Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Talleres de escritura

Cedo la palabra al profesor Antonio Vélez, nos comenta sobre Una triste radiografía

En un artículo reciente (El Espectador, noviembre 29 de 2015), Piedad Bonnett se muestra muy preocupada por el bajo nivel de escritura de los bachilleres y de muchos de los profesionales colombianos. Como a ella le ha tocado en varias ocasiones oficiar de jurado en concursos literarios, su decepción es mayúscula: “La lectura reciente de un número significativo de cuentos escritos por niños y jóvenes de primaria, bachillerato y universidad de todo el país, me lleva a ratificarme en un diagnóstico: el nivel de escritura de los estudiantes colombianos es pésimo. Un verdadero desastre. Y esto lo afirmo después de leer casi un centenar de cuentos ¡que son ya los elegidos como finalistas entre más de 30.000! Cómo serán los otros, me pregunto”.

La escritora se queja sin piedad de la ignorancia en materia de escritura del español: faltan tildes críticas, la puntuación es de locura, caótica, no parecen conocer la existencia del punto y coma, las preposiciones que usan no son las adecuadas. Añade Piedad que existe un menosprecio por el idioma y, más aún, por la corrección: repetición abusiva de ciertas palabras, manejo incorrecto de los tiempos verbales… Concluye así: “… varios años de llevarlos a cabo (los concursos literarios) nos ha revelado que la gran mayoría de los estudiantes colombianos, incluidos los universitarios, no tiene ni idea de escribir”.

Poco queda para discutirle a la escritora, y sus opiniones tienen mucho peso, pues es maestra en su oficio, una voz autorizada para quejarse del bajo nivel de los bachilleres y profesionales en estos menesteres del idioma. Pero, ¿dónde radica el problema? Dice Piedad que los estudiantes no muestran entusiasmo por el tema. Pero, digo yo, es que tampoco muestran entusiasmo por las matemáticas (más que entusiasmo, es rechazo lo que sienten), ni por la física, ni por la biología, ni por… Pero sí se muestran entusiasmados por el teléfono celular y por las tabletas; es un gusto natural, y no solo ocurre en Colombia: es universal, y no podemos cambiar estas inclinaciones naturales. Sin embargo, hay cosas que sí podemos cambiar: los programas de estudio, y esta tarea les corresponde a los colegios y al ministerio de educación.

¿Por qué los bachilleres no aprenden en el colegio a tocar piano?, pregunto. Es simple: porque no reciben clases de piano. Igualmente, no aprenden a escribir porque en el colegio no les dan clases de escritura. Se enseña literatura y gramática, sí, pero de esa manera no se aprende a escribir. Y aunque hay quejas del bajo nivel de los profesores, ellos  no son culpables del problema. Porque es necesario contar con talleres de escritura, pues solo allí se aprende ese oficio —un poco, al menos—. Porque sin escribir no se aprende a escribir, así como sin sentarse ante un piano y hacer ejercicios repetidos sobre el teclado no se convierte uno en pianista. No basta con clases verbales. Por tanto, si queremos que los jóvenes colombianos  escriban decentemente, el gobierno debe impulsar la creación de talleres de escritura, obligatorios para todos los bachilleres;  talleres en los que todos los estudiantes se vean obligados a escribir, y luego participar en la corrección de los mismos. Y deben dictarse durante varios años a lo largo del bachillerato. Ahora bien, no olvidemos que en las universidades también se nota el bajo nivel de escritura, de allí que escribir la tesis de grado se convierta en una tarea bien complicada. Por tanto… apreciados rectores…

En los talleres, algunos estudiantes  aprenderían a escribir el español con cierta corrección: aprenderían la ortografía, los problemas de estilo, a construir frases entendibles, a usar un vocabulario variado (Word trae los sinónimos al alcance del dedo), a convertir sus pensamientos en texto, a ponerlos por escrito. En fin, cometiendo errores y señalándolos se aprende a no cometerlos. Una actividad compleja solo se aprende en vivo y en directo, con sacrifico y cierto dolor. Y así deja huellas indelebles en el cerebro, y se asimila y se vuelve parte de uno.

Pero aclaremos: los talleres de escritura no van a producir escritores al por mayor. Solo unos pocos, los bien dotados para ese oficio, los que sienten pasión por la literatura, los creativos, los que tiene ideas e imaginación, podrán llegar a convertirse en escritores; el resto, como en todas las actividades humanas, se quedará en el piso intermedio: capaces de expresarse con mediana corrección, pero con claridad, que es lo mínimo que se les puede pedir. Se espera que terminen con un nivel decente de escritura, como se le exige a todo profesional. Y esto sería suficiente.

Puede añadirse algo: con el gusto natural de los jóvenes por los artefactos electrónicos, las tareas de los talleres de escritura podrían resultar atractivos para más de uno. Una debilidad que podríamos trocar en una fortaleza.

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