El invitado

Publicado el castor131

Pitbull Vs. Pitbull

pitbull

El 8 de Septiembre de 2007 fue asesinado Julián Javier Prieto, guitarrista de la banda hardcore Pitbull. Su muerte fue interpretada por muchos apocalípticamente. Se decía que iba a haber una escalada de violencia entre distintos grupos contraculturales y que las cosas iban a estar calientes. La ciudad, para estos interpretes, iba a ser quemada y convertida en cenizas por jóvenes cuya vida había sido difícil y que querían un cambio radical, cualquier cambio radical, menos el partido Cambio Radical.
Los hechos fueron extraños. Uno de esos episodios en los que la fina capa entre ideología y poder está diluida. Por supuesto, la lectura apocalíptica ya no se puede creer. En ese momento tampoco. El poder de la contracultura Bogotana es demasiado bajo. Sobre todo en el marco de una violencia realmente poderosa, en la que esa capa de la que hablaba arriba ha sido llevada por completo al sector de lo simbólico.
Sin embargo, siempre es bueno imaginarse la quema de la ciudad. Por algún motivo, la escena atrajo a muchas personas de mi generación. Era una violencia redentora que purgaría todo mal. El último sueño de la exterminación final, por si quedan dudas. El último sueño nazi, por si quedan aún más dudas y así no lo quisiéramos ver así.
Por supuesto, lo que se quería era el momento histórico 0. En estos casos no se piensa nunca en la reconstrucción del estado o de la comunidad. Se piensa en ese instante que hace parte de la historia y se sale de ella, convirtiéndola en la nada.
Los últimos debates sobre Rock al Parque han estado centrados en el género del festival. Claro, el nombre del festival dice “rock” y esto sería suficiente para poner un límite preciso, pero vaya usted a definir lo que es eso. ¡Vaya hágalo! No sería una tarea fácil. En eso nos encontramos, flotando en un abismo, y quizá sea mejor. El debate es necesario pues se encuentra también en ese abismo. Mejor si no se encuentra la solución concreta y precisa.
El caso es que algunos fanáticos vieron en el cartel del día de hoy (día dedicado al metal y al hardcore) el nombre “Pitbull”. Muchos se horrorizaron. Pensaron que el festival ahora sí había perdido todos los estribos. Pensaban que el cantante reggaetonero de Miami iba a llegar al Simón Bolivar a cantar éxitos como “Hotel Room Service”. La confusión es absurda. No porque Pitbull no pueda estar en Rock al Parque o porque su género musical no cuadre (esto, ya lo deben saber, me tiene un poco sin cuidado), sino porque sería un gasto tremendo para el distrito.
Nadie podría creer que Pitbull fuera a tocar en Rock al Parque. Es un absurdo, una desproporción. Sin embargo, la gente lo pensó. Se empezaron a dar las críticas y hubo ciertas burlas gráficas que rondaron la web. Extraño. Muy extraño.
Y es que parece que hubiera habido una cierta esperanza de que en verdad el reggaetonero apareciera. Era un deseo cubierto por la negación y la crítica. Un sueño codificado bajo el lenguaje simple e instantáneo de los nuevos medios. El deseo existió, por supuesto, porque hubiera significado ese punto 0 de la historia. Los asistentes al festival no sólo hubieran sacado al artista del escenario, sino que hubieran destruido la tarima. Esa es la fantasía de la exterminación total y sus retorcidos coqueteos.

El 8 de Septiembre de 2007 fue asesinado Julián Javier Prieto, guitarrista de la banda hardcore Pitbull. Su muerte fue interpretada por muchos apocalípticamente. Se decía que iba a haber una escalada de violencia entre distintos grupos contraculturales y que las cosas iban a estar calientes. La ciudad, para estos interpretes, iba a ser quemada y convertida en cenizas por jóvenes cuya vida había sido difícil y que querían un cambio radical, cualquier cambio radical, menos el partido Cambio Radical.

Los hechos fueron extraños. Uno de esos episodios en los que la fina capa entre ideología y poder está diluida. Por supuesto, la lectura apocalíptica ya no se puede creer. En ese momento tampoco. El poder de la contracultura Bogotana es demasiado bajo. Sobre todo en el marco de una violencia realmente poderosa, en la que esa capa de la que hablaba arriba ha sido llevada por completo al sector de lo simbólico.

Sin embargo, siempre es bueno imaginarse la quema de la ciudad. Por algún motivo, la escena atrajo a muchas personas de mi generación. Era una violencia redentora que purgaría todo mal. El último sueño de la exterminación final, por si quedan dudas. El último sueño nazi, por si quedan aún más dudas y así no lo quisiéramos ver así.

Por supuesto, lo que se quería era el momento histórico 0. En estos casos no se piensa nunca en la reconstrucción del estado o de la comunidad. Se piensa en ese instante que hace parte de la historia y se sale de ella, convirtiéndola en la nada.

Los últimos debates sobre Rock al Parque han estado centrados en el género del festival. Claro, el nombre del festival dice “rock” y esto sería suficiente para poner un límite preciso, pero vaya usted a definir lo que es eso. ¡Vaya hágalo! No sería una tarea fácil. En eso nos encontramos, flotando en un abismo, y quizá sea mejor. El debate es necesario pues se encuentra también en ese abismo. Mejor si no se encuentra la solución concreta y precisa.

El caso es que algunos fanáticos vieron en el cartel del día de hoy (día dedicado al metal y al hardcore) el nombre “Pitbull”. Muchos se horrorizaron. Pensaron que el festival ahora sí había perdido todos los estribos. Pensaban que el cantante reggaetonero de Miami iba a llegar al Simón Bolivar a cantar éxitos como “Hotel Room Service”. La confusión es absurda. No porque Pitbull no pueda estar en Rock al Parque o porque su género musical no cuadre (esto, ya lo deben saber, me tiene un poco sin cuidado), sino porque sería un gasto tremendo para el distrito.

Nadie podría creer que Pitbull fuera a tocar en Rock al Parque. Es un absurdo, una desproporción. Sin embargo, la gente lo pensó. Se empezaron a dar las críticas y hubo ciertas burlas gráficas que rondaron la web. Extraño. Muy extraño.

Y es que parece que hubiera habido una cierta esperanza de que en verdad el reggaetonero apareciera. Era un deseo cubierto por la negación y la crítica. Un sueño codificado bajo el lenguaje simple e instantáneo de los nuevos medios. El deseo existió, por supuesto, porque hubiera significado ese punto 0 de la historia. Los asistentes al festival no sólo hubieran sacado al artista del escenario, sino que hubieran destruido la tarima. Esa es la fantasía de la exterminación total y sus retorcidos coqueteos.

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