El invitado

Publicado el Daniel Abril Ospina

De abadías y otros lugares oscuros

Creo con toda honestidad que se requiere de un ego colosal para pensar, tener siquiera la idea de que los actores sufrimos por no gustarle. Seriamente, señor Abad, me río. Y no me río para quedar en la categoría de los que usted llama los buenos teatreros, no faltaba más, porque tendría que saber usted un poco de teatro para que su clasificación me importara, digamos, aun cuando fuese un rábano.

Y creo que usted no sabe, porque va, o iba, al teatro a buscar lo que el teatro no le puede dar. Como usted poco entiende del tema quisiera que me permitiera intentar ilustrarlo, si existe la posibilidad de hacerlo. La pintura, por la que usted tal vez no sienta tanta fobia, tuvo su historia, un camino de hallazgos formales y conceptuales. En el renacimiento apareció la perspectiva y desde ahí, los esfuerzos por conquistar una imitación total del objeto, la mímesis absoluta. Así los autores flamencos produjeron bodegones exactos al original, los paisajistas y retratistas franceses hicieron lo propio; se había conquistado pues la realidad. Pero en el siglo XIX, tras estos alcances, y justo cuando aparecía la fotografía, los pintores se preocuparon menos por la fidelidad a lo representado y más por la representación en sí misma. Así un señor Cezanne empezó a ponerles bordes a las frutas, a los platos, a las montañas, a la gente; empezó a pensar el cuadro como una entidad en sí misma que no era deudora de la realidad representada más que como pretexto mismo para el acto de pintar, y vino otro señor, el de la oreja, que pintó nubes como le dio la gana, y después otros y otros que renunciaron, no por falta de habilidad o de talento a imitar lo que veían sino que pensaron en la pintura como medio y fin de su quehacer. Esa narrativa terminó dicen algunos, hace 50 años aproximadamente.

El ejemplo va a contarle que el teatro hace rato de dejó de querer imitar la vida tan cual es. Así como a la pintura le apareció la fotografía, al teatro le apareció el cine. ¿Tenían que dejar de pintar los pintores porque había aparecido un nuevo medio que hacía en segundos lo que el pintor tardaba meses? Si eso hubieran pensado los artistas, seres infames, hienas asustadas e inútiles, el siglo XX no habría conocido a Picasso, nos habríamos privado de los impresionistas, no habríamos experimentado lo que se siente al estar frente a un cuadro de Francis Bacon.

Usted dice que el teatro murió. Bueno, diga algo nuevo. Según Hegel hace un par de años deberíamos haber conmemorado una ceremonia por el bicentenario de la muerte del arte, pues hace más de dos siglos este señor dijo que el arte había muerto. Y después de él lo han dicho tantos, que honestamente lo tuyo es un periódico de ayer.

No sé que teatro tuvo que ver usted allá en su lejana infancia, y digo lejana sin saber cuantos abriles tenga, porque sus razones, parecen de hace marras. Pero en cualquier caso, quiero dejarle saber que el teatro que se hace en este siglo busca cosas distintas a las que busca el cine, y las vez las mismas, busca cosas distintas a las que busca la novela, y la vez las mismas, busca incluso cosas distintas a las que busca la pintura, y a la vez… El arte es uno solo, pero cada medio tiene su forma de hacerse poesía. Hay hoy montajes que buscan imitar la vida, así como existe hoy pintura hiper-realista. Y lo logran. Y es válido. ¿Usted ha llorado en cine? ¿Si, verdad? ¿por qué? ¿por qué llora usted frente una pantalla blanca que solo es un lienzo coloreado por unas luces proyectadas por un aparato, que desaparecerán en cuestión de minutos cuando finalice la proyección. Por qué llora si esos actores están tan lejos y hoy son más viejos más gordos y más feos, como usted, que hace 10 años cuando filmaron esa película. Usted llora como lo hacemos todos, porque queremos creer, porque nos dejamos llevar, porque nos entregamos y aceptamos que esa película es algo más que 24 cuadros de celuloide por segundo. Para amar el teatro, para amar lo que sea, hay que tenerse fe, dar por un querer la vida misma, sin morir, eso es cariño, no lo que hay en ti.Y de cualquier forma, el teatro va mucho más allá de la representación, si no quiere creer no crea, la mayoría del teatro que se hace hoy en día está dado más en función de la experiencia, del manejo poético del espacio, de las metáforas hechas imágenes, que de tratar de convencer a un fóbico de que el problema no es si él le gusta o no. Y se lo dice un ateo.

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