El MERIDIANO 82

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Las convicciones de Oleg Sentsov

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Oleg Sentsov durante la audiencia en que fue condenado en Rostov del Don. / AFP

Acusado de planear atentados terroristas en Crimea, el cineasta Oleg Sentsov fue condenado a 20 años de prisión y enviado a una cárcel de máxima vigilancia. Su caso no es singular en un país donde la oposición a la tradición religiosa y política se traduce en condenas.

Por Juan David Torres Duarte

Algún día de 1933, quizá en una noche de invierno, el poeta ruso Osip Mandelstam fue a la casa del novelista Boris Pasternak. En medio de la regla de silencio impuesta por el régimen de Stalin, Mandelstam declamó esa noche una serie de versos a su amigo. Los versos, que describían al dictador, eran de esta suerte: “La más breve de las charlas / gravita, quejosa, al montañés del Kremlin. / Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos, / y sus palabras como pesados martillos, certeras.” Pasternak, conmocionado, debió de vigilar su entorno para verificar que nadie, nadie más, había escuchado la celeridad de ese verbo atrabiliario. De pronto, como impulsado por una fuerza vaga pero definida en su potencia, le dijo a Mandelstam con cierto tono fraternal: “Váyase de mi casa y no vuelva a declamar esos versos. Ni usted los dijo ni yo los escuché”.

Mandelstam murió, cinco años después, en un campo de concentración.

La rigidez draconiana del presidio, que minó la escasa salud de Mandelstam, resulta similar a la pena que deberá cumplir el cineasta Oleg Sentsov. Sentenciado el 25 de agosto a 20 años de prisión por “actividades terroristas” —que incluyen la intención de derribar con bombas caseras un monumento a Lenin—, Sentsov deberá ajustarse al control en la frecuencia con que recibe y envía correos, a una vigilancia constante y a un encierro voraz. Sentsov alcanzó a conocer la fama como director con Gamer, su película de 2012; la fiera intervención de los manifestantes en Kiev, en noviembre de 2013, lo desvió de su segundo filme. Desde entonces apoyaba a los ucranianos que desdeñaban a Rusia. Su afiliación costó: en mayo de 2014 fue capturado en Crimea, poco después de que esa región se anexara a Rusia.

Cuando el juez de Rostov del Don —suroeste de Rusia— emitió la condena, Sentsov sonrió y cantó el himno de Ucrania. Había negado ser parte del Sector Derecha, un partido político con ansias paramilitares al que justo acusan de haber lanzado una granada hace un mes frente al Parlamento de Ucrania. Desde su detención, Sentsov dijo que cada declaración suya era producto de una técnica antigua: la tortura. Dijo que quisieron violarlo. Dijo que lo golpearon. Quienes lo acusaban argumentaron una fachada maniquea: Sentsov era afecto al sadomasoquismo y dicha afición explicaba las heridas de su cuerpo. Cineastas como Wim Wenders y Pedro Almodóvar pidieron su liberación; organizaciones de derechos humanos rogaron por su libertad apelando a la falta de rigurosidad en su juicio.

La declaración de dos aparentes cómplices, también expuestos a métodos desgraciados, determinó su condena. Al final del juicio, Sentsov dijo: “Cuando te cubren la cabeza con un saco, te golpean, puedes en media hora olvidar en lo que crees y declarar todo lo que te piden. ¿Pero, de qué valen tus convicciones si no estás dispuesto a sufrir por ellas?”. Las convicciones, en el caso Sentsov, se reducen a declarar que Ucrania es una nación independiente de Rusia y que la anexión de Crimea es ilegal. Pero para la sociedad rusa, ciertas convicciones de diversa naturaleza pueden ser motivo de castigo severo si atacan a la religión —la iglesia ortodoxa está muy ligada al gobierno de su presidente, Vladimir Putin— y al patriotismo.

Como en los tiempos de Mandelstam, la negación del orden y el ataque a la tradición tienen nombres legales: hooliganismo, terrorismo, incitación al odio. Bajo esas figuras, la condena a Sentsov no se presenta como un caso aislado. En diciembre de 2013, dos integrantes de Pussy Riot, la banda de punk que eludió la seguridad de la iglesia Cristo Salvador de Moscú y cantó en el atrio un tema contra Putin y la iglesia ortodoxa, fueron liberadas después de más de año y medio de prisión en condiciones que evaden la diplomacia: de 16 a 17 horas de trabajo diarias, apenas un par de horas de sueño, castigo en medio del invierno.

Las dos condenas señalan, como escribió David Remnick en un reciente artículo en la revista The New Yorker, el cariz ideológico y casi religioso que está tomando la figura del poder ejecutivo en Rusia.  “Ávido lector sobre la Rusia zarista —escribe Remnick—, Putin estaba formando una visión más coherente de la historia y de su lugar en ella. Se identificaba más y más con el destino de Rusia. Así no fuera un ideólogo genuino, se convirtió en uno oportunista (…). Y ahora, en vez de nutrir las clases creativas y comerciantes de las grandes ciudades, se ha vuelto contra ellas. Las vilipendia en televisión; las ataca con restricciones, búsquedas, arrestos y términos selectivos de prisión. Se alió con los impulsos, prejuicios y hábitos más profundamente conservadores de la mayoría rusa”.

Aún más de dos décadas después de la caída de las repúblicas socialistas, Rusia lucha por olvidar su pasado comunista pero, al mismo tiempo, lo abraza como el objeto de un recuerdo nostálgico. La presencia de Rusia en Ucrania está signada, en buena parte, por las estatuas que aquí y allá se levantan en honor a las figuras del pasado soviético. Por eso, pretender la destrucción de una estatua de Lenin —una de las acusaciones esenciales contra Sentsov— es casi una forma de la blasfemia, porque en Rusia, justo en un tiempo de tránsito entre la república y una azarosa dictadura, las nociones de religión y política suelen confundirse. A Piotr Pavlensky, un artista plástico con un fuerte discurso político, lo acusan hoy de vandalismo por crear una hoguera en el centro de San Petersburgo como una metáfora flamígera que recordaba los días aciagos de la Plaza de la Independencia, en Kiev, cuando comenzó la revolución. En enero, dos artistas fueron enviados a la cárcel por 10 días. La causa fue simple aunque grave: rociaron con agua bendita el mausoleo de Lenin. En el proceso gritaron: “¡Levántate y anda!”. Una amiga cercana tuvo la osadía de decir que los encarcelaban sólo por echar agua y que el mausoleo, que contiene el cuerpo embalsamado del viejo líder soviético, también se moja cuando llueve.

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