Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Otra víctima del “delito” de ser gay

“Estoy muy enamorado de ti” fue el mensaje de texto que le costó la vida a Roger Jean -Claude Mbede, de 34 años. Por hacer explícita su homosexualidad fue encarcelado, como lo dictan las leyes de Camerún, y este encarcelamiento propició su muerte.

Las leyes homofóbicas que han regido en algunos países de África, en este caso bajo el mandato del presidente Paul Biya, consideran que el amor entre personas del mismo sexo es un crimen que debe ser castigado con cárcel.  En Uganda se está intentando aprobar una ley para que la homosexualidad sea castigada no con cárcel sino con pena de muerte.

Camerún, según Human Rights Watch, es el país donde más casos legales se presentan contra homosexuales, incluso, hace poco, un famoso activista líder de los derechos de los homosexuales fue torturado y asesinado.

Roger Jean -Claude Mbede fue detenido en marzo del 2011 y encarcelado un mes después. Por ese mensaje de texto recibió una pena de tres años. En julio de 2012, por motivos de salud, se le concedió libertad provisional; Mbede necesitaba tratamiento urgente para una hernia. No se conocen los detalles de su muerte, pero se sospecha que su familia, después de la cirugía, no le dio el apoyo que este necesitaba; en el fondo, lo preferían muerto. En la ignorancia, la familia estaba convencida de que se le podía dar un tratamiento para “curar” la homosexualidad. Cuando un periodista de derechos humanos fue a visitarlo, Mbede estaba en tan mal estado que no podía hablar ni tenerse de pie.

Las ideas de que la homosexualidad se adquiere o se puede “curar”, de que los homosexuales son moralmente inferiores, pecaminosos, peligrosos, violadores, y un sin fin de insensateces más, solo muestra ignorancia y atraso cultural. La ignorancia no es solo atrevida, es peligrosa y criminal, nos lo corrobora la historia con un inmenso número de ejemplos. Estas leyes no distan mucho de las de la inquisición; son legislaciones como la quema de brujas, con las mismas características.

Para tocar el tema con profundidad, considero pertinente traer al blog el ensayo realizado por el matemático y divulgador científico Antonio Vélez.

Gay, ¿flaqueza o naturaleza?

Se estima que cerca del 5% de los hombres son homosexuales, y que cerca del 2% de las mujeres son lesbianas. Una minoría. Y el hecho de ser minoría se constituye en una verdadera tragedia para muchos de ellos, porque a las minorías se las discrimina. El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell decía que a un hombre que se cree un huevo cocido se lo interna en un manicomio sólo por que está en minoría. Se explica, entonces, por qué a los homosexuales se los ha tildado de enfermos mentales. Algunos los consideran pervertidos, degenerados, dañados, entre otros juicios denigrantes.

Hasta finales del siglo XIX, en casi todos los códigos penales, la homosexualidad figuraba en la lista de delitos (en Colombia, hasta 1980). Con el florecimiento del sicoanálisis durante la primera mitad del siglo XX, lo que antes era un delito se convirtió en una enfermedad mental, y como tal, podía ser curada. Se ensayaron terapias de todo estilo, y aún se sigue utilizando la más común, el castigo físico. El fracaso ha sido siempre rotundo. En particular, el conductismo ofreció nuevas terapias para esa temida “enfermedad”, por medio del castigo y la recompensa. Una de las más bárbaras consistía en presentarle al sujeto un desnudo fotográfico de una persona del mismo sexo y aplicarle, en forma simultánea, una dolorosa descarga eléctrica. Debido a su total ineficacia, hoy ya nadie la usa. La misma ineficacia de la terapia sicoanalítica. Y la razón es clara: se ha olvidado el enorme poder de las fuerzas de natura. Es como si tratáramos de “curar” a un zurdo para convertirlo en diestro (y se intentó), por medio del látigo, o del diálogo.

Por fortuna, esos bárbaros tiempos han cambiado, y ahora la homosexualidad empieza a ser entendida, no como una enfermedad, ni como una degeneración, sino, más bien, como lo que es: una variante sexual. La realidad es que toda persona verdaderamente civilizada considera hoy que los individuos homosexuales están en igualdad de condiciones con los heterosexuales, si se los juzga por sus atributos intelectuales, y que son aptos para desempeñar los mismos oficios. Además, no existe diferencia al comparárselos con los heterosexuales en los aspectos morales, cuando éstos se entienden libres del lastre de los prejuicios religiosos.

