambia el hecho de que al final sea solo una madre desnaturalizada.   

Estamos muy inmersos en los deberes ser. Todo debe ser de una manera, preferiblemente la nuestra. Y sobre todo todos deben ser de una manera porque lo que no se hace como nosotros lo haríamos es inmoral.

Claro que existen delitos y agresiones malintencionadas, no creo que el hambre justifique la agresión a una persona, lo que digo es que es más útil tratar de entender que acusar, muchas cosas se podrían prevenir si entendiéramos cómo es que llegan a pasar. Pero no nos interesa entender por qué pasan las cosas, condenando a sus protagonistas quedamos tranquilos.

Basta con ver las declaraciones de algunos miembros de la policía y la justicia anunciando que llegarán hasta las últimas consecuencias para que los culpables paguen por cualquier cosa. Dicen lo que creen que queremos oír.

No dejan de impresionarme las imágenes que vemos cada semana en la televisión cuando una comunidad agarra a un ladrón y la policía intercede para que no lo maten a piedra. Todas parecen la misma historia porque nunca sabemos quién era el hombre ni conocemos su contexto.

Esta mañana la historia era una audiencia pública en el Caquetá a un presunto abusador sexual; la policía de nuevo salvó al hombre de ser linchado.

No dejan de sorprenderme tampoco el brillo en los ojos de la gente al gritar y darles duro para que aprendan, las declaraciones de orgullo de quienes cobran justicia con sus propias manos.

Nunca he estado armada, pero tengo la creencia de que si lo estuviera nada bueno  pasaría. Por supuesto, espero que la apuesta por la seguridad en Bogotá incluya mucho más que la acción anunciada por la Alcaldía hace unos días, entre otras cosas pienso qué podrá hacerse con quienes están armados ilegalmente. Pero por lo pronto me gusta la idea de que es posible salvar vidas en la ciudad si desarmamos a la gente. La gente es capaz de todo. Y más si está armada.

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