Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

No hay cama pa tanta gente

Ya somos casi 7.700.000 de personas; en palabras: siete mil setecientos millones de personas en el planeta. Cada año nacen alrededor de 130 millones y solo mueren 50 millones, así que la población crece en 70 millones cada año, pero ese número, a su vez, crece. Dejemos a un lado el problema del agua, el de las basuras y el más temible de todos, el del calentamiento global, y pensemos en las consecuencias leves de este crecimiento poblacional. Unas consecuencias que quienes hayan nacido en el siglo pasado y estén vivos hoy les ha tocado vivir: el problema de moverse en el espacio. Los autos y los aviones que trasportan gente de un lugar a otro ya no caben, y no es lo peor, además, contaminan el aire. Hoy en día, hordas de personas se movilizan permanentemente, y hasta el turismo ha crecido desproporcionadamente.

Somos tantos que, para conocer ciertos lugares, hay que comprar boletos con meses de anticipación. Hace quince años se podía llegar a las puertas de un museo europeo y hacer una corta fila. Hoy, para visitar muchos museos es necesario hacer reservas. Por ejemplo, para visitar la Alhambra, se debe comprar el boleto de entrada meses antes de ir, si uno se ha propuesto recorrerla. Para dormir en el hotel Grand Canyon Lodge – North Rim, en el norte del Cañón del Colorado, se debe entrar en una lista de espera al menos con un año de anticipación. Pero hay que entrar todos los días a la página de internet, a ver si hay cupo, para entrar en la lista de espera. Y en otros quince años, casi que desde el nacimiento, los padres de cada niño tendrán que comprar las entradas y pedir los permisos para que en el futuro este pueda ver o visitar ciertos lugares del mundo, y esperar a que llegue la hora y le toque su única oportunidad. Va a ser una cuestión de oportunidad.

Acaba de pasar el día de acción de gracias en Estados Unidos (en unos pocos años existirá en Colombia, pues copiamos todas las ideas que muevan el comercio). De hecho, ya existe la del viernes negro (idea copiada de gringolandia) y la movilización de gente fue descomunal. Los aeropuertos y las aerolíneas hacen cada día más cambios en sus protocolos para agilizar el tránsito masivo de pasajeros. Y los pasajeros tienen y tendrán que hacer más por ellos mismos cada día. El mundo deja a un lado a los viejos que no han aprendido a lidiar con la tecnología, pues los servicios se han ido automatizando y están enlazados con los teléfonos inteligentes. Se mecanizan los servicios: un aparato hace el ingreso de cada persona y una banda recibe las maletas. El pasajero debe conocer los distintos “lenguajes” de cada máquina y ser autosuficiente, pues ya no lo ayudará un empleado de la aerolínea, que bueno o malo en su cargo, trataría de entenderle. El pasajero deberá estar de antemano informado. El pasajero, en algunos lugares de USA, se encarga por sí mismo de depositar las maletas en la correcta banda trasportadora, claro, previamente las ha marcado adecuadamente, con las cintas que indican el lugar al cual se dirigen. El 88% de los aeropuertos en USA se han modernizado a estos métodos, pero dicen que en menos de tres años lo estarán todos. Cada día las aerolíneas cobran más por cualquier servicio personal. Por cada maleta hoy hay que pagar alrededor de treinta dólares, y por una segunda maleta, cuarenta dólares, y por una tercera el valor se sube a más de doscientos. La idea es desanimar al viajero de llevar incluso una maleta.

Las personas mayores tendrán que aprender a manejar muy bien sus teléfonos inteligentes. En realidad, los teléfonos serán los aparatos encargados de una gran parte del proceso. Estos van a tener que estar cargados con las App o software que indica el número de la sala de espera, y si hay demoras o cambios en los vuelos o itinerarios. Perder el teléfono ya es grave, pero en poco tiempo será como perder el yo.

965 millones de viajeros se movilizaron aéreamente el año pasado, en USA (algunos varias veces, muchas veces). Somos muchos y además muy activos e inquietos.

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