Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Algunas lecciones de Steven Pinker sobre cómo escribir bien

 

Al leer las recomendaciones  sobre cómo escribir bien que da Steven Pinker en su libro The Sense of Style (El sentido del estilo), se llega a la conclusión de que no es el uso, sino más bien el abuso de ciertas formas, lo que daña, empantana o hace pesada una lectura. Los grandes escritores se saltan todas las reglas, pueden hacer piruetas en el aire y dar saltos mortales, caer parados sin siquiera despeinarse; pero al común de los mortales nos conviene seguirlas. En algún momento de la vida hay que escribir, y es útil conocer sus sensatos consejos. Los ejemplos que se dan aquí no aparecen en el libro de Steven Pinker, tampoco los contraejemplos.

Usar el «estilo clásico»

El estilo clásico es un modelo mental en el cual el escritor simula tener una conversación con el lector. El escritor muestra o explica al lector algo que ve, piensa o nota; el lector debe idealmente experimentar lo mismo,  y hacerlo fácilmente, sin trabas. Entre el lector y el escritor se debe crear una relación de igualdad, como si estuvieran bajo el mismo suceso, viviendo lo mismo.  El estilo clásico se refiere a un inglés tradicional, sin maromas, con claridad, con conocimiento de las reglas sintácticas, sin demasiada jerga específica ni exceso de lenguaje abstracto.

Pinker recomienda no usar el estilo académico ni aunque el  público sea académico. Aconseja no usar terminología especializada, ni conceptos técnicos. Explica que en realidad no hay ninguna necesidad de hacerlo, y que es más una excusa para escribir mal. Los experimentos de cada campo específico se pueden describir, sin usar sus nombres. Muchas veces, la gente de la misma disciplina intelectual no los recuerda por sus nombres, así como tampoco muchos de los tecnicismos.

Empezar con fuerza

La mejor forma es evitar las fórmulas: Hace mucho tiempo… o, Desde sus orígenes, o, Desde el principio de los tiempos, la humanidad se ha preguntado por…  o, En los últimos años, un gran número de investigadores ha centrado su atención en el problema de … Cuando [Richard] Dawkins escribió: «Vamos a morir, y eso es lo que nos hace afortunados” comienza planteando una paradoja que nos despierta el interés, pues morir es algo horrible y ser afortunados es lo contrario; entonces queremos saber qué sigue, cómo es que va a resolver el asunto (este ejemplo sí aparece en el libro).

Los grandes escritores capturan al lector desde el primer párrafo. Así comienza Juan Rulfo en Nos han dado la tierra:

«Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza».

Y Jorge Luis Borges en El Aleph: «La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita».

Emplear algunos elementos de la poesía

Utilizar figuras retóricas, más comunes en la poesía, puede avivar la prosa. Un ejemplo de aliteración: «A las aladas almas de las rosas», de Miguel Hernández. De León de Greiff: «Con el rútilo azogue que rueda por su dorso».

Aunque en la mayoría de los casos se debe evitar la cacofonía, pues suena feo, en algunos casos puede dar énfasis a una idea: «Tres tristes tigres tragaban trigo en un trigal en tres tristes trastos».

De San Juan de la Cruz:

«Y déjame muriendo

un no sé qué que quedan balbuciendo».

Aunque siempre se aconseja no usar palabras innecesarias, los artistas encuentran la manera de darles un buen uso.  El Polisíndeton, también llamado Conjunción, es una figura retórica que consiste en la utilización de nexos innecesarios dentro de la oración.

De Juan Ramón Jiménez:

«Hay un palacio y un río y
un lago y un puente viejo,
y fuentes con musgo y hierba
alta y silencio… un silencio».

Cuando usted esté comparando algo en dos frases, Pinker aconseja dejar la misma estructura gramatical, de modo que el lector pueda centrarse en lo que difiere de un caso a otro.

Controlar el tiempo

El lector necesita recibir la información a un cierto ritmo. Como en las películas, es recomendable llegar a la idea sin ocuparle mucho tiempo al lector, con información irrelevante o secundaria. Cuando una oración posee un fragmento muy complicado, largo y lleno de detalles, se recomienda moverlo  para el final de la oración, así el lector no tendrá que guardar las ideas en la memoria hasta terminar la oración y descubrir de qué se trataba. Por ejemplo: Mauricio envió los dulces envenenados que llegaron por correo, en un paquete azul, a la policía. Esto exige más del lector que el siguiente orden: Mauricio envió a la policía los dulces envenenados, que llegaron por correo, en un paquete azul.