Tesis ambientalistas

Por siglos se ha considerado que la homosexualidad es consecuencia de una educación equivocada, o que es inducida por circunstancias particulares del ambiente de crianza. El sicoanálisis, por su lado, atribuye la homosexualidad masculina a dificultades en las relaciones del niño con su entorno familiar, de tal modo que un padre ausente o una madre posesiva pueden desencadenar una orientación sexual inapropiada. El sicoanalista colombiano Hernando Bernal (revista La Hoja, abril, 1996) concibe así la génesis de esta conducta: “El joven ha estado apegado a su madre con una intensidad inusualmente grande. Con la pubertad llega el momento de sustituir a la madre por otra mujer. Sucede, entonces, que el joven no se desprende de su madre, sino que se identifica con ella y busca a quién amar y cuidar como lo hizo su madre con él”.

El doctor Bernal, como casi todos los que defienden las tesis ambientalistas, descarta de un plumazo las teorías biológicas, y atribuye la “culpabilidad” al mismo sujeto. Así escribe para la Hoja Metro (febrero 22, 1996): “Si bien hay teorías que piensan que la causa de la homosexualidad es orgánica –un gen que transmite la madre (¡un gen gay!), o un déficit en algún lugar del cerebro…, éstas sólo sirven para reforzar una posición irresponsable del sujeto homosexual, ya que encuentra en ellas la disculpa `fácil´ para explicar su condición: `soy gay porque nací así´…”

Además de la falta de argumentos en contra de una génesis orgánica para la conducta homosexual, Bernal acepta que ser gay es una falta que requiere disculpas, como si hubiese culpas, y tilda al homosexual de irresponsable. Harto desactualizada se encuentra esta posición, dado todo lo que hoy se conoce sobre la biología de la sexualidad, en particular, sobre el efecto de las hormonas prenatales en la futura orientación sexual del adulto, esto es, en la elección de su pareja, y dado el amplio conocimiento acumulado sobre las variables genéticas y sus efectos en la conformación de los sexos físico y sicológico. Además, se olvida que la homosexualidad es una variante que produce espontáneamente la misma naturaleza, sin que sea patrimonio exclusivo de nuestra especie.

Tesis biológica

Aunque hoy se sabe mucho sobre el desarrollo embrionario, es más lo que se ignora. Sin embargo, sobre el desarrollo sexual, en particular, se conocen algunos detalles que son básicos en la formación de los órganos sexuales y en la identidad sexual del futuro ser humano. Por ejemplo, hasta la sexta semana de la gestación, todos los varones presentan las mismas características anatómicas de las hembras. Pero a partir de ese momento se inicia una etapa crucial en la que el gen denominado SRY, situado en el cromosoma Y, toma el comando de las acciones que cambiarán la dirección inicial del proceso, femenina, en masculina. A continuación se activan otros genes relacionados con el sexo masculino y, si las condiciones bioquímicas del vientre materno son normales y si, además, la dotación genética no contiene mutaciones perturbadoras, el sujeto quedará más tarde convertido en un varón. Pero si por algún motivo se inhibe la acción de los andrógenos, la morfología y la sicología resultantes se conservan femeninas. Cuando el desarrollo embrionario marcha con normalidad, en la octava semana aparecen los testículos, y un mes más tarde comienza a distinguirse el pene. En la semana dieciséis, el pequeño varón tiene ya su sexo anatómico completamente definido.

Es importante señalar que el medio ambiente hormonal del embrión es responsable de que su cerebro se masculinice o feminice. Si está presente la testosterona, ésta circula por todo el torrente circulatorio y deja su impronta en el tejido cerebral, de tal suerte que se forman receptores específicos para dicha hormona en el hipotálamo y en otras zonas cerebrales. El efecto logrado por la testosterona es permanente, pues su acción es organizadora, efecto que más tarde se traducirá en características del comportamiento. En aquellos casos en los que el gen SRY presenta alguna anomalía apreciable, el proyecto de varón aborta y el sujeto conserva su condición femenina inicial. En otras palabras, puede obtenerse una mujer normal a partir de un proyecto abortado de hombre.

La nadadora norteamericana Marilyn Saville era, sin duda, una mujer muy bien definida en todos sus rasgos, a pesar de que sus células portaban los cromosomas XY, correspondientes a los varones. La atleta española María José Martínez Patiño luchó intensamente para que se la dejara competir con las damas en los Juegos Olímpicos de Barcelona, pues su dotación genética sexual era XY; sin embargo, en todos los demás aspectos era una mujer normal. Lo que ocurre en casos como estos es que si bien las hormonas masculinas pueden estar presentes, no existen receptores específicos para dichos compuestos; de ahí que las dos atletas fuesen anatómica y sicológicamente femeninas, con talla y musculatura correspondientes a su sexo aparente, exactamente como si el cromosoma Y no estuviese presente.

