El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

¡Millonarios, campeón!

Uno como periodista de profundidad adquiere la costumbre de escribir con cierto grado de crítica, en ocasiones mordaz. Pero en esta oportunidad le vamos a ceder la pluma al hincha que recuerda tiempos mejores y que goza el triunfo sin tener en cuenta consideraciones analíticas ni raciocinios de alto vuelo.

Millonarios ganó el campeonato denominado Copa Postobón. Es una celebración que merecen los aficionados que domingo a domingo, miércoles a miércoles sufren, lloran, ríen, gozan, vociferan, se agarran, sudan, miccionan de la felicidad, etc.

Tuve la hermosa dicha de ver a Millonarios campeón en 1972, con sus estrellas Alejandro Brand, Willington Ortiz, Jaime Morón, el arquerazo Otoniel Quintana, el “Chonto” Gaviria, Arturo Segovia y el siempre fuerte y temperamental Julio Avelino Comesaña, hoy al servicio de la Selección Colombia “absoluta”. El técnico era el doctor (ese sí doctor) Gabriel Ochoa Uribe, un hombre que fue considerado por mucho tiempo como el que más sabía de fútbol en el país. Incluso por encima de Carlos Antonio Vélez, lo cual ya de por sí le da mucho mérito al médico.

En 1978, de la mano de un técnico casi desconocido, Pedro Delhacha, Millonarios ganó su estrella 11 con la brillante actuación de Willington, Morón y el recordado “Pocillo” López, grande por el “andarivel” izquierdo. Fue de los primeros marcadores de punta atrevidos que osaban abandonar la saga para aventurarse a lanzar efectivos centros, capitalizados casi siempre por otro grande: el “Buho” Irigoyen, genial goleador, ídolo de los bogotanos. Formaba parte de esa banda el “Tapetico” Onega, figura del River Plate y del Racing en sus mejores tiempos. La final fue contra Santa Fe, que a los 15 minutos del primer tiempo ya perdía 3 a 0 por la magia de los goles de los ya nombrados Irigoyen, Willington y Morón.

Vuelve a coronarse con la dirección de Luis Alberto García en 1987 y en 1988. Eran épocas del “Pájaro” Juárez, de Mario Vanemerack, Arnoldo Iguarán, Eduardo Pimentel, el “Panza” Videla, “Gambeta” Estrada, el “Capi” Morales, incluso Alberto Gamero, técnico perdedor del pasado jueves. Eran jugadores que aún tenían la sangre caliente y sentían el fútbol como lo que es: un juego de hombres inteligentes comprometidos con una casaca, símbolo de una Institución de respeto.

Sí, gocé como hincha de Millonarios, equipo con mucha gloria, por donde desfilaron los mejores del mundo: Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Néstor el “Pipo” Rossi, el gran Amadeo Carrizo; pasaron también Eduardo “Maravillita” Lima, Enrique el “Nene” Fernández, al “Nano” José Fernando Areán, José María Ferrero, Pedro Prospitti, Dragoslav Sekularak, el gran Juan Gilberto Funes, Miguel Ángel Converti, Jorge Abraham Amado, Luis Gerónimo López, Alejandro Esteban Barberón y un largo etcétera de los llamados grandes que hicieron historia en un Millonarios que para nosotros los hinchas era casi imbatible. Era el Millonarios que incluso se daba el lujo de ganar en el Santiago Bernabeu, algo que hoy por hoy sólo puede hacerlo la banda de Messi, Xabi e Iniesta.

