Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

Una mirada a Nueva York

Cuando se viaja fuera del país; aunque se visiten lugares que ya conocíamos, hacemos inevitablemente una comparación con lo nuestro; y las cosas que son radicalmente distintas, bien sea porque siempre han sido así o porque han cambiado desde nuestra última visita, no dejan de sorprendernos. La mayoría de esas cosas que observamos y que llaman nuestra atención, pasan desapercibidas para quienes viven allí, porque ya se han acostumbrado a ellas, porque creen que así es como debe ser en todas partes, porque se imaginan que no tienen nada de especial o porque no conocen ni han imaginado algo distinto. Es la misma percepción que tenemos en Colombia cuando algún visitante nos pregunta sobre las razones por las que en nuestro país ciertas cosas son de una u otra manera; cosas a las que nosotros nos hemos acostumbrado y nos parece que son las correctas o las generalizadas en todas partes del mundo. Quiero precisamente compartir con los lectores algunas de esas percepciones personales, ahora que he vuelto a la ciudad de Nueva York, después de mucho tiempo. 

A mí siempre me ha parecido que por la forma de numeración de las calles y la distribución de éstas en el centro, la ciudad de Nueva York, al menos en Manhattan, guarda cierto parecido con Bogotá, cosa que no ocurre si la comparamos con ciudades europeas como Berlín o Madrid. Y precisamente por este parecido puedo identificar más fácilmente lo que sí hace una diferencia enorme: el metro. Así que uno se puede imaginar cómo sería Bogotá con un metro como el de Nueva York. 

Pero apartándome de estas grandes diferencias, he podido observar algunos cambios muy notorios, lo que no quiere decir que me parezcan todos buenos. Una muy marcada diferencia es el uso de las tarjetas en reemplazo del efectivo. A diferencia de países como Alemania, donde es todo lo contrario, en Nueva York hay lugares en los que ya no reciben efectivo y no me puedo imaginar cómo sobrevivir sin una tarjeta de crédito aquí. Esto tiene, por supuesto, algunas ventajas como por ejemplo el manejo de los precios para pagar el valor exacto, sin tener que buscar monedas, que siempre me ha parecido difícil en los Estados Unidos, pues las cosas nunca se indican con el impuesto, de tal manera que solo en el momento de pagar sabemos con certeza cuánto más hay que sumar, ya que tampoco todos los productos se gravan con el mismo impuesto (y también depende de cada estado). 

A diferencia de los españoles, los neoyorquinos no tienen ese culto por la comida, alrededor de la cual se charla, se comparte y se brinda; comúnmente el almuerzo no existe y lo que se consume al mediodía es solo para alimentarse y no para disfrutar; y me ha vuelto a impresionar la cantidad de personas obesas que hay en la ciudad de Nueva York. Seguramente hay un buen nivel de sobrealimentación o un mayor grado de consumo de alimentos no saludables que en el resto del mundo; además aquí prácticamente toda la comida se sirve en cantidades mayores y se desperdicia sin límite ni remordimiento alguno; un café pequeño ya es muy grande comparado con nuestras medidas; y no es raro que éste se consuma mientras se camina, porque definitivamente, tomar un café no es una buena excusa para charlar con los amigos. 

Contrario a lo que yo esperaba que hubiese cambiado, he observado un uso desmedido de plástico y desechables. Lo común es que en cada tienda se empaque lo adquirido en doble bolsa plástica y no se observa una actitud que permita creer que esto pueda cambiar en el futuro cercano, pues no parece haber conciencia en los neoyorquinos sobre la necesidad de proteger el medio ambiente. Como siempre que he venido a Nueva York, la cantidad de inmensas bolsas de basura en las calles (que son recogidas regularmente para mantener las calles limpias) me sigue impresionando, es un indicador evidente de la cantidad de basuras que se producen en esta inmensa ciudad.

Pero como mi estancia en Nueva York tiene que ver con un proyecto académico, también quiero compartir algo de lo que he podido observar en la Universidad de Columbia, como parte de las innovaciones universitarias.

Tal como está ocurriendo en las universidades colombianas, se observa frecuentemente a los estudiantes sentados en el piso y preferiblemente al aire libre en esta época del año que el clima lo permite, pero especialmente en torno a tomas eléctricas para conectar sus dispositivos electrónico. Las celdas solares son una solución a la demanda de conexiones al aire libre, como se ha venido instalando en algunas universidades.

Me ha llamado la atención la transformación de las bibliotecas; pues ya no están todos sus espacios dispuestos como salas de lectura solamente, con las tradicionales mesas y sillas para que el usuario lea en silencio, sino que han sido divididas para complacer diferentes perfiles y aunque algunos espacios siguen cumpliendo esta función, las bibliotecas se han venido especializando en atender los diferentes gustos de los estudiantes actuales; por ejemplo, la biblioteca de la escuela de educación de Columbia, una de las más grandes e importantes del mundo, tiene una sala para que los estudiantes trabajen en grupo y puedan hablar y discutir, también otra provista de cómodos sillones y sofás para descansar o para leer prácticamente acostado. También se han adecuado pequeñas salas para trabajo en grupo, dentro de la biblioteca, pero aisladas de ruido e interferencias externas. La biblioteca dispone hoy en día de algo muy importante también: un cuarto adecuado para que las estudiantes, madres de bebés, puedan amamantar a sus pequeños con absoluta tranquilidad.

Algunos de estos cambios también han sido introducidos en nuestras universidades colombianas, lo que a mi juicio tiene una interpretación positiva, más general, como es la de reconocer que los estudiantes no deben seguir todos el mismo modelo de estudio, de aprendizaje o de comportamiento para tener buen rendimiento académico.

Un importante efecto de tener residencias para estudiantes es la notoria actividad y uso de las bibliotecas un día domingo, por ejemplo. Naturalmente es más agradable ir a la biblioteca que quedarse en un cuarto compartido tratando de estudiar. 

Ahora bien, si me preguntan qué cosa me ha parecido innovadora, no tengo duda en señalar que me he “descrestado” (como decimos en Colombia) con la incorporación de máquinas de gimnasio en las bibliotecas; así por ejemplo, mientras se camina sobre un caminador eléctrico, el estudiante está leyendo un libro ubicado en un atril enfrente o programando en su computador. Sin duda una gran iniciativa que contribuye a hacer más placentera aún la permanencia en la biblioteca. Observo en general muchas acciones para que el concepto de biblioteca esté acorde con nuestro tiempo y siga siendo el lugar principal donde los estudiantes se congregan a estudiar.

Naturalmente, la Universidad de Columbia también ha logrado un bienestar envidiable para sus profesores gracias a las jugosas donaciones que recibe. He podido conocer por ejemplo, invitado por un colega a cenar en su residencia, uno de los magníficos apartamentos que la Universidad pone al servicio de sus profesores, en un lugar privilegiado de la ciudad. Programas similares existen en universidades de India, como en el IIT de Nueva Delhi, que además incluye residencias para profesores visitantes, al igual que en la Universidad Nacional de Seúl, en Corea, donde conocí un barrio de casas de profesores al interior del campus. 

Finalmente debo decir que una corta pasantía en una ciudad como Nueva York deja no solo el fruto de una investigación, también permite hacer comparaciones y valorar muchas de nuestras fortalezas, así como aprender de las capacidades foráneas que podemos introducir en nuestros campus para superar algunas de nuestras debilidades.

@MantillaIgnacio

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