Las investigaciones sobre la incidencia de lo biológico en la orientación sexual, aunque todavía contienen puntos discutibles, permiten conjeturar, con múltiples argumentos, que además de los factores culturales, los orgánicos tienen una influencia notable, con seguridad mayor que los primeros. Y es de esperar que así sea, pues antes de nosotros poseer consciencia y cultura, pasamos en el devenir evolutivo por etapas zoológicas, durante las cuales las tesis ambientalistas pierden todo su valor. En el mundo animal cada individuo está programado genéticamente para lograr una correspondencia perfecta entre su anatomía, su sicología y su apetencia sexual. Este saber implícito le indica al animal si debe comportarse como macho o como hembra, y lo guía para que elija espontáneamente una pareja sexual acorde con su sexo físico.

Ahora bien, por ser el hombre una especie zoológica más, debe tener aún programado en su material genético las instrucciones que lo llevan espontáneamente a una correcta orientación sexual, pues la aparición de la especie humana es muy reciente, en términos evolutivos, y las instrucciones correspondientes no han tenido tiempo de desaparecer, ni ha existido razón alguna para que ello ocurra. Más aún, dado que la eficacia reproductiva es el determinante primordial del proceso evolutivo, la evolución tenderá obligatoriamente a producir cerebros que conserven la orientación sexual apropiada.

Se sabe que aquellos varones que, por causa de alguna irregularidad genética no produzcan testosterona en estado embrionario, resultan anatómica y sicológicamente feminizados. Asimismo, la carencia hormonal altera muchas veces la orientación sexual. De otro lado, la presencia de testosterona en un embrión femenino puede conducir a características físicas y sicológicas masculinas. A veces, por causas variadas, el medio ambiente hormonal del vientre materno no concuerda con el género del embrión, en cuyo caso puede quedar seriamente comprometida la correcta orientación sexual del futuro ser humano.

En estudios llevados a cabo con animales se ha observado que al aplicar determinadas hormonas en las hembras preñadas aumenta enormemente las probabilidades de obtener crías homosexuales. Por otro lado, si en forma temprana se castra a un animal o se le suministran ciertas drogas que inhiben la producción de la enzima aromatasa, los así tratados son atraídos por miembros de su mismo sexo. Si a las hembras se les suministra testosterona, algunas veces muestran comportamiento homosexual. En síntesis, la modificación del balance hormonal, sobre todo en animales muy jóvenes, tiene como efecto inmediato modificar las relaciones naturales de atracción entre sexos opuestos, lo que demuestra la enorme incidencia de los factores biológicos en el comportamiento sexual.

Cabe advertir que en múltiples ocasiones el sexo físico no está bien definido, lo que hace el problema de la identidad sexual aún más difícil. Es tan compleja a veces la separación de los sexos, que la genetista de la universidad de Brown, Anne Fausto-Sterling, no duda en proponer, además de los dos conocidos, la existencia de por lo menos tres sexos intermedios: los Herms (abreviatura de hermaphrodites), que comprende a aquellos individuos de composición cromosómica masculina, pero que tienen un ovario y un testículo, en la pubertad desarrollan los senos y, aunque tienen vagina y clítoris, no menstrúan; los Merms (de male hermaphrodites, o hermafroditas masculinos), subgrupo formado por individuos de composición cromosómica masculina, que poseen testículos y, no obstante presentar ciertos aspectos de la anatomía femenina, no tienen ovarios; por último, los Ferms (de female hermaphrodites, o hermafroditas femeninos), clase formada por aquellas personas que presentan ovarios, composición cromosómica femenina y, en ciertas oportunidades, útero, pero que también poseen algunos genitales masculinos, no siempre bien desarrollados.

El neurobiólogo norteamericano Simon LeVay (LeVay, 1994), investigador del Instituto Salk, ha encontrado diferencias anatómicas apreciables entre cerebros masculinos y femeninos. En investigaciones anteriores, realizadas por la neuróloga Laura S. Allen, en la universidad de California, se había observado que en los cerebros masculinos, una zona específica del hipotálamo, denominada NIHA3 y encargada de regular el comportamiento sexual de los varones, era por lo menos tres veces más voluminosa en los hombres que en las mujeres. Este resultado indujo a LeVay a sospechar que en esa misma zona podrían existir diferencias entre hombres homosexuales y heterosexuales. Para su experimento, el investigador examinó cortes cerebrales de 41 sujetos fallecidos, entre los cuales había 19 homosexuales masculinos, 16 varones heterosexuales y 6 mujeres heterosexuales. Pues bien, LeVay encontró que el NIHA3 de los sujetos homosexuales era más parecido, en tamaño, al de las mujeres, y que en los varones heterosexuales era entre dos y tres veces mayor que en los homosexuales.

