Cattagena

Publicado el teresitagoyenechep

La muerte del chico Tobón

*El pasado 15 de agosto, el asesor de seguridad ciudadana, Hugo Acero, declaró: «el problema de pandillas en Cartagena no es tan grave». Esta afirmación hizo parte de  las conclusiones que se desprendieron del foro “Análisis de alternativas para la solución de la problemática del conflicto urbano de jóvenes en Cartagena”. Durante el fin de semana siguiente al cierre del evento hubo tres asesinatos en la ciudad, y entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre hubo seis. Esta crónica, publicada el 16 de febrero en Domingo de El Universal, es un retrato de lo que pasa al interior de los 46 barrios que viven la violencia cartagenera.

En la sala donde me atienden hay una mesa de madera sobre la que hay una vela verde encendida y un vaso lleno de agua. El calor intenso del sol de mediodía y la tierra que se eleva del piso hacen que el sudor sea espeso y el aire irrespirable. Acerco mi mano al vaso para tomarme el agua y Jessica Tobón me frena con su delgado brazo trigueño. “Esa agua es para Luis Carlos”, dice. Sus grandes ojos negros miran cansados al piso y yo recuerdo donde estoy, a Luis Carlos lo mataron hace 6 días.

La familia Tobón llegó al barrio Nelson Mandela en 2009, al finalizar un éxodo por diferentes ciudades de la Costa Caribe. Fueron desplazados de su tierra en Santa Rosa al sur de Bolívar en 2006. Salieron huyendo de los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército, que para ese entonces había fortalecido las acciones en los Montes de María para recuperar la soberanía sobre esas tierras.

Cuando llegaron al barrio, construyeron una casa de madera sobre el suelo pelado en un pequeño terreno que pertenecía a un pariente. Montaron un taller y lavadero de carros, con el cual consiguieron el sustento para terminar de criar a los 4 hijos de José Hipólito, de los cuales, Luis Carlos era el menor y el único varón. El consentido.

Luis Carlos Tobón era guapo y muy masculino. Tenía una combinación de rasgos de su padre, oriundo de Risaralda, y de su madre, cartagenera de raza negra. No sabía leer y sólo era capaz de escribir su nombre, nunca le interesó aprender nada más. No le gustaba estudiar, prefería trabajar y hacer dinero. Desde niño se acostumbró a trabajar en la tierra con su familia y cuando llegó al barrio se convirtió  en mototaxista, con una moto que le compró su padre a tantas cuotas que hoy, 5 años después, sigue pagando.

Nelson Mandela es un barrio que nació como una invasión hace 20 años y fue creciendo progresivamente con la llegada de más y más desplazados que entraban a Cartagena por la carretera que va a Medellín, la cual colinda con el barrio.

En sus comienzos, era un asentamiento de casas hechas con bolsas plásticas y palos. Con el pasar del tiempo y varias etapas de transformación, que incluyen mafia por la electricidad, apoderamiento de espacios y construcción de jerarquías de gobernabilidad, entre otros, se ha convertido en una ciudadela de aproximadamente 40 mil habitantes dividida en 25 sectores, según cifras del Midas (Plataforma de la Alcaldía de Cartagena que agrupa cifras oficiales de la ciudad).  En Nelson Mandela todos han perdido algo: ya sea su casa, su dinero, su trabajo o incluso han tenido un familiar víctima de la violencia.

Los Tobón viven en el sector Francisco de Paula II, que queda al lado del sector Las Vegas y que termina justo en la entrada a la Invasión, uno de los sectores más miserables del barrio. Justo en ese lugar, haciendo su turno con la moto a las 4.30 de la mañana del 29 de enero, mataron a Luis Carlos.

José Hipólito, el padre de Luis Carlos, es un hombre blanco, con la piel dura y marrón por la exposición al sol, la tierra y la grasa de los carros que arregla. Está en sus sesenta pero parece mucho mayor: tiene una caja de dientes descolgada de la encía y la nariz desfigurada por un puño que le dio un borracho.

Estaba en casa cuando recibió la llamada de una de sus hijas, ya había salido el sol y corrió a buscar su hijo. Lo encontró desparramado sobre una mesa con dos tiros, ya sin vida. Por la forma como lo narra, pareciera que aún sintiera el cuerpo frío de su hijo en los brazos. Luis Carlos estaba rodeado de policías y vecinos que aseguraban no haber visto nada y luego ya todo terminó. Un velorio, un entierro y se acabó la novedad. O más bien, nunca fue una novedad.

Aunque no hay cifras exactas, se estima que en Nelson Mandela operan 11 pandillas que, según la percepción de los habitantes del barrio, muchas veces se disputan la autoridad con la Policía, haciendo su propia ley.

Me contó Rafa, un vecino del barrio, que hace algunas semanas había estado muy cerca de un asesinato, por lo cual pudo acercarse rápidamente una vez se fueron los asesinos. Cuando llegó, ya la policía estaba ahí, con su patrullada estacionada y rodeada de varios habitantes. La víctima seguía convulsionando en el piso mientras la policía hacía el papeleo de rutina para el levantamiento del cadáver.

“Monten a ese pelao a la patrulla y llévenlo a un hospital”, dijo Rafa. A lo cual, según recuerda Rafa, el policía contestó: “Para qué nos vamos a llevar eso, si ya eso está muerto”.

Para Rafa, varios de los niños que observaban la escena, más adelante pueden llegar a convertirse en el trágico protagonista de un hecho similar. Todos crecen siendo testigos de la indolencia y la impunidad, por lo cual terminan convirtiéndose en el cuerpo al que todos miran.

***
Luis Carlos siempre le pedía a Jessica que se arreglara como sus otras dos hermanas, pero a Jessica no le gustaba, ella prefería la sencillez, su pelo negro recogido, aretes pequeños y zapatos bajitos. Luis la hizo comprar unos tacones grandes que nunca se ponía porque le parecían incómodos.

El martes 28 de enero, día antes de su muerte, Luis Carlos la llevó a hacer una diligencia en el Sao. Como Jessica sabía que a su hermano le gustaba verla con esos zapatos y no tenía que caminar tanto porque iban en moto, se los puso para complacerlo. Cuando se bajaron, Jessica empezó a caminar y se sintió caminando sola. Entonces miró atrás y se encontró con su hermano viéndola con admiración. “¡Luis Carlos!” le gritó sonriendo y caminó hacia él para apoyarse en su hombro, le costaba maniobrar sobre esos zapatos.
Esa mirada… esa fue la última que tuvo Jessica de su hermano. Luego vino la muerte y luego viene el olvido.

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