De ti habla la historia

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Panamá hoy siempre

 

A Son Almeida

Por: Jerónimo Carranza Bares

Raúl Castro es la mano derecha. Es joven cuando la revolución cayó en su hombro antes de la entrada de los grandes a La Habana. Es un ortodoxo desde su juventud y conduce el retorno de Cuba al sistema, sin dejarla como bagazo de caña. Obama es el emperador y la fuerza de América intentará estrechar con su historia la mano derecha del Líder y será así.

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Monumento conmemorativo del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 ubicado en la plaza de Bolívar del barrio de San Felipe. Foto: Jerónimo Carranza Barés

 

Una sonrisa me recuerda los tanques volando sobre el río de Cuito Cuanavale en el final de la Guerra Civil Angoleña y las voces que los cuentan uno por uno arder en fuego. Imagino sus pisadas largas y su mirada altiva en el tribunal de La Habana, su oriente de león desorbitado volando hasta África. Lanzó la muerte sobre sus cabezas a las tropas de la última nación sometida por el Apartheid en el siglo XX.  Algún día del oscuro pasado los reyes lo decidieron en secreto infalible. Almas perdidas. Y Los cubanos no lo iban a permitir.

El meteoro de Bolívar que removió la tierra, predijo hace siglos el paso de Corinto en el Nuevo Mundo. Al ocaso del puente de Las Américas se contempla el cinturón de piedra extraída de la obra del Canal. Atado a Naos y Flamenco, el islote de Perico saluda el cruce de los barcos en las puertas del Pacífico. La ciudad debe tener alrededor de dos millones de personas, desde el lado occidental del Canal de Panamá hasta los límites del corregimiento de Tocumen al este, en la ruta que conduce a la provincia de Darién. La Humanidad camina las calles.

En la ciudad y todo el país se encuentran las naciones colombiana, china, venezolana, norteamericana, española, dominicana, italiana, libanesa, alguna equivocación del destino y para reducirlo a todo hoy, mucha alma panameña, cómo no; de aquí de Darién, de Colón, y de allá de Espavé, almas vagabundas, hoy sí que todas unidas en la Cumbre de la Organización de los Estados Americanos.

Hugo Spadafora condujo la brigada Victoriano Lorenzo de voluntarios panameños del grupo Simón Bolívar, en apoyo a la lucha sandinista. No estaba lejos de Omar Torrijos, ni de la Revolución. Cuando Noriega llenaba de presos el islote de Perico, el cadáver del médico fue encontrado con cada hueso fracturado, reducido a una bolsa. Como el cuerpo de Galán el primero exhibido en la picota, en el istmo fue una llama que el viento del Norte apagó. No fue el soplo de un déspota.

La ciudad es pequeña y no son raras las protestas estudiantiles de la Escuela de Artes y Oficios y de la acogedora Universidad de Panamá. Agarran diez sillas viejas, cuatro llantas y les echan candela. Hasta dejan un carril y pasan volantes sobre las calamidades de la reciente ampliación de las esclusas de Balboa, lees un rato antes de que pasen las horas bajo el sol.

Panamá espera antes de la fiesta del fin de semana del gobernante Juan Carlos Varela. Hay dos portaviones en la bahía. No será el fantasma de Manuel Antonio Noriega, el general de la Guerra de los Mil Días, ni es el nieto que expira hoy después de 25 años  de cárcel  en la Florida luego de su caza asesina, para meterlo como un sapo debajo de la tierra. Este es un man que corre por el mundo antes de dispersarse los gases lacrimógenos en el crepúsculo, antes de que ardieran los techos bajo los aviones de los aeropuertos de la zona militar del canal en 1989.

Hay una pancarta del movimiento Victoriano Lorenzo, el general del ejército liberal que la firma de la paz del Wisconsin tendió su asesinato en 1903. Su presencia en los mil días de guerra fue auxilio de las tropas liberales del general Emiliano Herrera. El juicio sumario y artero de un conservador llamado Pedro Sicard Briceño ordenó fusilarlo sin darle sepultura en los arrabales de Santa Ana.  Es un guerrillero invicto.

Lo evocan en Penonomé, en los dominios de Victoriano y en el pueblo se guarda la foto en la que cuelga el sable que lució con el estado mayor del ejército liberal. La montaña de Coclé y la juventud latinoamericana tienen la luz de Victoriano Lorenzo. Los panameños quieren independencia antes de que el régimen proyectara su martirio. Antes de Lorenzo, Pedro Prestán alzó al pueblo de las calles de Aspinwall en 1885, pronto llamada Colón. Antes de que la muerte en las manos del coronel Rafael Reyes se lo llevase a la historia muda.

Obama y Raúl se dan la mano. No dirán que temen la vista de dos barcos en su rada. Son hijos de América, la juventud se observa entre las cadenas pesadas y rotas que se lanzan en las calles. Si estás acá no sabes cuándo volverán los treinta y cuatro presidentes de las sempiternas repúblicas y se mezcla la historia con la suerte del mundo.

La gente lo recuerda. América ofrenda hoy el espíritu de Bolívar en el corazón de Panamá. Se oye el golpe de las rejas, las que puso el Imperio a la Nación de esa mañana que fusilaron a Victoriano Lorenzo.

 

 

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