El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

Política de escándalos baratos

“El Estado es una enorme maquinaria conducida y empujada por enanos”. Honorato de Balzac

 Ignoro qué querría decir el ilustre francés del siglo 19, pero podría apostar que se refería a la incapacidad de los mandamases de la administración pública para administrar y a la incapacidad los gobernantes para gobernar.

Política significa arte de gobernar, de administrar recursos en pro de la gente, es decir, en aras de construir sociedad; es dirigir pueblos poniendo el interés general por encima del particular.

En Colombia los dos máximos líderes de la política son Alvarito Uribe, un campesino rico acostumbrado no a gobernar sino a mandar, como manda un gamonal en su finca lechera, y Juan Manuel Santos, un aprendiz de gentleman inmensamente rico que lo único que no conoce en este mundo es la pobreza.

Los ocho años de gobierno de Alvarito fueron marcados por su firme decisión de derrotar militarmente a las FARC, algo que no logró, pero si algo se le puede abonar es que cumplió con lo prometido, es decir, fue consecuente con su discurso de campaña. Su problema consistió en la macabra y equivocada aplicación de un pensamiento de un experto en política: don Nicolás de Maquiavelo cuando dijo que “El fin justifica los medios”.

Los medios sí se utilizaron pero el fin no se logró. Y los “medios” están representados en la cantidad de funcionarios uribistas (incluido Juan Manuel, flamante jefe de los falsos positivos) que saltaron por encima de los códigos legales y birlaron la decencia para dar resultados inflados y perversos. Para gobernar a punta de titulares de prensa.

Qué más se le puede abonar a don Alvarito: que disminuyeron las pescas milagrosas, que hubo una  aparente reducción de la burocracia, que se agarró de frente con don Hugo Chávez, el autócrata presidente de Venezuela con la acusación de proteger a las máximas figuras de las FARC. ¿Falso, verdadero?

Y pare de contar. Don Alvarito se dedicó a defenderse de sus enemigos como un pendenciero de barrio y su largo gobierno terminó tristemente con una opinión pública polarizada. Su inmensa popularidad, sin parangón en la historia de Colombia, está ahora reducida a una minoría de adoradores que aún lo ven como el Gran Salvador. Gran parte de sus colaboradores más cercanos están sub júdice, lo que significa que están sindicados de realizar actos administrativos al margen de la ley al parecer violando con gran dosis de cinismo  los ya mencionados códigos legales y la decencia. ¿Es la situación de dichos funcionarios producto de la guerra sucia estimulada por una justicia politizada y chambona? Vaya uno a saber…

Por su parte Juampa (así le dice doña “Mechas”, su asesora de imagen y principal gestora de la campaña presidencial) empezó mal. En su camino a la presidencia, a finales del 2009 y principios del 2010, era un uribista acérrimo y si fidelidad con el presidente de entonces rayaba en el servilismo. “Soy un soldado del presidente Uribe”, decía. “Seré candidato si mi jefe lo dispone así”. En otras palabras, se montó en la popularidad de Uribe y utilizó de él su enorme cauda electoral pero a las pocas horas de ganar la presidencia se mostró tal cual es: un señor a quien no le importa un comino nada que no tenga que ver son su monumental ego, y se declaró antiuribista. El monumental cambio, es bueno recordarlo, se dio en tan solo unas cuantas horas.

Las ejecutorias de Santos. ¿Hay? No. Salvo la tributaria (que dos años después no la entienden ni los tributaristas más avezados) todas las reformas que intentó – educación, política, salud, fracasaron. Quizás por lo que más se recuerda en este primer período fue la cobarde e indiferente aceptación del despojo nicaragüense a instancias de la Corte de la Haya, que dio con la infame pérdida de 75 mil kilómetros cuadrados de mar territorial. D ese cruel episodio ya nadie habla; pero es de igual o mayor magnitud que la venta de Panamá a principios del siglo XX.

Quizás otra de las principales acciones de JMS fue la de eludir el mandato judicial que recortaba los ingresos de algunos altos empleados oficiales. Recorte del monto de pensiones fraudulentas a magistrados y congresistas. ¿Qué hizo Juampa? Por decreto les aumentó ¡OCHO MILLONES DE PESOS MENSUALES A LOS CONGRESISTAS! Eso, señores, es lo que el presidente Santos en su discurso de posesión llamó EQUIDAD.  Lo peor es que la gente no dijo ni mu. ¡Válgame Dios!, decía mi venerable abuela.

Así las cosas, las dos figuras más altas de la realidad política nacional, Santos y Uribe, son la personificación de la perversidad. Hoy están enfrascados en un escándalo monumental que avergüenza a los colombianos decentes ante propios y extraños; hablo del caso hacker Sepúlveda. Primero asesor de Juampa (dice Uribe) y después asesor de Zurriaga. Sepúlveda, con todo y su desespero, lanza caca a diestro y siniestro para untar a todo el mundo, pero en el fondo su actuación refleja fielmente la política nacional. Y nos clava de cabeza con toneladas de crueldad en nuestra propia realidad: Colombia es un país sin esperanzas.

La política en Colombia da asco. Contratar a un sujeto para robar información es asqueroso. Ser uribista acérrimo y al poco tiempo santista (ver Roy Barreras, Armandito Benedetti, por ejemplo) es repugnante porque se ve a leguas que el asunto es de mucho dinero, de poder, de mermelada presupuestal, todo ello a costa del trabajo de los colombianos. Da dolor ver que no tenemos futuro.

Para la muestra estos botones: 1. Estamos montados en un proceso de paz incierto y costoso porque se está hipotecando a Colombia. 2. El aparato judicial es politizado e ineficaz y sus funcionarios altamente ineficientes y untados pero, además, exageradamente oneroso. No se entiende, por ejemplo, que un tipo que mata a un ciudadano pague más años de cárcel que uno que mata a tres mil. 3. El Congreso es de las “instituciones” más corruptas, al decir de las encuestas. 4. Los que no andamos en camionetas oficiales 4×4 blindadas estamos en manos de la delincuencia común y de la oficial. Unos nos roban la cartera, el celular. Otros nos sacan el billete del bolsillo a punta de reformas tributarias y lo que queda se lo llevan los bancos.

Colofón: Por fortuna soy un ciudadano anónimo cuyos únicos actos oficiales son ir a las oficinas de impuestos para pagar mi modesto tributo con el cual se fomenta la corrupción, perdón, el desarrollo de mi nación y acudir a depositar mi voto en blanco cada vez que se pone en práctica la “democracia”. Esta circunstancia me protege de la mirada de extranjeros que ven noticias colombianas y que nos miran con altas dosis de compasión… Cuanto más conozco la política más amo a James, a Mariana, a Catherine, a Nairo…

Comentarios