¿Usted es el otro o la otra?

Todos tenemos un lado oscuro y todos guardamos secretos, unos más oscuros que otros: los traumas de la infancia, el dinero mal habido, el cadáver en el armario o el amante debajo de la cama. Parece chiste pero es una anécdota. Pasa en las mejores familias y en las peores también. No todos los secretos se van a la tumba. A veces se van primero los amantes y los infieles. Nada produce tanto morbo como la crónica roja sobre crímenes pasionales, un término ya en desuso pero que hizo carrera en la prensa sensacionalista durante el siglo pasado.

Yo digo que las personas infieles no deberían casarse. ¡Nunca! Deberían andar libres por la vida, revolcándose aquí, allá, y quizás en el más allá, sin someter a sus víctimas a la tortura del engaño y los daños colaterales. Llevan una doble vida como quien lleva una doble contabilidad.  

Creo que se nace con el gen de la infidelidad y, del mismo modo, creo que hay personas biológicamente predispuestas a la monogamia sexual. Como dijo una amiga alguna vez sin sonrojarse: “En mi familia todos somos calientes”. Por supuesto, las calenturas de ella terminaron en una separación dolorosa, con chiros volando desde una ventana.

La infidelidad está escrita en el ADN. Los infieles nunca encuentran la horma de su zapato; por más buen sexo que les proporcione la pareja oficial, les gusta saltar de horma en horma. Nacieron para deshacer camas, no para tenderlas. Poseedores de un magnetismo sexual, les encanta la aventura, el descaro y el peligro. De adúlteros y adúlteras está plagada, deliciosamente, la literatura. ¿Quién no siguió los pasos de Emma, la Madame Bovary de Flaubert, y su final trágico, alejada de sus amantes?

Conocí a un político con 20 años de matrimonio infeliz y 10 de un amantazgo feliz. Después de consultar con su terapeuta, la esposa decidió comer callada “con tal de no perder los privilegios que ofrece un matrimonio económicamente estable”. Dichosos los terapeutas de pareja con licencia y sueldo para irrumpir en las intimidades ajenas ¡El trabajo que cualquier escritor de novelas románticas envidiaría!

En la región caribe colombiana muchas mujeres aceptan a las “queridas” del marido, incluso las hay que acogen con amor (o resignación) a los hijos extramatrimoniales. De eso habla Gabriel García Márquez en “Cien años de soledad” y de eso habla la escritora María Teresa Hinojosa en el libro “Memorias guajiras”.  Ella perdonó todas las infidelidades de Jaime, su marido, comprendió, con excesiva veneración, que se ama “en la infidelidad y en la fidelidad” y lo confrontó incluso en presencia de las “busconas”.   

“Yo ya lo había perdonado desde que abandonó a Griselda, ya lo había guardado en el libro del pasado y ahora lo estaba acompañando porque siempre he creído que mi responsabilidad matrimonial está en ayudarlo en la pobreza y en la riqueza, en la enfermedad y en la salud, e incluso cuando el DAS lo detenga por estar engendrando hijos en la calle a pesar de los siete que tenía conmigo”, confesó la poeta sanjuanera en sus memorias.

Si la infidelidad saliera en una prueba de sangre o una muestra de orina, ¡bendito fuera!, las lágrimas que se ahorraría el mundo. Pero la persona infiel lo negará todo y aun cuando los hechos y el lecho lo incriminen, alegará, como en las películas, que “no es lo que te imaginas”. Y no faltará la infiel que diga, cual político, que todo sucedió a sus espaldas. Insisto: Los infieles deberían ser declarados personas no aptas para el matrimonio.

Concuerdo con la posición liberal ¿y liberadora? del escritor Mario Mendoza:Yo he tenido serios inconvenientes para entender las relaciones desde el punto de vista posesivo (…) No me gusta encarcelar o enjaular a nadie pero tampoco me gusta ser propiedad privada de nadie. (…) Yo nunca he celado a nadie. Nunca he preguntado si la otra persona ha sido o no infiel, porque su infidelidad me tiene sin cuidado… (…) Yo amo desde la libertad. (…)  No tengo una manera de querer o de amar que signifique retener, poseer…”.