En 1993, el doctor Reuter Dean Hamer informó en la revista Science que en 76 familias estudiadas, seleccionadas por haber en cada una de ellas un homosexual masculino, era mayor la proporción de gays que en la población general; asimismo, la desproporción mayor se daba en la línea femenina de las familias. Motivado por este descubrimiento, realizó un estudio del ADN de 40 pares de hermanos homosexuales. La investigación mostró que 33 de los pares (83%) compartían cierto segmento genético, localizado en el cromosoma X. Ahora bien, se sabe que los hermanos varones reciben al azar uno de los dos cromosomas X de la madre, por lo que se esperaba que, aproximadamente, el 50% de los pares de hermanos fuesen portadores del cromosoma mutado, contra el 83% observado.

Pero si el 83% de las parejas de hermanos homosexuales compartían el segmento cromosómico, era muy probable que en él residieran instrucciones relacionadas con la orientación sexual. Ahora bien, el hecho de pertenecer el segmento estudiado al cromosoma X explica por qué un rasgo desadaptativo, como lo es buscar el apareamiento con individuos del mismo género, se haya podido conservar durante generaciones. Dice un teorema de la teoría evolutiva, que todo rasgo desadaptativo tiende a desaparecer con el paso del tiempo, excepto si la característica negativa reside en uno de los cromosomas X de la madre, pues las deficiencias, si las hubiere, serán remediadas por el otro X, siempre presente en las hembras, pero ausentes en los varones.

El estudio de Hamer fue criticado por algunos colegas suyos, hecho que obligó al autor a emprender un segundo estudio, esta vez con veintitrés pares de hermanos homosexuales, en los cuales encontró que dos terceras partes, en vez de la mitad, como es lo usual entre hermanos, compartían el mismo segmento cromosómico ya señalado. En otra prueba más, el mismo equipo de investigadores examinó el cromosoma X en doce heterosexuales, hermanos de los homosexuales estudiados, y encontró que sólo una cuarta parte de ellos compartían la región sospechosa de homosexualidad, contra una mitad, valor esperado por simple herencia mendeliana.

A la luz de estos primeros experimentos, resulta muy probable que el segmento genético supuestamente comprometido con la orientación sexual desempeñe un papel importante, sin ser suficiente ni necesario para determinarla completamente. Que predispone, esto es, que propone, pero no siempre dispone. Y esto no tiene nada de extraño. Por ejemplo, se sabe que la diabetes está determinada por factores biológicos; sin embargo, se ha dado el caso de gemelos idénticos en los que uno solo sufre la enfermedad, no obstante poseer ambos la misma dotación genética. Esto prueba que, muchas veces, lo que se hereda no es más que, o bien una propensión, o una especie de fragilidad frente a los embates del entorno.

El lesbianismo, u homosexualidad femenina, ha sido poco estudiado. Además, curiosamente ha sido menos sancionado que la homosexualidad masculina, paradójica discriminación en una sociedad machista. Recientemente, con el fin de llenar este vacío, los profesores Denis McFadden y Edward Pasanen publicaron, en el Proceedings of the National Academy of Sciences, un estudio muy elaborado sobre el tema. Los investigadores sugieren que la exposición del feto femenino a hormonas masculinas durante la gestación aumenta notablemente la probabilidad del lesbianismo. Este fenómeno se presenta en forma natural cuando un feto hembra se desarrolla junto a un mellizo varón, cuya testosterona crea un ambiente hormonal común, predominantemente masculino.

Reflexiones finales

Como ha podido verse, las hormonas prenatales participan activamente en la conformación de las estructuras cerebrales, y éstas, más tarde, se manifiestan visiblemente como respuestas emocionales diferentes para los dos sexos, que actúan como recompensas inmediatas para orientar y facilitar el aprendizaje de las conductas sexuales. Todas las diferencias anatómicas y funcionales encontradas hasta el momento entre cerebros masculinos y femeninos, y otras que posiblemente se encontrarán más adelante, nos alientan a conjeturar que pueden existir personalidades o psicologías masculinas y femeninas, aún antes de que el influjo cultural haya tenido tiempo de entrar en acción.

