Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Llorar, sollozar o gemir

El primer gesto que hacemos en la vida después de respirar es llorar. De inmediato se comunican mamá y bebé: el bebé llora y la mamá responde al instante: socorre, abraza, alimenta y cuida a su bebé. En la infancia, se llora para pedir auxilio, se llora por hambre, dolor, incomodidad o para llamar la atención y recibir otros cuidados.

En la naturaleza, sin importar cuan alejados estemos de otras especies, reconocemos el llamado de auxilio y reaccionamos a él con una emoción de incomodidad, nos alerta, nos pone nerviosos. Ver un polluelo que se ha caído del nido piando nos perturba, no en gran medida, pero no nos deja indiferentes. Estamos muy lejos de las aves genéticamente y, sin embargo, reconocemos burdamente diferencias entre un canto de cortejo y un graznido de peligro. Los mamíferos entienden el llanto, el gemido de otros mamíferos. A estos, las llamadas de otras especies de mamíferos bebés les suenan muy parecidas. Los investigadores Susan Lingle, de la universidad de Winnipeg, y Tobias Riede, de la Midwestern University, descubrieron que los venados respondían  a una gran variedad de gritos infantiles de marmotas, murciélagos, focas, gatos domésticos, perros y seres humanos. Usaron altavoces para reproducir el llamado de focas bebés, en granjas canadienses, donde los herbívoros pastaban, y estos salían desesperadamente a buscar el origen del sonido. Focas y venados viven en hábitats muy distintos; sin embargo, la reacción de estrés de las mamás venados ante el sonido del llamado de la foca era como si se tratara de llamado de sus propios bebés.

La empatía surge por la similitud entre los gritos de la mayoría de los bebés mamíferos (los mamíferos no son sensibles al grito de las aves ni de los coyotes, los humanos sí lo somos). Los investigadores Lingle y Riede publicaron sus hallazgos en octubre de 2014, en la revista American Naturalist. Evolutivamente es conveniente que respondamos a estos llamados con velocidad, sin averiguar si se trata de nuestro bebé o el de otro mamífero, pues si hay un depredador en frente, sobrevivir depende de unos pocos segundos.

Los jóvenes y los adultos lloramos, y durante toda la vida mantenemos esta capacidad intacta. Las mujeres lloramos con una frecuencia cinco veces mayor que los hombres, y no hay que mirar estudios, nos lo muestra la experiencia. El llanto es una respuesta involuntaria a las emociones intensas, sobre todo a las negativas, pero también a las positivas (en las bodas, en los grados, al ganar en una competencia deportiva).

Llorar no solo puede convocar la ayuda de otros, también puede disuadir de que nos hagan daño. Llorar trae beneficios sociales y personales. Las lágrimas que brotan por causas emocionales, no a causa del polvo o por picar una cebolla, contienen un analgésico llamado Leucine Enkephalin que nos hace sentir mejor después de llorar. Cuando lo hacemos con intensidad muy emocionados, algunas lágrimas se drenan por conductillos ubicados en la comisura interna de los párpados, y de allí van al saco lagrimal. El conducto nasolagrimaldrena el líquido, en la parte posterior de la nariz, y por eso moqueamos al llorar; también, el ritmo cardiaco se acelera, sudamos, respiramos más despacio y sentimos un nudo en la garganta, como consecuencias de la alteración del sistema nervioso simpático. Somos la única especie conocida que llora, grita o gime con lágrimas.

Es muy difícil controlar el deseo de llorar. No siempre queremos llorar delante de otras personas, y muchas veces el hacerlo nos avergüenza. Porque no estábamos buscando atención, sino que simplemente no pudimos contenernos, lo cual nos hace sentir molestos, por la falta de autocontrol.

No puedo contener el deseo de contar la siguiente historia. Cuando mi hija tenía cinco años fuimos a ver Bambi, la película de Disney; claramente pensada para conmover. Mi hija prestaba atención silenciosamente. La miré de reojo, en la escena más triste, y vi que lloraba. Le dije suavemente ¿estás llorando? Entonces me respondió: No, mami, yo no estoy llorando, son mis ojos que lloran solos.

Los hombres lloran menos pues la testosterona suprime en gran medida el deseo de llorar. Cuando la testosterona baja, los hombres lloran con más frecuencia. No es por un “machismo” educado que a las mujeres no nos gustan los llorones, es porque en ello se revelan ciertas carencias que nosotras advertimos inconscientemente. No es que nos choque que un hombre llore en la situación adecuada, o que se muestre conmovido; eso nos gusta, lo que nos choca es el llorón que lo hace con frecuencia y que demuestra en ello falta de control sobre sus emociones. El llorón que chilla porque perdió un examen en la universidad o porque perdió un partido de futbol o porque un amigo le pegó un mínimo golpe produce desprecio y rechazo instintivo; por eso los padres previenen a sus hijos de no llorar fácilmente, saben con el instinto (la gente piensa, equivocadamente, que esto es de origen cultural, enseñado) que llorar no es sexy, que desinfla a las mujeres y crece sicológicamente a los hombres alrededor. Se ha comprobado que a los hombres se les baja el deseo sexual con el llanto femenino, este tampoco es sexy.

No se confundan hombres con un llanto cargado de palabras dramáticas, si la versión proviene de una mujer con tensión premenstrual, este es un llanto producto de la química cerebral, la mayoría de las veces muy desligado de la realidad. Llorar es dejar que las capas más hondas de nuestras emociones se hagan visibles. Hay algo de belleza en eso de mostrarnos vulnerables, hombres y mujeres, pero también hay en ello un cierto peligro. En la literatura inglesa del siglo 19 se hacía énfasis en el control de las emociones. En el siglo 21 se enfatiza lo contrario: tenemos miedo de controlarnos, pues creemos, sin ninguna certeza, que controlarnos enferma, y hasta produce cáncer. Se usa dar libre salida a las emociones, exhibirlas, hacerlas públicas, dizque para no estropear el libre desarrollo de la personalidad.

Comentarios