Sin embargo el siguiente ejemplo muestra como un gran escritor, Hermann Hesse, se demora para llegar al sujeto de la oración:

«Una alargada, blanca,

una suave, silenciosa

nube flota en el azul.

Baja tu mirada y siente

que feliz con frescor blanco

te arrastra entre azules sueños».

(Traducción Ricardo Bada).

De León de Greiff, diga el lector cuál es el sujeto de la oración:

«Leo Legris es el nombre que porta
-para esquivar el irónico gesto-
mi extravagancia, que, riendo, soporta
la burla, la estultez, y el elogio indigesto».

Todo no vale en la escritura, sobre todo si no se es un genio de esta

Cuando James Joyce escribió El Ulises, con pasajes largos sin puntuación y con una gramática muy laxa, lo hizo para lograr un efecto: el de asomarse a la conciencia de alguien. Él sabía lo que estaba haciendo. Pero si usted no es James Joyce ni Juan Rulfo ni García Márquez es mejor usar la puntuación sin hacer muchos experimentos y mantenerse dentro del «estilo clásico». Además, los lectores esperan encontrar una cierta gramática. Es fundamental poner atención al uso correcto de las palabras, no es lo mismo decir “literalmente”, que “figurativamente”.  La frase: Literalmente exploté significa una cosa muy distinta de figurativamente exploté.  No es lo mismo expirar que espirar. Una historia puede terminar así: espiró y expiró, pero no al revés.

Del Otoño del Patriarca, vuelvo a traerlo al blog (Vélez, Antonio), un fragmento en el que “todo vale”:

«García Márquez decidió experimentar con un nuevo tipo de narración, haciendo que el narrador se desplazase silenciosamente, sin solución de continuidad, confundiéndose en forma natural e insensible con cada uno de los personajes de la novela. El diálogo se transformó en un curioso multimonólogo, con intervenciones del narrador en tercera persona, tal como lo ilustra magníficamente el siguiente fragmento: «Y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice sino […] dicho sea sin el menor respeto mi general, pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y le di lo que nadie le ha dado […], aunque mejor no hablemos de eso mi general». La pluma mágica de García Márquez, el alquimista, logró que las retahílas que necesariamente se formaban no mostraran los empates ni las costuras, y el texto y los diálogos aparecieran claros y sin ninguna ambigüedad. La obra resultante quedó compacta y densa, y en cierto sentido optimizada, pues desaparecieron la hojarasca y los rellenos insulsos de dijo, exclamó, luego…»

Ideas absurdas que se han impuesto

Es mejor no abusar de las formas pasivas, (son un problema en el inglés, pero no lo son en el español) pero es bueno usarlas en casos donde la historia la requiere para no perder coherencia y llevar al lector con suavidad por la escena.  La mamá alimentó al bebé es una manera más directa de comunicar que el bebé fue alimentado por la mamá; sin embargo, a veces, cuando se está contando una historia cuya importancia está en la acción, no tenemos que decir, por ejemplo: el cocinero ha cocinado la carne perfectamente; es mejor dejar por fuera al cocinero, pues lo que realmente se desea  comunicar es que: la carne estaba perfectamente cocinada.

En español también se ha recomendado no utilizar los adverbios terminados en mente, ¿de dónde sale esta regla? Que dizque es preferible que no digamos: completamente, sino de manera completa, que no digamos, definitivamente, sino de manera definitiva. Esta es una de esas reglas que no tiene sentido. Algunos atribuyen esta moda a Gabo.

Se ha recomendado no comenzar las oraciones con conjunciones. Sin embargo, Pinker dice que no hay absolutamente nada malo en iniciar una oración con «y», «pero», «o», «también», «tan», o incluso «porque».

Hay una regla globalizadora: ninguna regla rígida debe cumplirse a ultranza. Las reglas gramaticales  se pueden violar, pero con estilo, con genialidades, con experiencia. Hay quienes saben violarlas. Para el principiante, las reglas son muy importantes, pues cuando las infringe, desnuda su novatada, y escribe simplemente mal.

 

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