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Publicado el Blog El Río

Las tres versiones del Chocó que no tiene mar

Turismo del Agua (Parte 1)

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Con un plan que recorre la ciénaga de Jotaudó, una selva casi virgen a 45 minutos de Quibdó, Mambe Travel busca que el visitante conozca el Atrato más profundo y secreto, y comparta con sus habitantes.

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Por: María Paula Rubiano
Periodista Blog El Río y El Espectador
Fotografías: Cortesía Mambe Travel

‘Hay Pacífico que no es costa’: esa es la idea clave, el leiv motiv de esta propuesta turística de Mambe, una organización que desde hace 12 años fortalece proyectos económicos comunitarios.

“La idea es que la gente entre al lugar. No se trata de ir y esconderte de la realidad en un hotel súper bonito en el que no se conoce la realidad. Queremos que la gente que visita este lugar hermoso, también entienda lo que significa para su gente habitar estos lugares recónditos”, explica Camilo Ortega, gerente comercial y de proyectos de Mambe Travel.

Son tres días para conocer una región exuberante pero llena de heridas. Altagracia, Puerto Aluma y La Playa: las tres versiones del Chocó que no tiene mar.

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El Jardín Botánico de la ciénaga de Jotaudó está rodeado principalmente por los ríos Atrato, Tagachí, Cabí, Ichó, Tutunendo y Munguidó.

La visita se trata de ver cómo viven estas tres comunidades que viven en el caño Munguidó, un afluente del Atrato que atraviesa la ciénaga de Jotaudó, un Jardín Botánico sin linderos ni cobro a la entrada. ¿Cuáles son sus prácticas económicas y su historia? ¿cómo se habitan un jardín botánico? “Es entender las relaciones de la naturaleza con el hombre”, señala Antonio Loboguerrero, director de Mambe.

La llegada es a Quibdó. Allí, los visitantes entran a un museo de historia negra y comen en un restaurante administrado por una red de mujeres del Pacífico, generalmente cabezas de familia. Explica Antonio Loboguerrero, que “contrario al turismo grande, no queremos que las comunidades locales sean simplemente la mano de obra, sino que ellos se empoderen y sean responsables del proceso”.

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Durante los recorridos, los visitantes están acompañados por un miembro del equipo del Jardín Botánico de la ciénaga y por un líder de las comunidades.

Se parte de Quibdó en lancha, y se navega por el Atrato. Según Loboguerrero, “no es nuestro interés esconder que allá hay un problema de basuras y contaminación. Por el contrario, queremos crear conciencia ambiental a partir del contacto con este tipo de problemas”.

Del Atrato se llega hasta el río Muguindó, un afluente de aguas cristalinas que interna al viajero en lo más profundo de la ciénaga de Jotaudó y lo lleva hasta Altagracia, un pueblo donde la selva abrazó los esqueletos de las casas y la iglesia cuando sus habitantes se fueron en la peor época del conflicto.

Con el fin del conflicto, algunas familias han regresado y están limpiando la maleza de los restos de sus casas. esa historia de destierro y retorno es la que comparten con los visitantes. La idea es que no haya un guía: que sea un encuentro, una conversación.

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En Altagracia, el primero de los caseríos que se visita, apenas hay 16 familias que decidieron regresar tras el fin del conflicto con las Farc.

Hacen biche, una especie de aguardiente tradicional del Pacífico. Luego, se visita un cementerio donde en lugar de flores las tumbas están coronadas por todos los objetos de los difuntos, tal como lo ordena la tradición de los indígenas emberas de la zona.

Para el almuerzo del segundo día, en Puerto Aluma los invitados pueden probar tantas frutas que “hay hasta para botar pa’l techo”. Conocen un cultivo de piñas que al abrirse no son amarillas, sino blancas y tan dulces como el azúcar. Conocen las huertas medicinales y aromáticas, donde los nativos siembran las plantas que luego venden en el mercado de Quibdó, a 45 minutos en lancha.

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Muchos de los productos de la comunidad de Puerto Aluma se venden en Quibdó. La mayoría de ellos son cosechados de forma amigable con el medio ambiente.

(En todo el recorrido, las botas pantaneras son compañeras infaltables)

Ese mismo día reciben la noche en La Playa, donde los turistas (¿o viajeros?) ven hacer panela, ven cultivos de caña de donde se saca y escuchan, en la noche, un concierto de chirimías, casi siempre con coreografías improvisada de los niños del caserío.

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Al otro día, los turistas conocen la ciénaga: entran en lancha por el Jotaudó, y allí recorren las 42 hectáreas de palmeras, árboles frutales y flores exóticas que conforman el Jardín Botánico donde se ubica la ciénaga y los asentamientos comunitarios.

 

 

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La idea del plan, señala Mambe Travel, es que los visitantes entiendan y valoren la vida de las comunidades que habitan el Jardín Botánico de la ciénaga.

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