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En vilo el futuro de la tortuga charapa

Este año finaliza el proyecto Vida Silvestre, que desde 2014 ha liberado cerca de 100.000 tortugas amenazadas. Hay incertidumbre sobre su continuación.

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Por: María Paula Rubiano
Periodista Blog El Río y El Espectador

“No dejen que esto se convierta en una cosa de una sola vez”. A oscuras, María Antonia Espitia les dijo esas palabras a los pobladores de La Virgen, un caserío con dos casas, una escuela y un quiosco a orillas del río Meta. Ese día, el sábado 29 de abril, los habitantes de la vereda habían organizado el Primer Festival de la Tortuga Charapa, una especie amenazada por el consumo indiscriminado de sus huevos y su carne. Nadie dijo nada después de esa intervención. No eran palabras vacías: la probabilidad de que la primera edición del Festival sea la única, es alta.

Hace tres años, la Fundación Omacha llegó a La Virgen (Arauca) por primera vez para poner en marcha el proyecto Vida Silvestre, financiado por Ecopetrol, la Fundación Julio Mario Santo Domingo y la Wildlife Conservation Society. “La idea nunca ha sido prohibir que coman tortuga, sino que hagan un consumo responsable de la misma”, explica María Paula Barrera, la coordinadora del proyecto en los Llanos Orientales.

Al ser una iniciativa exclusivamente privada, los recursos dependen de la apuesta que las empresas hagan cada año. Eso, por un lado, permite llegar a estos territorios a los que ni siquiera el Estado llega. Pero por otro, pone al programa en una condición frágil. Ese es precisamente el problema: la financiación se termina este año y todavía no hay claridad sobre la posibilidad de adelantar una segunda etapa.

Si bien hay incertidumbre, no hay angustia entre los “padres adoptivos” de las tortugas. Están acostumbrados a no tener muy claro qué seguirá. En el transcurso de estos tres años, los siete campesinos que hacen de “padres adoptivos” han aprendido que las tortugas revisan si el río está solo en las noches de enero y abril; que si es así, salen en las madrugadas a poner los huevos en diez playas cercanas, que vuelven al agua cuando el sol empieza teñirla de morado y que deben vigilar durante 60 días que ningún pescador se lleve los huevos antes de que los tortuguillos corran al río.

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Los niños son parte fundamental del proyecto Vida Silvestre. Foto: María Paula Rubiano

Norberto Caballero, un joven delgado, moreno y alto que lidera el grupo de padres adoptivos, dice que “si dependiera de nosotros, lo seguiríamos haciendo solos. Pero nosotros vivimos de lo que trabajamos y sabemos que cuidar a estas tortuguitas requiere muchos gastos. Combustible para las lanchas, linternas, cuadernos y tiempo”. Pero estamos capacitados, insiste. De hecho, ya saben geolocalizar cada nido de tortuga, ya saben liberar de forma masiva los tortuguillos. Pero necesitan saber que en los cuatro meses que viven por esos animales, van a tener qué llevar de comer a la casa.

El Festival surgió como una estrategia para que el proyecto se vuelva visible. La fiesta comenzó con la liberación masiva de 1.600 tortugas, que fue financiada, en parte, por el programa de responsabilidad social de hewlett packard (hp Inc), Planet Partners. A la playa La Belleza llegaron tres lanchas repletas de campesinos del municipio vecino de Nueva Antioquia (Vichada) y en un buque anfibio, aparecieron unos cuantos miembros de la Armada que, según la gente, “solo vienen para las fotos”. De 15 instituciones estatales que invitaron, sólo llegó el alcalde de Cravo Norte, el municipio araucano al que pertenece La Vírgen.

En el Festival de la Tortuga Charapa, hubo canciones, poemas y trovas. Todas ellas dejaron ver que alimentarse de tortuga charapa y de sus huevos, está insertado en el día a día de los llaneros. «Cambiar la cultura en tres años es imposible», dice Argelio Cordero, un lanchero que además es padre adoptivo de los tortuguillos. Y, sin embargo, sabe que el programa sí ha servido para que la gente ya no se las coma tanto como antes. Los pasos pequeños, pero son pasos.

María Paula Barrera, por su parte, cree que el ecoturismo es la opción más viable para hacer de esto un proyecto autosostenible, “pero estamos muy lejos de que eso sea una realidad”, añade. Faltan estudios, alojamientos, luz eléctrica constante y agua potable en el caserío. Sindy Martínez, la coordinadora por parte de Omacha, señala que el miedo de que el proyecto se detenga es latente. “La comunidad se está moviendo y prueba de eso es este festival, que organizaron ellos solitos. Si se acaba en este momento, sería como frenar a alguien justo cuando va a empezar a correr”.

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