Con el conocimiento disponible hasta el momento, sólo hay una conclusión definitiva: la conducta sexual humana es demasiado compleja para atribuírsela a un solo factor. Y aunque lo biológico tiene un peso enorme en la configuración de ese paquete complejo que llamamos sexualidad, considerar que lo determina completamente es caer en el mismo error de la posición ambiental. Hay que entender que en las especies superiores, los factores biológicos actúan sobre el comportamiento por medio de un potencial sicológico, que se manifiesta al ir madurando el cerebro del sujeto, y que lo orienta con preferencia en ciertas direcciones fijas, por medio de inclinaciones, apetencias, flaquezas, vocaciones y predisposiciones.

El potencial que modela lo sexual tiene que ser muy poco lábil frente a las cambiantes circunstancias que ofrece el entorno social, pues de él dependen la correcta orientación sexual y la asunción de los roles genéricos, elementos claves en el proceso evolutivo. La realidad es que, gracias a instrucciones muy precisas, escritas en el genoma humano, el 95% o más de las personas encuentra sin dificultad la orientación sexual apropiada. Si ésta dependiese sólo de las volubles condiciones del medio social que rodea al niño, como lo postulan las teorías ambientalistas, se esperaría un porcentaje de homosexuales muchísimo mayor. Porque si hay una característica que deba estar bien apuntalada por la naturaleza, ninguna como la orientación sexual. Lo cierto es que aquellos viejos imperativos sexuales, zoológicos, tienen que estar aún presentes, y desde las partes más primitivas e irracionales del cerebro deben de ejercer todavía su poderoso efecto, aunque en el ambiente soplen vientos contrarios.

Hay quienes creen que las condiciones sociales del mundo moderno han hecho que la homosexualidad vaya en aumento. Hay aquí un error de interpretación. Por un lado, el número de homosexuales sí ha crecido, pero se debe al aumento de la población, no al de la proporción; por el otro, gracias a los progresos en civilización logrados en los últimos decenios, el número de homosexuales que se atreve ahora a revelar su identidad es muchísimo mayor que antaño, sin que haya cambios en la proporción.

Algunos sicoanalistas argumentan que muchos de los varones homosexuales que asisten a terapia confiesan haber tenido escaso trato con el padre o haber mantenido relaciones muy difíciles con él. Esta observación, según teóricos del sicoanálisis, confirma la hipótesis en la que la ausencia del padre o una relación traumática con él son agentes poderosos en la génesis de la homosexualidad. Sin embargo, cabe otra explicación: la relación escasa o difícil con el padre no es la causa sino la consecuencia. Y es que muchos padres, apenas notan en sus hijos varones alguna inclinación femenina, ya en los juegos, ya en su comportamiento general, tratan por todos los medios de corregir lo que a sus ojos es una desviación, y en ese momento comienzan los enfrentamientos, o el distanciamiento.

La verdad es que la forma como se desarrolla nuestra sicología, masculina o femenina, no puede averiguarse consultando únicamente el entorno social. Tampoco es suficiente postular que una madre dominante o la presencia de un padre hostil y distante son los determinantes únicos de la homosexualidad. Esto no pasa de ser una indebida simplificación del problema, de la cual poco podemos esperar. La realidad es que los factores genéticos son los más importantes en la génesis de la homosexualidad, hasta el punto de lograr su cometido en el medio de crianza que fuere; sin embargo, las fuerzas del ambiente no pueden despreciarse, y menos aún cuando actúan en conjunción con un genoma propiciador. También es posible, aunque debe ser la excepción, que las circunstancias del entorno durante la niñez lleguen a ser tan críticas o traumáticas que ellas solas sean capaces de hacer cambiar de rumbo a la orientación sexual. Porque hasta en los adultos, las circunstancias ambientales pueden en cierto momento ser determinantes de la vida sexual. En las cárceles, por ejemplo, debido al confinamiento y a la privación sexual, aparece a veces la conducta homosexual, aún entre personas de orientación muy bien definida. E igual cosa, dicen, ocurre en los conventos y en los internados.

Si pensamos con sensatez, debemos reconocer que es demasiado temprano para hacer afirmaciones categóricas. A los investigadores de la conducta humana les corresponde averiguar la importancia relativa de los factores ambientales y biológicos. Pero, independientemente de los resultados futuros, lo más civilizado es afirmar que la homosexualidad no es ningún pecado, que sólo es una variante más de la fecunda naturaleza, y que los homosexuales tienen los mismos derechos de los heterosexuales, en particular, el derecho a organizar sus vidas de la manera que más felicidad les proporcione. Hablar en estos casos de culpabilidad, enfermedad, degeneración o perversidad, es volver a las tinieblas de la Edad Media.

“Gay: ¿flaqueza o naturaleza? Estudio crítico sobre la homosexualidad y sus orígenes”, La Hoja, Medellín, núm. 68, 1998.

Antonio Vélez M.

 

 

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