Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Un chicle para adelgazar

Pronto, los avances de la ciencia resolverán el problema de la obesidad. Ser gordo se considera una enfermedad, con terribles consecuencias:

Los obesos adultos tienen dos veces y media mayor propensión a sufrir acidez, pues la grasa localizada en las vísceras sube estómago hasta un lugar inadecuado. La grasa visceral, más peligrosa que la subcutánea, dificultad la respiración; además, impide el correcto funcionamiento de otros órganos. Dolores en articulaciones, rodillas y tobillos son causados por el excesivo peso que deben soportar. Los químicos que producen las células de grasa dañan el sistema vascular del pene y del clítoris, causando disfunción sexual. La obesidad aumenta la propensión a sufrir un ataque cardiaco y a desarrollar diabetes. La pereza para moverse y la falta de actividad física exigente aumentan las posibilidades de sufrir cáncer de colon, de riñón y de esófago.

Ser gordo no se debe a falta de voluntad, como creen muchos flacos desinformados; significa sufrir una o varias de las múltiples causas que generan el sobrepeso: hormonales, mentales, metabólicas, de hábito, de desconocimiento e incluso de pobreza. El gordo come más porque es gordo, no es gordo porque coma más. Quizá lo peor que sufre la persona gorda es la discriminación, el desprecio y el maltrato social, que además llevan a la depresión. Estudios realizados sobre salarios muestran que a los gordos les pagan menos que a los flacos por el mismo oficio.

La parte del cerebro que regula el apetito es automática, no lo hace por deseo o voluntad, y se encuentra por fuera de nuestro control. Cuando estamos a dieta, el cuerpo baja su temperatura entre medio y un grado centígrado. Mantener la temperatura del cuerpo en 36.5 grados consume el 80 % de las calorías que necesita el cuerpo para sobrevivir, así que rebajarla solo en medio grado nos ahorra mucha energía. Por otro lado, comer menos de lo que necesitamos produce desaliento. El cerebro detecta la falta de azúcar y envía señales de ahorro que dicen: no te muevas, estás cansado. Los mecanismos para impedirnos perder peso son muy efectivos y más fuertes que la mayoría de las voluntades. El que ha estado a dieta por periodos largos sabe cómo el yo puede disociarse de la voluntad para hacerte comer.

Las anfetaminas o drogas parecidas a estas han sido los fármacos más usados para suprimir el apetito. Todas son peligrosas, adictivas y modifican a largo plazo la psiquis del consumidor, suben la presión arterial y pueden llevar al infarto.
Se habla de un descubrimiento que ha abierto esperanzas. Se trata dela hormona humana llamada PYY (hPYY). Las células del intestino la liberan cuando comemos o hacemos ejercicio. Entre más comamos, más cantidad de la hormona se produce. Una vez liberada pasa al torrente sanguíneo y de allí al hipotálamo, y así suprime el hambre. El hipotálamo se encuentra en el cerebro y es del tamaño de una almendra. Entre sus funciones principales están: regular el hambre, la sed, la temperatura del cuerpo y los ciclos de sueño. También se ha visto que existe correlación entre dormir poco y engordar.

Aplicar inyecciones de esta hormona reduce el apetito. Se han hecho experimentos con roedores, monos y humanos. El consumo de calorías baja un treinta por ciento.Pero el asunto no es tan sencillo como parece, pues las cadenas de aminoácidos son frágiles y se destruyen muchas veces antes de llegar al flujo sanguíneo. Sin embargo, parecen existir en la lengua receptores de PYY y podría pasar que mascar un chicle con hPYY produzca rápidamente la ansiada sensación de saciedad. Se prevé un futuro de flacos y super flacos que mascan chicle.

(leer mas en:http://www.scientificamerican.com/article.cfm?id=gumming-up-appetite)

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