El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

Salario máximo versus salario mínimo

Decir salario máximo versus salario mínimo es lo mismo que decir esfuerzo mínimo y comodidades extremas en una vida de príncipes, contra 12 horas diarias de trabajo, seis días a la semana en condiciones también extremas… de necesidad y de sacrificio. Es decir lo mismo que escuadrón de camionetas 4×4 pagadas con el trabajo de los colombianos, versus TransAnimalenio, ese transporte para bestias que han dado en llamar la solución para los problemas de movilidad de la flamante capital de la República.

Ya mis inteligentes lectores saben que me refiero a los congresistas, concejales y toda laya de políticos y manejadores del tesoro público y que no hacen más que daño, versus el majadero trabajador colombiano que se vuelve viejo esperando todos los años un raquítico aumento a su salario de miseria.

En la mesa de negociaciones acerca del salario mínimose instalan todos los poderosos menos los trabajadores. Comparten manteles los voceros de un Gobierno que no tiene ni p… idea de las necesidades de los trabajadores; los representantes de las gran empresa, que es lo mismo que decir de los beneficiarios de lo que llamaban los del materialismo histórico, la plusvalía; los representantes de los trabajadores, es decir, las centrales obreras, compadres de los dos anteriores pero que también les chupan la sangre a los trabajadores. ¡Errrrda!, como dice mi hijo corroncho.

Pero no se logra el acuerdo porque el Gobierno está más interesado en que no se le caiga la reforma tributaria y no tiene tiempo de pensar en minucias. Y el presidente Santos, armado de su generoso corazón y de su sollozante sensibilidad social  se dispone, entonces, a fijar el salario mínimo por decreto.

Que se jodan, quién los manda ser pobres.

Juan Manuel Santos está asustado porque todo se le ha caído y no me refiero a nada que tenga que ver con su urólogo. Pero eso es problema suyo y de vieja Cleme, no de los colombianos. Me refiero a que se le cayó la reforma estudiantil, se le cayó la reforma a la justicia, su proceso de paz con “la far” va de mal en peor y, para rematar, a Shakira, que costó tanto billete sacarla del tálamo de Piqué para que compartiera escenario, luces, cámara y acción en Cartagena con el compadre Barack, purrumplum, ¡se le olvidó el himno! Y eso sí que baja puntos en las encuestas.

Nada le sale bien al pobre Juanma. Por eso les suplica a los congresistas de todas las bancadas que hagan un esfuercito adicional y “trabajen” para aprobarle la reforma tributaria. Que no se preocupen con la repartija de puestos y presupuestos que después, en febrero, con la marea baja, hablamos. Y los Honorables Parlamentarios, juiciositos, a hacerle la tarea a Juanma.

Por eso también se toma la televisión nacional para recordarles a sus compatriotas que no se preocupen, que nada de la reforma tributaria los va a perjudicar; al contrario, que es una reforma para darle más solidez a la Prosperidad Democrática. Que el aumento en los impuestos es para los que tienen más, como él. Jo jo jo, como dice papá Noel; como si el Estado estuviera al servicio de las clases menos favorecidas. Cuénteme una de vaqueros, apreciado presidente.

Todo ello es tema de titulares de los grandes medios de información. Las buenas noticias, digo yo. Porque todos los colombianos, incluidos los de salario mínimo, deben estar felices porque, por ejemplo, el senador Juan Manuel Corzo le ganó al Estado una demanda millonaria; ya tal vez no tenga que pedir limosna para la gasolina de sus camionetas. También debemos estar felices porque Juan Martín Caicedo Ferrer tuvo la misma suerte, es decir, que el Estado debe desembolsarle una buena cantidad de cientos de millones porque la Fiscalía se equivocó con su captura, hace ya como 18 años, cuando Caicedo era alcalde de Bogotá y trabajaba mancomunadamente con los 40 concejales de marras. Fue, recuérdelo, amigo lector, el famoso episodio que la gente, con mucha inteligencia y con una soberbia muestra de ingenio y de fina ironía, denominó “Alí babá y los cuarenta concejales”. Loa a Dios y a las altas cortes.

Conclusión en serio: nada de la cruel realidad colombiana da para pensar en una pequeña luz de esperanza para los colombianos en el 2013, pues cuando reciben el pinche aumento ya deben doscientas veces su monto. Porque el ciudadano común, atrapado en las leyes de la economía, con la barriga vacía y el bolsillo también, se ve obligado a consumir productos (ropa, enseres, comida, vino) con las “ventajas” del compre ahora y pague en febrero. Nada más perverso y diabólico que la gran empresa, esa misma que le niega al trabajador un ingreso medianamente digno, lo atiborre de mensajes que le ofrecen crédito fácil. Y no es únicamente que se lo ofrezcan: se lo dan. Pero el pobre diablo que se endeuda, lo hace sin saber (ni le importa, por ahora) de dónde va  a sacar la plata para las 48 cuotas.

Colofón: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Colombianos: para salir de la pobreza repitan toda la vida estos discursitos pendejos; escríbanlos, imprímanlos y presénteselos al tendero, al agiotista, al arrendador, a las empresas de servicios públicos. Feliz Navidad, amigos; jo jo jo.

 

 

 

 

Comentarios