El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

La Cátedra de la Paz por Ley de la República: ¡vaya disparate!

Más de 45 millones de colombianos, enmarañados entre la incertidumbre y la esperanza, quieren ver el día en que la violencia se acabe al menos de manera oficial. La esperanza radica en que hay muchos sectores de la sociedad colombiana que desean y que están, como dicen las reinas de Cartagena, poniendo su granito de arena para lograrlo. El problema consiste en que un proceso de paz en medio de una guerra tan larga y tan sangrienta necesita muchísimo más que buenas voluntades; mucho más que granitos de arena.

 Los dueños del poder económico, valga decir los grandes cacaos del comercio, de la banca y de la industria andan a la expectativa pero no se pronuncian, no dicen “de qué son capaces” porque aún no calculan cómo puede ser su país sin violencia; es decir, aún no saben qué tanto les impactaría a sus negocios una Colombia en paz.

Únicamente el poderoso señor de la banca colombiana, don Luis Carlos Aval, saltó a decir que una reforma tributaria tal como está esbozada es altamente inconveniente “para el país”. Ojo, no para él sino para el país. Pero no comprende que Santos necesita plata; lo que no se sabe es si la necesita para crear más ministerios, más burocracia árida, onerosa e improductiva. O para organizar cumbres bobaliconas que no sirven para absolutamente nada. Porque a Jumpa pa´ manirroto no hay quién se la gane, dice la desdentada tía Empera…

Los políticos, unos alineados al lado de la mermelada y de los placeres que da el poder, y otros formaditos y bien peinaditos al lado de la oposición uribista y, los menos, ni en uno ni en otro bando a la espera de la mejor oportunidad para vender sus conciencias, no dan pie con bola y se la pasan inventando mkdas.  Dicho de otra manera, ninguno de ellos comprende que para que el país cambie ellos son los primeros que deben reconsiderar su manera de hacer política. O al menos bajarle un par de punticos a la corrupción.

De esta manera, los HP (Honorables Parlamentarios) se inventaron la fórmula mágica sacada por algún genio de pacotilla de la lámpara de algún Aladino ñoño y simplón: la Cátedra de la Paz. ¡Vaya disparate! Como si enseñar paz en las aulas de clase acabara con la infame corrupción, con la desigualdad social, con la injusticia; como si desapareciera como por encanto el alma de ladrones de nuestros dirigentes políticos. Y el presidente Santos sanciona la ley como si fuera la solución para ochenta años de violencia y corrupción. ¡Estólido!

Con la cátedra de la paz se construirán carreteras, túneles, escuelas, hospitales, vivienda social, acueductos; con la cátedra de la paz ya no se inundarán los municipios pobres cuando llega el inclemente invierno, se acaba el hambre, desparecen los atracadores. Con la cátedra de la paz los bogotanos recuperarán los billones que se robaron los angelitos Nule en colaboración con los arcángeles Moreno Rojas. Por medio de la cátedra de la paz se prohíbe llevar niños a la guerra, se acaban los violadores, los colombianos volverán a tener dignos servicios de salud, etc. Cuando un niño hambriento pida comida en su casa, su madre, la del niño, le dirá: cómo así, mijo, ¿luego en la escuela no le dieron la cátedra de la paz?

Cuando le leí la Ley 1732 del 1 de septiembre de 2014 (cátedra de la paz) a mi cegatón tío Anselmo el viejo se c… de la risa y casi le da un infarto de tanto reír. Ya le estaba pasando el ataque de hilaridad cuando llegué a los firmantes de la dichosa Ley: José David Name, Juan Fernando Cristo, Gina Parody; en este momento se le fue la respiración pero hubo que llamar la ambulancia cuando escuchó el nombre de Simón Gaviria. “Ahí están pintados nuestros genios”, dijo el cucho cuando se recuperó del todo. Bueno, en realidad dijo otra cosa, pero es impublicable.

La dificultad para lograr la paz no está, ni mucho menos, en las conversaciones de la Habana. Está en la manera simplona y majadera con que la alta dirigencia asume su papel. Porque un país en el que, por ejemplo, la imagen de la rama judicial del poder público está tan abajo – con mucha razón – no es país apto para la paz. En un país en el que hay tantos millones de pobres por debajo de la línea de la pobreza absoluta no puede florecer la paz. Una nación en que los intereses extranjeros están por encima de los nacionales no tiene méritos para gozar la paz.

El Excelentísimo señor presidente, Doctor Juan Manuel Santos, ávido de nominación al Nobel de Paz, también dio su aporte: les pidió a las FARC (por boca de una antigua militante, según se lee en las noticias) que “no acepten más niños para pelear su guerra”. Bienvenida la cátedra de la paz.

Otro punto que está en contra de la paz que todos los colombianos quieren – de eso no quepa la menor duda – es el lenguaje ordinario, soez, inculto y barriobajero que utilizan en los “debates” Iván Cepeda y los cepedistas, Álvaro Uribe y los uribistas. Esta es desde hace mucho tiempo una reyerta de verduleras que no tiene ni ton ni son. Enfrascarse en disputas estériles cargadas de odio y de venganza no es su trabajo y lo único que logran es deformar aun más la ya maltrecha imagen de Colombia en el exterior. Y tirarse el proceso. Por ese camino no se llega a la verdad sino a la guerra.

Todo esto para decir que la paz en Colombia sí es posible pero con unas condiciones que parecen imposibles: que tanto el Estado como la guerrilla acepten todo el daño que le han hecho a Colombia. Que dejen de dialogar y empiecen a negociar. Porque es muy pueril y cándido pensar que alguno de los dos va a ganar. Ambos han perdido en la guerra y ambos deben perder en la paz. Y con los dos, Colombia ha perdido mucho. Aceptarlo por todos los autores del conflicto es la única manera en que los colombianos ganan. Aunque cueste admitirlo, los dos tiene que ceder y mucho.

Colofón: escuchar al presidente Santos hablar en los foros internacionales causa estupor. Es como si se le fracturara una columna al magnífico Puente Pumarejo de Barranquilla y el mandatario quisiera pegarlo con pegastic. A esta guerra hay que ponerle seriedad, señor presidente…

 

 

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