Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

Nuestras carreras universitarias

Desde hace algunos años le he oído con atención al doctor José Félix Patiño, miembro del Consejo Superior de la Universidad Nacional, su propuesta de transformar la formación universitaria en los pregrados, introduciendo unos semestres que él denomina de “Estudios Generales” en todas nuestras carreras y en el caso de Medicina, afirma el doctor Patiño, estos deberían comprender los 4 primeros años. 

Por Estudios Generales se entiende una serie de asignaturas, seminarios, prácticas y todo tipo de actividades que comprenderían una formación general en áreas como matemáticas, literatura, filosofía, física, lenguas extranjeras, y en general áreas que contribuyen a la formación integral de todos nuestros profesionales y que ayudan al joven estudiante universitario que apenas inicia, a inclinarse con mayor conocimiento y seguridad por una carrera determinada.

La propuesta del Doctor Patiño está inspirada en el modelo universitario norteamericano y en su propia experiencia como médico egresado de la Universidad de Yale; también en su experiencia como profesor, como exministro y como exrector, recordado por haber llevado a cabo una reforma académico-administrativa importante en la década de los años sesenta del siglo pasado.

Aun cuando debo confesar que yo no comparto enteramente la propuesta,  hay en ella un elemento esencial que sí comparto, en el que me quiero concentrar en este corto artículo, y es la necesidad de incluir en la formación universitaria una componente académica y cultural mayor, más universal, más amplia, que complemente esa especialización temprana que tanto limita al egresado, restringiéndolo a desempeñarse única y exclusivamente en una pequeña parte de su propia disciplina e ignorando o desaprovechando las fortalezas que le ofrecen las demás áreas del conocimiento, como herramientas para su propio trabajo profesional.

La elección de una carrera frecuentemente está forzada por la ilusión de evadir cierta área que se aborreció en el colegio. En ocasiones ese rechazo a un área determinada, como sucede con las matemáticas por ejemplo, se motiva desde temprana edad por múltiples causas y en especial por la influencia del profesor que suele ser determinante. En efecto, la aceptación, el respeto, la admiración y la empatía con el profesor están en relación directa con el gusto por la materia a su cargo. Y los Estudios Generales son una excelente oportunidad para que el joven pueda descubrir que tiene un talento que no sospechó tener en un área que nunca le despertó interés alguno, en la que nunca quiso ni imaginó profundizar o también para reafirmar su rechazo a ella.

Pero tampoco creo conveniente, como lo propone el Doctor Patiño, dedicar mucho tiempo en la universidad para cursar unos Estudios Generales antes de inclinarse por una carrera o que estos ocupen toda la carga académica del estudiante al inicio de la carrera, pues es natural que los estudiantes quieran cursar cuanto antes asignaturas propias de su carrera; así que habría que buscar un equilibrio en los currículos. Y tampoco creo que esos Estudios Generales deban ser tantos, ni que deban realizarse al inicio enteramente; nada más provechoso que poder encontrar o descubrir las aplicaciones de otra área en la profesión elegida, cuando se está a punto de concluir la formación en la carrera, en algunos casos puede incluso motivar y orientar la elección de un posgrado en particular.

En la gran obra sobre Universitología que escribió el erudito sacerdote jesuita Alfonso Borrero Cabal, se menciona que en el origen mismo de las universidades, cuando se les incorpora el estudio de las artes liberales, allá por el siglo XII, se acude por ejemplo a un catálogo exhaustivo para la formación de arquitectos. En efecto, es interesante descubrir que la base curricular obligatoria de una carrera como arquitectura en la edad media se estableció a partir de los requisitos que impuso, desde la época de esplendor de Roma, el famoso arquitecto romano Marco Vitruvio Polión, quien decía: 

“Al arquitecto ha de formárselo en la geometría y el manejo del lápiz, el dibujo; que sepa de historia y haya seguido a los filósofos portaestandartes de la física y la óptica; que entienda la música y algún conocimiento tenga de la medicina; que haya explorado el campo de los juristas y esté bien informado de la astronomía y teoría de los cielos. La aritmética le será útil para calcular los costos y medidas de los edificios y los cánones aritméticos de la música. No será necesario al arquitecto ser un filólogo como Aristoxemus, pero tampoco un ignorante de la música; no un pintor como Apeles, sino, cual conviene, versado en el dibujo; no un escultor como lo fueron Mirón y Policletes, mas sí iniciado en las artes plásticas. No requiere el arquitecto ser un médico como Hipócrates, pero sí conocedor de los problemas que dicen con el clima y la salud”. 

Como se deduce de este ejemplo, ostentar un título significaba tener un vasto conocimiento, no sólo de la disciplina, sino conocer algo más de muchas otras áreas. Pero con el tiempo se ha reducido tanto y se pretende simplificar a tal punto la formación en las carreras universitarias actualmente, que hemos ido al otro extremo de suprimir prácticamente lo que no sea propio de la práctica profesional para la que se forma. A veces uno se pregunta si la caída de puentes, el desplome de edificios, los errores en las represas, los desaciertos en la economía, la precariedad en los cálculos actuariales o la pésima proyección en las pensiones por ejemplo, no será una señal de la ausencia de una formación más rigurosa de nuestros ingenieros, arquitectos o economistas en ciencias básicas. 

La falta de rigor en los cálculos, el desconocimiento de la lógica elemental, la ausencia de las cátedras de ética, así como el analfabetismo jurídico, advierten sobre la urgencia de incluir en los currículos algunas asignaturas y actividades académicas que contribuyan para tener egresados con un mejor perfil profesional en todas las carreras. 

Pero volviendo a los Estudios Generales, como lo expresa nuestra sabiduría popular: “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. En la última reforma académica que adelantamos en la Universidad Nacional se introdujo una componente flexible del 20% de los créditos académicos en todos los planes curriculares, dejando entonces en cabeza de profesores tutores la responsabilidad de orientar la elección de cursos de formación en otras áreas, diferentes a los obligatorios y electivos propios de cada carrera. La implementación no ha sido fácil, aún persiste alguna resistencia, pero abrigo la esperanza de que los resultados sean reconocidos a través de los egresados como evidentemente exitosos. 

  

@MantillaIgnacio

Comentarios