Cinefilia y otras aberraciones audiovisuales

Publicado el tcorredor

Volver a significar.

En este momento no sabría a qué otra cosa atribuírselo más que a este “correcto” estilo del mundo que, con sus consecuentes miedos, ha logrado que al cine se le esté olvidando filmar el sexo. El de cuerpos comunes que seguramente para los estándares de idealización de la belleza que nos miden por estos días, resultan imperfectos; el de los que se aman o de quienes sin hacerlo, juntan sus pieles sin mediación de las proporciones y desempeños del porno. Ese sexo que, desde la masturbación a la penetración, desnuda el alma de las personas y personajes de ficción.

A esta ausencia del sexo en el cine se contrapone una creciente ola de sangre que, representada en un exagerado uso de la violencia explicita, parecería ser el único instrumento para revelar la humanidad. Aunque filmada por diferentes directores es una violencia repetida que, durante las proyecciones del Festival, llegó a sobrepasarme por el abuso que ya no la hace provocadora, perturbadora e incómoda para cuestionar, sino que cansa en una reiteración que la despoja de significado, de cualquier sentido, cuando golpeados con una guitarra eléctrica, a puños, con un gato hidráulico, una varilla y estrellados contra la pared, o contra una escultura; diferentes personajes de las películas seleccionadas en La Competencia Oficial terminan sin cara, destrozados y ahogados en su propia sangre. Todos, eso sí, muy bien filmados, pero ya ninguno, portador de algo verdadero.

Por fortuna, en esas caprichosas formas que adquieren las programaciones de un festival, ésta vez el cine, como el cristianismo en el que no logro creer, conformó una trinidad en la que el espíritu, el padre y el hijo llegaron encarnados por Ingmar Bergman, Jean Luc Godard y Lee Chang-dong.

Conmemorando el centenario de su nacimiento, Cannes Classics proyectó dos documentales sobre Ingmar Bergman que hicieron inevitable añorar, con algo de nostalgia, su devastadora forma de representar la violencia. Claro, las imágenes deben cambiar y es imposible filmar ahora tal y cómo él lo hacía. Pero recorrer esa obra fue recordar que la necesidad de sorprender ya dejó, al menos para mí, de habitar en esa sangre. Algo de esa nostalgia también recubre al Festival que elige una imagen de Pierrot Le Fou para su afiche. La misma película en la que Ferdinand pregunta: “¿Porqué te ves tan triste?” y Marianne responde: “Porque tu me hablas con palabras y yo te miro con sentimientos”, en un diálogo en el que Godard ya, hace 53 años, desarrollaba con las palabras que dejan de decir algo al repetirse de forma vacía, lo que hoy en su nueva película, Le Livre D´Image, consolida con las imágenes que caen en la misma desgracia de no significar.

Godard aparece de nuevo, a sus 87 años, para revolverlo todo y recordarnos que la respuesta a la pregunta ¿qué es el cine?, está muy lejos de cualquiera de esas definiciones fáciles que, bajo la tiranía de tener que contar historias y entretener, repiten de memoria personas como las que abandonaban la sala sin esperar el final de la proyección de su película, en el estreno y paso por Cannes. Una película que se extendió, de alguna manera, hasta otro ejercicio de realización en la rueda de prensa a la que Godard por supuesto no asistió personalmente y, respondiendo a todas las preguntas desde su casa en la pantalla de su celular, hacía otro de sus juegos del cine dentro del cine, de la imagen contenida en otra imagen a la que cada periodista que, abandonando su silla para hacer una fila frente al teléfono, consulta como a un oráculo que responde con una voz que parece convertirlo en el Alpha 60. Pero que, a diferencia de Alphaville, no drena la esperanza, sino que abre caminos para el cine llenos de ella.

La sangre volvió y llego al final de Burning, de Lee Chang-dong. Pero esta vez llena de belleza y significado en una violencia que se construyo humana y perfecta dentro de la más contundente de las películas que vi en este Festival. Una película que desde el desencanto y la frustración se hace una relación de amor, en la que el deseo crece y se hace un juego de sospechas entre un triángulo amoroso que, en un ritmo impecable, me recordó ese placer que produce la emoción de encontrarse con el cine, no solo con tantas películas. Una película larga que se hace corta y que, combatiendo el estilo del mundo, le vuelve a dar al sexo el bellísimo lugar que está perdiendo en el cine.

Tomás Corredor. Paris, mayo 19 de 2018

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