Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Qué hace un tiburón en un bar

Tomado de LA Times
Tomado de LA Times

¿Qué hace un tiburón en un bar? No digo, disecado y colgando en lo alto de una pared, como ha visto uno peces vela en la decoración de bares o restaurantes al lado del mar. No, este es un tiburón metido en un tanque de formol, uno más de los tiburones del artista inglés Damian Hirst, hace poco exhibido en el bar del resort The Palms Casino, en Las Vegas, Nevada.

La respuesta es: estar ahí para ser visto, traer consumidores al bar, subir el estatus del bar, crear una diferencia con los otros hoteles y casinos de Las Vegas al tener uno de los bienes que se llaman posicionales o marcadores de riqueza, que muestran la capacidad económica que tiene el que puede comprar lo que los demás no.

El famoso Joseph Beuys desplegaba sin cesar la bandera de que el arte debía acercarse a la vida, formar con esta una unidad, y al mismo tiempo involucrar la experimentación y la sencillez. Tres características que van en contra de lo que sentimos y evaluamos como artístico. El arte no se parece a la vida, el arte está por encima, se destaca, se impone, mientras que lo que percibimos como la vida es la norma, la rutina, lo común. El arte es algo que es especial, y para hacer de algo un asunto especial hay que perfeccionarlo, conocer el método, la técnica, y dominarlos. La experimentación es magnífica para llegar al arte, pero en la improvisación, y Fluxus (el grupo de Beuys) trataba la experimentación más con este significado, se hace más improbable llegar a los estándares de excelencia que el arte exige.

Por supuesto que un tiburón dentro de un tanque de formol es formalmente lo mismo que cualquier otro tiburón metido en un tanque de formol; todavía más impresionante sería meter una ballena azul, pero aquí es la firma del artista lo que vale. Sí, un intangible como la firma. La sicología humana es sensible al estatus, a la riqueza y al poder,  se deja engañar, y cree desde lo más profundo que en verdad ese tiburón, artísticamente hablando, es “distinto” de otros tiburones.

Como dice Paul Bloom, somos esencialistas. Pensamos que en los objetos queda algo de la historia del objeto (Bloom Paul, How pleasure works. The New Science of Why We Like What We Like. W.W. Norton & Company, Inc. 2010). Y agrega que la expectativa influencia todos los aspectos de la vida, hace parte del contexto. Si creamos expectativa obtendremos emoción; eso hacen los periódicos y las revistas: crear expectativa o, en este caso, preparar al espectador para enfrentar, no un tiburón, sino el famoso tiburón de Hirst, obra de arte del siglo XXI.

Hagamos un ejercicio hipotético. Imaginemos que en Las Vegas hay más de 500 tiburones dispuestos en tanques, en todos los bares y casinos, en la calle, en todas partes. La importancia del de Hirst desaparecería. A lo mejor preguntaríamos si se ve alguna diferencia con el del artista y ante la más probable respuesta de que no hay diferencia perderíamos el interés de verlo o lo veríamos como más de lo mismo. Porque otro aspecto de la sicología humana es que lo abundante vale mucho menos que lo escaso. Despreciamos lo que se da en abundancia y valoramos lo que es escaso o difícil de conseguir o demanda gastos o muchos recursos.

La obra famosa de Damian Hirst, del tiburón (La imposibilidad física de la muerte en la mente de un ser vivo), de 1991, se expuso en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, desde el 2007 hasta el 2010, y en la Tate Modern, de Londres, en el 2012. Pasó de los templos del arte a un bar (el del bar es un nuevo tiburón y el original tampoco es original, pues aquel se pudrió). Qué significa esto en términos del mundo del arte, se pregunta la escritora de arte y cultura para Los Angeles Times, Deborah Vankin: «¿Será que los objetos de la alta cultura se están mezclando con los de la baja cultura o cultura popular? ¿Hirst está de nuevo convirtiendo algo potencialmente esotérico en algo de la gente? ¿O será esto solo otro signo de la caída de las bellas artes en la comercialización? Y lo que es más importante aún: Más allá de las cuestiones éticas del uso de animales en el arte, la instalación de Hirst en el bar The Palms plantea interesantes preguntas filosóficas sobre el arte en general. ¿Qué constituye un espacio expositivo hoy, o que constituye el arte mismo, como en este caso?».

Para Hirst, los museos están muy buenos para los artistas muertos, mientras que en un bar la obra se siente viva. No está equivocado del todo: el museo es el contexto en el cual la obra gana la magia del arte gratuitamente, muchas veces sin que a la gente la obra la convenza de que es arte. Los museos se pueden equiparar al efecto placebo, que cura sin tener químicos para la curación. En el museo la obra se ve importante aunque no lo sea. La otra ventaja que ofrece el museo es la de preservar las obras, cuidarlas; además, que las puedan ver muchas más personas. Es magnífica idea que la gente tenga fácil acceso a las obras de arte. Es una buena idea poner el arte en los bares, en los restaurantes, en los templos y en las calles, y no es nada nuevo. En Las Vegas, en el restaurante Picasso, ubicado en el hotel Bellagio, se exhiben desde hace años muchas pinturas, y muy buenas, del pintor español.

Lo que hace la diferencia entre los objetos de la cultura popular y los objetos de la alta cultura es el criterio del observador. Cuando el objeto pasa los criterios artísticos-estéticos de la mayoría, se queda en la cultura popular; cuando pasa únicamente los criterios de los críticos y especialistas, se mueve al reino de las élites, pues necesitan un bagaje (experiencia y conocimiento) mayor para ser apreciados. Muchos artistas de las bellas artes se han movido hacia la cultura popular, por intereses comerciales. Y sí, las bellas artes, todas las artes, el mundo entero, ha caído en la comercialización, se rige por el dinero y el mercado.

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