Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La prohibición del aborto no es ética

tomado de: https://blogs.elespectador.com/wp-content/uploads/2015/11/se-deberia-incluir-un-curso-de-jpg_654x469.jpg

Curiosamente, los que están en contra del aborto durante las primeras semanas de gestación se consideran moralmente superiores al resto, y es lo contrario. Están cometiendo un acto de irresponsabilidad social, y además, un pecado de omisión frente a un tipo de tortura.

Una sociedad es más moral que otra cuando es capaz de reducir el sufrimiento de sus miembros, cuando es capaz de acabar con los valles de hambre y horror en los cuales viven muchos de ellos.  Una manera de reducir el sufrimiento es aprobando el aborto. Una sociedad no necesita que nazcan niños que no han sido deseados, que no van a disfrutar de educación, afecto, alimento suficiente o techo.

Un grupo de estudiantes de medicina contaba que, en la sala de partos de los hospitales públicos, lo más común es ver niñas de trece, catorce, quince y dieciséis años teniendo no el primer bebé, sino muchas veces el segundo, el tercero y hasta el quinto. La niña, la mayoría de las veces está desnutrida, hasta el punto de que los médicos no se explican cómo pudo llevar a término la gestación. Usualmente la mamá o la abuela la asisten. Cuando el hospital les proporciona el platico de comida se lo reparten entre las dos o entre las tres, pues el hambre es la única compañía fiel de sus vidas. Todo estudiante de medicina, que ha rotado en hospitales públicos, ha vivido cientos de veces esta triste situación.

El niño que sale de allí, sale usualmente a sufrir. Muchas veces la mamá no tiene ninguna madurez ni desarrollo emocional, espiritual, ni posee educación o recursos económicos para levantarlo. Por eso la jovencita ha quedado embarazada, porque a su vez ha carecido de acompañamiento, calor de hogar y educación; se ha criado sola, con la ayuda de nadie. El irresponsable papá brilla por su ausencia, o es, muchas veces, otro niño, otro joven inmaduro, en las mismas precarias condiciones de la futura madre. Estos son los casos comunes. Habrá niñas o jóvenes que quedan embarazadas y pueden ofrecer un techo, educación y alimentación a sus hijos, pero sus vidas, sus proyectos de educarse y de ser alguien, se ven trucados allí, por un error que un día cometieron. No falta el vengativo que le desea a esta niña el mal “y que pague por su culpa”. Pues no, no tiene por qué pagar por un error que tiene solución y que involucra a otro futuro ser humano; a veces, toda una familia va a sufrir por causa del nuevo nacido. Los jóvenes son más irresponsables que los adultos y necesitan más acompañamiento y comprensión que aquellos. Esa es la actitud de una sociedad moral, amorosa; lo opuesto a una sociedad inmoral y vengativa.

Por otro lado están quienes argumentan que un óvulo que se ha unido con un espermatozoide tiene de inmediato “alma”. Esta es una afirmación que no se puede demostrar y pertenece al reino de las creencias míticas. Como dice Antonio Vélez: “Otros alegan que el blastocisto es un ser humano, pero en potencia, y que por tanto debemos respetar su vida. A estos los refutamos con facilidad: toda célula de nuestro cuerpo también es un ser humano en potencia, un clon nuestro. Recordemos que la oveja Dolly fue creada a partir de una célula de la ubre de su madre. Ahora bien, para ser consecuentes con la idea de la potencialidad, deberíamos conservar en relicarios inviolables cada tumor o parte que los cirujanos retiren de nuestro cuerpo, o toda célula que se desprenda de nuestra piel, pues son portadores de nuestro genoma y, por tanto, en potencia son mellizos idénticos nuestros. En el polvo de nuestra casa, para no ir muy lejos, hay millones de copias de nuestro genoma, pedazos invisibles de piel regados por el suelo y de los cuales podríamos, disponiendo de una tecnología avanzada, obtener fotocopias exactas de nosotros mismos. Pero sin ningún respeto los pisamos y a la caneca de la basura van a parar con otros desperdicios”.

Existen 4.200 religiones vivas en el mundo, cada una con sus reglas, narrativas, explicaciones y prohibiciones. En una sociedad conviven cientos de personas de diferentes credos, así que el asunto del alma no se puede imponer como una verdad aplicable a todo el mundo. Si la religión no le permite abortar a sus fieles, estos deben obedecer, pero no tienen ningún derecho de imponer al resto sus creencias personales. Uno de los primeros pasos de una sociedad civilizada es el de separar las leyes de iglesia de las del estado.

Muchos estamos de acuerdo con Sam Harris cuando afirma: “Lo que podemos observar es que el dios de Abraham tiene el mismo estatus empírico de Poseidón. Y los libros que atestiguan su existencia, exhiben los mismos signos de haber sido improvisados por mortales ignorantes. Esto es todo lo que se necesita para juzgar el judaísmo, el cristianismo y el Islam, como cultos incorregibles que venden una mitología antigua”.

Por otra parte, uno de los problemas más grandes del planeta Tierra es la superpoblación. En 1700, el mundo era el hogar de unos 700 millones de humanos. En 1800 había 950 millones. En 1900 casi duplicamos este número: 1.600 millones. Y en 2000 lo cuadruplicamos hasta llegar a los 6.000 millones. En la actualidad hemos sobrepasado los 7.200 millones de sapiens (no tan sapiens). Si queremos detener la contaminación, la deforestación y la extinción de la fauna de este planeta tenemos que parar el crecimiento de la población, y el aborto no es la solución ni lo será, pero pone su cuota al menos en no aumentar el problema. Cada niño que nace es un depredador del planeta.

¿Que sea deseable hacer un aborto? No, nadie lo ha dicho, pues no lo es. En un mundo ideal las mujeres que no quieren quedar embarazadas sabrían, todas, como cuidarse; pero el mundo no es ideal y las soluciones no son idóneas tampoco. Es injusto e inmoral no dejar utilizar a quienes deseen o necesiten una solución que resuelve tantos problemas.

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