Jugar en Bogotá en esos tiempos era cosa seria. Los equipos llegaban a la capital siempre con la lejana ilusión de sacarle aunque fuera un épico empate al grande de Colombia. Millonarios hacía respetar la casa, porque era un equipo fuerte, de jerarquía, de jugadores con los huevos bien puestos. Era el Barcelona de la época. Sus jugadores sabían de la gran responsabilidad y del privilegio de formar parte de un equipo por muchos años considerado de los mejores del mundo. Y actuaban en consecuencia. Y ganaban partidos y campeonatos. Hacían vibrar a su fanaticada. Y su fanaticada no peleaba, gozaba…

Eran tiempos de piquete y de bota de manzanilla con uno que otro aguardiente. Las tribunas se colmaban tres o cuatro horas antes del partido. Un gol de Millonarios era el clímax, la suma total de las emociones. El fútbol era una liturgia. Y no se hablaba de más durante toda la semana, mientras llegaba el otro partido, la otra víctima.

Hoy el fútbol es otro. Se respira otro ambiente. Los hinchas no son los mismos y sus objetivos también cambiaron. En mis tiempos se animaba a Millos con el inocente alabío, alabao, alabim, bom, bao… Millos, Millos, ra, ra, ra… Éramos cándidos, creíamos en el triunfo, en los jugadores, en el técnico y, quién lo creyera, también en los periodistas deportivos. Eran tiempos en que el hinchismo no se había globalizado. Los bogotanos éramos hinchas de Millos o de Santa Fe; los medellinenses eran de Nacional o del Medellín; los caleños eran hinchas del Cali o del América, y así sucesivamente. Pero no se veía que un bogotano, por ejemplo, fuera hincha de Nacional cuando ni siquiera tenía posibilidades remotas de conocer la Capital Mundial de la Arepa. Y me refiero a la de maíz, tan adecuada para acompañar los fríjoles con epidermis de porcino.

Las comilonas y las bebetas en el palacio del colesterol eran cosa de respeto. Y allí se reunían los hinchas de uno y otro bando y se echaban ciertas pullitas, pero en la inmensa mayoría de los casos ahí paraba. Hasta se mandaban polita de una mesa a otra. Eran hinchas inteligentes, a quienes les importaba el equipo y sus triunfos y no tanto la derrota de los rivales.

De todos modos, viendo (por TV) el partido de vuelta en el Campín contra el Boyacá Chicó, volví a experimentar parte de la felicidad de entonces. Por un momento se me olvidó que estaba en el 2011 y me sumergí en los setentas u ochentas del siglo pasado. Volví a sufrir por las eventuales malas entregas, por la falta de contundencia a la hora del gol. En el penalti desperdiciado volví a madrear. Qué vaina, ya no estaban los grandes. Apenas estaba un jugador calvito que por momentos lanza chispas de genio; se asoma por ahí un gran prospecto llamado Pedro Franco. Estaba también un golero bueno, Nelson Ramos, cumplidorcito de su deber, y uno que otro que por ratos se destaca, como Rafael Robayo. Pero no más.

Ya no hay luminarias, sólo trabajadores del fútbol. Los buenos tienen que irse porque los clubes colombianos no tienen cómo pagarles lo que merecen y porque, además, necesitan venderlos para inyectar dinerito a las ya casi resecas arcas. Las causas de esa resequedad no son motivo de este escrito. No vale la pena hablar de eso. Lo importante es ver cómo la gente, los hinchas de hoy, muchos de los cuales no tuvieron la dicha de ver lo que yo vi, fueron capaces de llenar El Campín. Y se la gozaron desde la semana pasada en Tunja. Se sienten campeones y eso es lo que cuenta. Y demostraron que todavía hay fervor por la camiseta azul. Renacen las esperanzas de recuperar el respeto. ¡Hurra, Millonarios, Campeón de la Copa Postobón 2011!

Colofón: No voy a leer ni a oír  a los expertos del fútbol porque esos son muy aguafiestas. Seguro dirán que en tierra de ciegos el tuerto es rey. Le restarán importancia a la Copa Postobón. Le van a quitar méritos a Millonarios y lo van a comparar con el Real o con el Barza. Dirán que Candelo no es Xabi y que Ramos no es Casillas. Que Richard Páez está lejos de Pep Guardiola. A Messi ni lo nombro. Ese con el Barcelona es de otra galaxia.

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