Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La importancia de ser capaces de maravillarnos

Sentir asombro, sentirnos maravillados, no es algo frecuente, es una emoción que rara vez tenemos, pero que casi todas las personas, desde la infancia, hemos experimentado. Los niños se maravillan con mayor facilidad que los adultos porque han sido expuestos a un número menor y menos variado de situaciones que producen asombro. Respecto a su muy limitado conjunto de experiencias guardadas en la memoria, muchas de ellas se pueden salir de lo esperado, dando lugar al asombro. Para maravillarnos, la experiencia debe sobrepasar nuestras expectativas, debemos recibir más de lo que esperábamos, y que esto se encuentre por fuera de lo imaginado.

El espectáculo del circo es asombroso para un niño; para un adulto, en cambio, puede ser repetido y hasta aburridor. Entre más viejos seamos, más resistentes nos volveremos al asombro, pues hemos vivido más, y las experiencias se empiezan a parecer unas a otras; estamos más acostumbrados a las extravagancias, escándalos y nuevos hallazgos de la cultura. Sentir asombro frente a los espectáculos que ofrece la naturaleza es siempre posible, pues estamos bien diseñados para responder a ellos: a una noche estrellada, a un intenso atardecer en el mar, frente a enormes cataratas, ríos anchos y turbulentos o árboles gigantes. El asombro también surge cuando nos enfrentamos a los más grandes logros de la ciencia o del arte.

Para el filósofo gringo Jesse Prinz, la mejor definición de asombro la dio el filósofo escocés Adam Smith en el siglo 18 cuando escribió: “El maravillarse surge cuando algo bastante nuevo y singular se presenta… [y] la memoria no puede hallar, en ninguno de sus departamentos, una imagen que se asemeje ni remotamente a esa extraña apariencia». Smith asoció la experiencia con sensaciones corporales específicas, como la de sentir que miramos fijamente para luego voltear los ojos, contener la respiración y sentir que el corazón se nos expande.

Los síntomas físicos de los que hablaba Adam Smith se podrían dividir en tres niveles: el sensorial, el integrador y el cognitivo, que da significado. En el sensorial comprometemos y aguzamos los sentidos: oído, vista y tacto. En el integrador, ensamblamos la información y la volvemos una unidad con sentido, en el cognitivo la evaluamos, y en este caso del asombro, nos quedamos perplejos, pues la experiencia es nueva y no se parece a ninguna otra que hayamos tenido antes, así que estamos desconcertados y no podemos abarcarla ni comprenderla ni acomodarla entre alguno de los parámetros de experiencias anteriores que nos permitan clasificarla. Nos implica reorganizar nuestra mente cognitivamente después de haberla tenido. Dejamos de respirar o tomamos aire, pues nos produce un congelamiento en las actividades mentales y físicas y deseamos quedarnos quietos, y entonces aparece una dimensión que podríamos llamar espiritual, que es la que nos incita a exclamar ¡oh! y reconocer, sin saber todavía la razón, que en esta experiencia hay algo especial que nos conmueve o “expande el corazón”.

Muchas veces en el asombro también sentimos que algo nos disminuye, que apreciamos como más grande que nosotros, que nos hace sentir insignificantes. El sicólogo de la Universidad de Berkeley, Dacher Keltner, cree que el sentimiento de asombro es muy importante socialmente. Sentirnos pequeños, insignificantes, nos dispone a cooperar y sentir compasión. Keltner asegura que en experimentos de laboratorio se ha registrado que después de haber experimentado una fuerte emoción de asombro se está más dispuesto a cooperar, a ser más generosos, compasivos y altruistas.

Para el experto en inteligencia artificial Marvin Minski el asombro y la belleza están para vencer la voluntad y el juicio, para hacernos abrir y aceptar algo nuevo sin poner objeciones ni hacer juicios, simplemente entregándonos a la nueva experiencia.

Dacher Keltner y sus colegas creen que el asombro es útil y necesario para la vida en comunidad, pues crea una especie de unión con los demás. En otros estudios de sicología sobre experimentar lo sublime a través de espectáculos de la naturaleza, como grandes paisajes,  noches estrelladas, árboles enormes o exuberantemente florecidos, se ha visto que aparece simultáneamente un sentimiento de humildad y de formar parte de algo más grande. Así que después de experimentar lo sublime se espera una disminución del narcisismo, así como de la atención centrada en el yo. Es posible que el compartir experiencias asombrosas con otras personas nos haga sentir que hay algo que nos une con ellas. La gente dice que en los grandes conciertos musicales la experiencia intensa de la música lleva a romper el individualismo y a sentirse amigo del extraño que baila a nuestro lado. Socialmente, puede ser de utilidad el usar mecanismos que haga sentir a extraños como pertenecientes a una misma familia, para luego unirse y salir a pelear o luchar por un objetivo común.

Determinar la función biológica de estas y otras emociones no es fácil, porque cumplen tan variados propósitos que es imposible descubrir el origen que les dio valor evolutivo. Pero podemos confiar en que ese valor evolutivo existe, pues la capacidad de maravillarnos es una emoción que sentimos importante y compartimos con todos los de nuestra especie.

 

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