“La vida es corta, ten una aventura”. Con ese slogan nació la plataforma virtual “Ashley Madison” para encuentros sexuales entre casados. El sitio fue hackeado en 2015 y los datos privados de 37 millones de personas quedaron al descubierto.

Netflix acaba de estrenar el documental de tres episodios que cuentan los detalles desconocidos del escándalo, el drama personal de varios implicados o la historia de una pareja inmersa en relaciones abiertas. Suicidios, demandas millonarias, hombres engañados por bots y hasta la doble moral del creador del sitio son parte del menú. “Estas son las consecuencias de vivir de forma deshonesta”: le dice el guía espiritual a uno de los involucrados que da la cara, visiblemente arrepentido.

Ni los santos se salvan de la tentación de la carne. Dicen que San Agustín de Hipona le fue infiel a Dios y a la iglesia, y que su amante, Floria Emilia, le dio un hijo siendo él joven. “La vida es breve, demasiado breve”, le decía ella en sus cartas, que así lo cuenta el escritor Jostein Gaarder en el libro “Vita brevis”. Según la leyenda, la mujer reprendió con su misiva a Aurelio Agustín por cambiar el amor humano por un amor divino del que nada sabemos con certeza.  

Podemos tener una aventura o no tenerla, allá cada quien. Pero podemos hacer algo mejor: irnos del lado de la persona desamada en vez de causarle una humillación. Un dolor es mejor que dos. Una verdad temprana podría sanar más rápido que una traición que se alarga en el tiempo, del mismo modo que duelen menos, por así decir, las traiciones con desconocidos que con conocidos.

También están las parejas que perdonan la infidelidad y la vida sigue como si nada. Una mujer recibió las pruebas en video y el amor le alcanzó para olvidar el desliz. –¿Uno de cuántos?, le preguntaba su ofuscada familia. 

Caso parecido al de una compañera de oficina que se casó con quien fuera su mejor amigo. El tipo la engañó con la mejor amiga, ella lo perdonó y no mucho después le devolvió las atenciones, caldo de su propia medicina, aplicando la máxima: “La venganza es un plato que se sirve frío”. Hoy siguen juntos. Sin los bríos de sus mejores años, ya no buscan lo que no se les ha perdido. Se ríen recordando cuando él desenmascaró su romance en la oficina y quemó la ropa intima de ella en la calle, a la vista de todos, menos del tercero en discordia, que a esa hora pagaba escondederos. Sí, un auténtico novelón. Todo por no aguantarse el gustico.

Desde el New York Times, y apelando a la Biblia, la columnista B.D. McClay hizo un llamado en favor del celibato “para aprender a integrar mejor el deseo sexual en nuestras vidas”.

“En su primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo emite uno de los mandatos más conocidos del cristianismo, aunque uno de los menos observados: lo mejor es no casarse, y punto”, escribe.

Lo mismo piensa el narrador de “El amante de lady Chatterley”, la novela de D.H. Lawrence: “Muchos hombres y mujeres ganarán si se abstienen, y permanecen sexualmente solos y, por lo tanto puros (…) nuestra tarea, ahora, consiste en comprender la sexualidad (…) en materia sexual, el alma se halla atrasada”. Otra cosa piensa el papá de Constance, la protagonista: él la conmina a buscar un amante, ante el tedio de una vida al lado de un esposo impedido para las cuestiones de cama, tras regresar parapléjico de la guerra.

La próxima vez que queramos ser infieles, podemos pensar en las palabras de McClay: “Se puede aprender mucho sintiendo un deseo sin apresurarse a satisfacerlo”. O quedarse solo y comer a la carta, sin remordimientos.

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