Filosofía de a pie

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EL PEZ MUERE POR LA CARNADA

Martín de Francisco y Santiago Moure. Dos nombres que muchos reconocemos con gran facilidad por varias razones. El primero, presentador de un programa de fútbol, locutor, hermano de una reina de belleza. El segundo, actor, participante de un reality, y acérrimo defensor de la lengua española. Seguramente su momento de gloria y esplendor lo alcanzaron con dos producciones para la televisión nacional: La Tele y El siguiente programa.

Haciendo un poco de historia, La Tele fue una idea de Carlos Vives (el mismo que canta y baila) en la que su intención fue hablar de la televisión colombiana, tocar temas sociales y hacer entrevistas “descomplicadas” a personajes tan particulares como jubilados, plomeros, vendedores ambulantes, payasos, y así. En su momento fue una propuesta novedosa por el juego del lenguaje a la hora de hacer las entrevistas, en las que mezclaban sarcasmo e ironía pero también lograban que sus entrevistados expresaran sus malestares sociales y hasta personales de lo que era vivir en los años 90 por estas tierras. La Tele tuvo vida corta en la televisión y por su irreverencia, el programa fue cancelado.

Poco tiempo después y cambiando de formato a programa animado, aparece El siguiente programa. Santiago y Martín ponen sus voces a personajes que no son nada más que ellos mismos, en los que su crítica se hace más ácida pues sus nuevas víctimas son presentadores de televisión, actores y políticos. Con mayor duración que su predecesor, la privatización de los canales dejó indigente de programador a la creación Moure/De Francisco.

Una de las particularidades de estos programas era la manera directa en que se hacía referencia a lo que a ellos les generaba inconformidad, provocando reacciones similares en la juventud que los observaba en su momento. Es claro que no tenían mayores seguidores adultos pues estos programas contravenían los principios de las buenas personas. Como dicen por ahí, “no dejaron títere con cabeza”. Alcaldes, senadores, actores, presentadores, incluso ellos mismos eran víctimas de sus propios comentarios.

A pesar de ellos mismos, y sustentados en sus apellidos y fama, Moure y De Francisco entraban y salían de los canales nacionales con la aparente comodidad de quien puede señalar un fruto y comérselo a su antojo. Es curioso que, años después, estos reconocidos estandartes de la irreverencia, del sarcasmo, de la burla, de la distancia de cualquier afiliación política, aparecen como imagen de una propuesta política para la ciudad. Efectivamente, Santiago Moure y Martín de Francisco fueron la imagen para promover el POT (Plan de Ordenamiento Territorial) de Bogotá.

 

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Claro, ellos con su desfachatez pueden tomar la elección que consideren, pero ¿incluso elegir lo que ellos mismos señalaban, rechazaban y hasta detestaban? Después de ver el cartel publicitario de la Alcaldía Mayor, me senté en ese mismo paradero y me puse a pensar: ¿Es la juventud tiempo de desafiliación de cualquier tipo y la adultez una forma de retorno a las instituciones? ¿Es la irreverencia un mal trago de la juventud? ¿Existe manera alguna de ser consecuente respecto de lo que se dice en la juventud que se pueda sostener en la adultez?

Parece ser que quienes somos en la juventud y quienes somos en la vida adulta no somos los mismos. Y en este orden de ideas, todo lo que hagamos y dejemos de hacer en nuestra juventud bien podremos prescindir de ello cuando nos pregunten. Con la madurez del tiempo podemos decir “era joven y loco” y con eso nos liberamos del peso del pasado pero, además, justificamos las decisiones incluso opuestas del presente.

O puede haber una solución salomónica: burlarme con la acidez juvenil afianzada en la adultez del joven ácido que fui alguna vez.

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Por Diego Valbuena

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