Don Ramón, psicología laboral

Publicado el ramon_chaux

¿Usted quien es?

¿Usted quien es?

“¿Yo? Bueno… Yo soy Ingeniero Industrial, trabajo para la empresa de Petróleos XYZ”. ¿Y Usted? “Yo soy cocinera, quiere que le prepare un cafecito?”.

Es tan frecuente confundir la identidad, nuestra identidad como seres humanos, con lo que hacemos, que este tipo de respuesta no es extraña para nadie.

Alguna vez en una entrevista de trabajo me pidieron que me presentara. Empecé a mencionar mis títulos y experiencia laboral y… ¡fui frenado en seco!: “eso ya lo tengo en la hoja de vida”. Me vi en aprietos para decir cosas que no fueran laborales. Le interesará que toco flauta? Que colecciono música? Que tengo un hijo? Que me gusta la fotografía? Que escribo en algunos medios sobre asuntos laborales? Que uso redes sociales, que me gusta internet, la televisión, que no bebo y que me divierto más en actividades de contemplación antes que en ruidosas reuniones sociales?

Detrás de esta elemental observación se esconde una importante conclusión: la profesión y el lugar donde lo hacemos tiene un peso importante dentro de nuestra identidad, dentro de lo que somos. Y eso no es nuevo: en la antigüedad los hombres eran conocidos por lo que hacían y gracias a eso no solo conseguían un lugar en la sociedad sino también su identidad y su prestigio: El herrero, el zapatero, el barbero, el granjero, médico, brujo, guerrero, soldado o curandero, todos ellos significaban estar en uno u otro lugar del escalafón social. Pero no solo ello. Su oficio y la persona eran uno solo y no se concebía el uno sin el otro.

No por poco algunos de los apellidos se generan en las profesiones de aquellas épocas: Sastre, Zapatero, Pastor, Herrero, Librero, incluyendo el Guerra y el Guerrero. Así, los clanes familiares y generaciones enteras dedicados a una única profesión eran frecuentes. El oficio era la identidad familiar, el sello que daba sentido al quehacer en la vida.

Los lectores pensarán que hoy en día esto ya no es así. Yo creo que es más frecuente de lo que pensamos. Veamos algunos ejemplos:

El caso más dramático es quizás, aquellas personas jubiladas, sanas, fuertes y vitales, ¡hasta el último día de su trabajo! Pero apenas unos pocos meses después de su retiro o pensión, lucen como personas envejecidas, son menos activas, sedentarias, solitarias y muchas veces, deprimidas. Pareciera que quitarle su trabajo, su identidad dentro de un grupo social fuera quitarle fuerza de la misma manera como el cabello de sansón.

Y es que mientras trabajamos “somos”, existimos, somos importantes y autosuficientes. Alguna profesora de mis tiempos de universidad, Floraba Cano, Premio nacional de psicología en Colombia hace ya varios años, solía decir que el trabajo era lo mismo que el juego a los niños. Es decir, no puede separarse uno del otro sin graves consecuencias.

Los consejos de viejos suelen recordar “primero el trabajo, antes que nada”. La situación se vuelve problemática cuando nuestro trabajo solo reporta dividendos y ganancias para el dueño de la compañía, pero casi ninguna satisfacción personal. Peor aún, cuando el trabajo solo es un medio para no morirse de hambre y procurarse los elementos mínimos para subsistir. Qué pasa con la identidad en estos casos?

El médico dirá orgulloso: “Soy médico”. Quien aprieta el botón que permite que la electricidad fluya a toda la ciudad, así tenga solo la “alienada” tarea de hundir un simple botón se sentirá orgulloso de que a través de su acción se beneficias cientos de miles de personas.

Normalmente la persona madruga para irse a su trabajo y regresa ya casi de noche, para preparar las cosas y salir a la mañana siguiente. Esto le deja poco espacio a la vida durante la semana laboral. El trabajo ocupa no solo gran parte de su tiempo activo sino que se adentra en sus entrañas formando parte de su identidad.

 Primera salvación

Una de las posibles salvaciones, cumplida en unos pocos afortunados, es que su ocupación u oficio coincida con las metas de su vida: el que siempre quiso ser médico y cumplió su sueño. Quien ama la fotografía y puede vivir de ella. Aquel que desde niño se sintió atraído por los animales y dedica su vida a la medicina veterinaria, el artista, el músico, el periodista y así con todos los hombres y mujeres cuya ocupación felizmente confluye con sus intereses.

La felicidad de las pequeñas cosas: La segunda salvación, más al alcance de casi todos los mortales, es no desprenderse nunca de esas pequeñas cosas que alimentan la vida: los juegos, el deporte, las aficiones, la familia, las ilusiones, los sueños jamás deben dejarse pisotear por una ocupación agobiante. Es usual aplazar hasta la jubilación o hasta la “independencia económica” que casi nunca llega a menos que pesquemos la lotería, esos pequeños placeres que nos da la vida.

Tenemos que esperar a ancianos para que ir de pesca? Será que nos podemos identificar igual con las pequeñas cosas antes que con los títulos, los diplomas y las altas responsabilidades en la empresa?

La palabra decisiva está al final de la vida, cuando nos preguntemos: ¿Valió la pena?

Cómo alguien dijo por allí: “La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja”.

La próxima vez que le pregunten quien es usted, busque un poco más adentro de los títulos y de las experiencias. Se sorprenderá de lo agradable que es encontrar adjetivos que no tengan que ver con diploma colgado en la pared.

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