El Blog del Cerebro

Publicado el Virginia Rojas Albrieux

De las emociones y el cerebro a la salud y la enfermedad

Los patrones psicológicos que incorporamos, que en últimas conforman los rasgos de personalidad, pueden llevarnos a la enfermedad.3201829215_b94f0deeaa_m 

Los circuitos cerebrales, los sistemas que procesan las emociones y aquellos encargados del sistema nervioso autónomo, cardiovascular, hormonal e inmunológico, están unidos y se influyen de forma recíproca formando un gran súper sistema. De manera que cuando se reprimen las emociones o se está a merced de ellas –como en un ataque de ira– se hacen estragos al sistema nervioso, hormonal, inmunológico y en otros órganos como corazón e intestinos.

Dice un personaje de la película Manhattan, de Woody Allen: “Nunca me enojo. A cambio me crece un tumor”. Este comentario tragicómico canta una verdad a gritos: la del rol que desempeñan las emociones en el funcionamiento fisiológico del organismo. Es abundante la evidencia científica que confirma cómo las experiencias emocionales influyen profundamente sobre la salud y la enfermedad.

Los seres humanos somos criaturas biopsicosociales. El estatus de salud/enfermedad es reflejo de la relación con el mundo que se habita –esto incluye variables familiares, clase social, género, raza, momento político y entorno físico–.

Existe un sendero que va de las emociones estresantes, con frecuencia inconscientes, a la enfermedad física. Se ha estudiado cómo ciertos patrones emocionales –como la represión crónica de la rabia, un desbordante sentido del deber, una preocupación desmedida por las necesidades emocionales de otros mientras se ignoran las propias o la creencia conscientes o inconscientes como “soy responsable por cómo se sienten los demás” o “no debo decepcionarlos”– son característicos en individuos que padecen enfermedades crónicas: trastornos autoinmunes (por ejemplo artritis reumatoidea o colitis ulcerativa), psoriasis, esclerosis múltiple, esclerosis lateral miotrófica, párkinson, demencia, etc.

Las personas en general tienden a no estar conscientes de que el estrés que muchas veces se imponen constituye un factor de riesgo de enfermedades de toda clase. Este estrés viene en numerosas ocasiones de una necesidad de “demostrar”, de justificar el valor personal a través de los logros, cuánto ganamos, cuán exitosos somos, cuán fuertes, cuán responsables y la lista continúa…

Ahora bien, no se debe culpar a nadie por reprimir sus emociones o por no cuidar de sí mismo. Estos actos no son deliberados sino el producto de mecanismos o estrategias adaptativas que comienzan en la infancia temprana.

Tales dinámicas adoptadas durante los primeros años de vida pueden derivar en enfermedad y disfunción en la adultez.

La interacción entre la genética y las experiencias de la vida temprana moldean, literalmente, los circuitos del cerebro en desarrollo el cual es contundentemente influenciado por la sintonización o falta de ella, entre el adulto y el niño, sobre todo en los primeros años de vida. Los ajustes fisiológicos y psicológicos de corto plazo a los que recurrimos para sobrevivir en esta primera etapa tienen consecuencias de largo plazo sobre el aprendizaje, el comportamiento, la salud y la longevidad.

Las interacciones entre cerebro y cuerpo también determinan que las circunstancias y experiencias adversas durante la infancia temprana –incluso en útero– dejan no solo efectos psicológicos de largo plazo, sino que también pueden ser promotoras de enfermedad. Numerosos estudios demuestran que el sufrimiento de los primeros años de vida potencia muchísimas enfermedades, desde mentales, como depresión, psicosis o adicciones, hasta trastornos autoinmunes y cáncer.

Cuando se lidia con mucho estrés, el cuerpo se encargará de decirlo.

Las enfermedades son, rara vez, manifestaciones azarosas o aisladas. Un síntoma o una enfermedad es una oportunidad para meditar sobre lo que no está en equilibrio en la vida, sobre cómo las programaciones importadas de la infancia aún están afectando y deteriorando el bienestar físico y psicológico.

Sea esta la oportunidad para reflexionar acerca de si necesita ser más compasivo con usted mismo, darle una mirada honesta y meticulosa a sus patrones y programaciones, qué ajustes grandes o pequeños le convendría hacer en su vida, cómo se alimenta, cómo maneja sus emociones, si se siente pleno con su vida espiritual, o si mantiene integridad en sus relaciones.

Regalémonos diariamente aquello que tal vez nuestros padres quisieron darnos, y no siempre lo hicieron: atención de corazón, presencia y compasión.

Si quiere investigar más acerca de este tema:

When the Body says No, Gabor Maté, M.D.

The Body Keeps the Score, Bessel van der Kolk M.D.

The Developing Mind, Daniel Siegel, M.D.

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