Don Ramón, psicología laboral

Publicado el ramon_chaux

Días agobiados de oficina

 

Madrugas, tomas el bus, conduces o vas en bicicleta. Llegas al trabajo. Charlas con tus compañer@s mientras enciendes el PC y arreglas un poco el desorden de tu escritorio del día anterior. Vas por tu café mañanero y aprovechas para ir al baño, verte en el espejo (arreglarse la corbata o delinear de nuevo las cejas), peinarte o cepillarte los dientes.

Desde que llegaste ha pasado media hora.

Te sientas ahora sí, dispuesto(a) a iniciar la jornada. Empiezas revisando correos. Varios son publicidad, otros merecen ser aplazados. Respondes un par con asuntos de forma: “OK, de acuerdo” o “entendido. Revisaremos el caso”.

Ya son las 9 de la mañana.

A las 9:30 tienes reunión. Empiezas a arreglar todo, cierras el portátil y alistas las cosas: libreta, acta anterior y vas lentamente, dejando correr el tiempo mientras inicia el comité.

Son las 10 de la mañana. Plena reunión. Mientras el expositor habla con su presentación de Power Point, tu mente está en otro lado. “¿Seguirá enojada Sandra? Que estúpido(a) fui…”; “al medio día tengo que pagar el recibo de la tarjeta de crédito, no se me puede olvidar”; “que pereza, esta noche ir al gimnasio y anoche no dormí bien… a lo mejor llamo a Carolina y le digo que estoy enfermo(a)”.

“¿Oigan, le podemos bajar al aire acondicionado? ¡Me estoy congelando!”.

¡Caray, son las 11:30! Con razón tienes tenías hambre. Escribes por wasap a la persona con quien almuerzas y le preguntas a donde van a ir. “¿Trajiste almuerzo o vamos a salir?” . Entre las respuestas se mezcla uno que otro chisme, un par de chistes, una breve discusión si pizza o churrasco y al final, son las 12:00 PM. Hay que almorzar.

En esa hora, hora y media o incluso par de horas te sientes libre de esa mañana agobiada de trabajo. Alegría de poder salir a caminar, reírse a carcajadas, y en medio del almuerzo poder ver algo de las noticias por TV del restaurante.

El tiempo del almuerzo se va más rápido que el mismo lapso de tiempo cuando estás en el trabajo. Algo debe de haber imperfecto en el mecanismo de los relojes de todo el mundo, que corren más rápido en la hora del almuerzo que en el trabajo.

Vuelves al trabajo. Con hambre no se trabaja, y recién almorzado, un poco menos. Aun así sacas fuerzas no se sabe de dónde y revisas de nuevo tu correo y los mensajes sin leer han crecido de 15 a 32. Echas una mirada rápida y no hay ninguno que sea urgente de responder. Viste uno de la gerencia que abriste inmediatamente pero es un mensaje corporativo. El otro que abriste, de tu jefe, estaba dirigido a todo el departamento informando de la necesidad de llevar el registro de proveedores. Los únicos que no permitían aplazo en la respuesta no están dirigidos directamente a ti, lo cual es un motivo secreto de alivio…

Entre el café de la tarde, el desaliento post-almuerzo te dan las 4:00 pm. Empiezas a contar las horas para que lleguen las 6:00 PM. Y es aquí donde se duda de la imparcialidad de los relojes: ¿Por qué de 12:00 M a 2:00 Pm el tiempo corre tan rápido y de 4:00 Pm a 6:00 Pm lo hace como si fuera en muletas? Si alguien descubre esto habrá encontrado algo casi tan importante como la teoría de la relatividad.

Un par de llamadas telefónicas (una de trabajo y otra personal), algunas revisiones del correo (en vista previa porque sabes que los vas a responder mañana) y la visita a otra oficina cercana con la excusa de algún tema de trabajo. Así llegan las 5:40 PM, la hora en que ya no se atiende nada ni se recibe a nadie porque ya no hay forma (no por ganas, sino por falta física y real de tiempo).

Y es que el tiempo no alcanza para nada. Se acabó el día.

Llega un asunto importante que atender. Es urgente. “pero qué manera de llegar las cosas justo cuando se acaba el día”.

“Pilar, acuérdeme mañana a primera hora escribirle a X sobre este asunto. Dígale a Rosa que cuando llegue empiece a revisar el archivo a ver que encuentra de este tema”.

Los últimos minutos de la jornada laboral, moribunda, se van deshaciendo lo que se hizo en la mañana pero al revés: apagando el computador. Guardando lo que sacaste. Y de nuevo, matar esos 10 minutos entre el baño, una charla y par de pequeñas cosas más.

Faltando 5 minutos te acuerdas del compromiso del gimnasio. Usas ese tiempo, ya con todo en la mano, para escribir “Carola, hoy no puedo ir al gimnasio. Nos vemos mañana”.

 

Y así termina un día. Y estas cansado(a) y no sabes por qué.

 

Y tienes el sentimiento del deber cumplido. Y la seguridad completa de que al final de mes recibirás tu salario, aunque casi todo este gastado de antemano.

 

Tan comprometido el salario en cosas necesarias, aunque mucho se gasta también en cosas superfluas.

Lo mismo pasa con el tiempo.

 

Hasta pronto

 

Ramón Chaux

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