Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La fascinación por los monstruos

Un monstruo es, dice la RAE, un ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie, un ser fantástico que causa espanto, una cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea, una persona o cosa muy fea, una persona muy cruel y perversa, una persona que en cualquier actividad excede en mucho las cualidades y aptitudes comunes.

Niño con progeria
Niño con progeria

Como somos seres visuales, la monstruosidad física es la que más fácilmente percibimos y la que más nos atrae o repele, al mismo tiempo. Si no estamos habituados a la deformidad que tenemos al frente,  nuestra respuesta emocional es un combinado de suma curiosidad, vergüenza, miedo y lástima. Ante los monstruos reales reaccionamos como niños: con emociones inocultables. Los sicólogos dicen que los monstruos alertan la amígdala, en el cerebro, para que nos enfrentemos a ellos, ya sea huyendo o peleando. Para un cerebro no educado, un monstruo humano es una especie de amenaza, de fiera, de peligro, como lo son un león, un tiburón o una serpiente. Ante lo desconocido “peligroso” debemos saber cómo reaccionar y rápidamente, pues de quedarnos pensando, nos come el tigre.

Hombre lobo
Hombre lobo

Vale la pena saber que el cerebro hace promedios todo el tiempo, aunque no lo notemos. Cada vez que decimos que una persona es muy alta, o es gorda, o bajita, o fea, o bella, estamos revelando las variaciones que “notamos” respecto a nuestras propias reglas, a nuestros propios promedios. Para los romanos, Cleopatra era fea y narizona; para los egipcios era bellísima. Porque los romanos no estaban acostumbrados a ese tipo de nariz. En China, las caras angulares pueden verse demasiado extrañas, pues las caras promedios de ellos son más planas y redondas. Los perros salchichas nos parecen paticorticos, pues los comparamos con los demás perros. Pero el cerebro no solo hace promedios, también tiende “naturalmente” a rechazar las diferencias grandes. La xenofobia es una muestra de esta tendencia. No nos gustan los grupos humanos que son distintos del nuestro. Pero, afortunadamente esta tendencia se puede corregir con educación y con habituación. Una vez entendamos que esas diferencias no tienen importancia, que no son amenazadoras, que las minorías, por serlo, no dejan de tener los mismos derechos que las mayorías, una vez convivimos desde pequeños con todo tipo de personas, el sentimiento negativo se desvanece. Mucha civilización se necesita para aceptar las minorías, para educar la naturaleza humana y sacar de ella los mejores ángeles que llevamos dentro, y no dejar que los peores demonios que también llevamos dentro nos dominen.

Hombre elefante
Hombre elefante

Porque nos hemos civilizado, cada vez aceptamos con más dificultad los circos con animales (prisioneros), y ni qué decir los circos con personas monstruosas. Hasta hace poco, en el circo de “monstruos” se exhibían, para risa, miedo, burla y sorpresa, al enano, al hombre elefante, a la mujer barbada, el fortachón, a los siameses o gemelos unidos por alguna parte del cuerpo, a las personas con seis dedos o sin brazos ni piernas, al hombre lobo, por peludo, al niño viejo: un pobre enfermo de progeria, etcétera. Los  circos están siendo reemplazados por programas de televisión, seudocientíficos, que en últimas hacen lo mismo: satisfacen la curiosidad humana por los monstruos. Tan fascinados seguimos, que en Halloween la gente adorna sus casas con monstruos, calaveras y todo tipo de seres que den miedo. Y los adolescentes van al cine, a ver variaciones de la misma idea, se llamen muertos vivientes, Chucky, demonios, zombis, hombres lobo. En el circo, los animales han sido entrenados a látigo para realizar proezas “humanoides”, y esto es un horror que debe terminar: los elefantes no tienen ni deben aprender a pintar, ni los tigres pasar por aros con fuego, ni las ballenas y delfines bailar en el agua y en el aire. No respetamos a los animales y la principal razón de este abuso radica en que no sabemos cómo medir su dolor, no sabemos cuánto sufren al hacer lo que los ponemos a hacer: aprendiendo las tonterías humanoides que nos fascina verlos ejecutar. En la medida en que la ciencia nos permita conocer y entender la sicología animal, nuestro respeto aumentará. En la medida en que la ciencia nos permita entender las desviaciones genéticas, nuestra compasión aumentará.

Y saber que la mayoría de las monstruosidades dependen de una mínima variación genética. Una pequeña mutación en un gen y tenemos un ser irreconocible como humano. Y más difíciles de identificar son los monstruos del espíritu, por geniales, por perversos o por tiranos. Hitler; Garavito, el violador y asesino de niños colombiano; Einstein, Newton, Gandhi son desviaciones de la norma, para bien o para mal.

Una nota curiosa: no solo los humanos decoramos la casa con monstruos. Existe un ave, el alcaudón real, que hace algo terrorífico en términos humanos: caza sus presas y las empala en las espinas de los cactus. Estas mueren lentamente al sol. El ave, poco a poco las va devorando, desgarrando la carne y separando las partes duras; sin proponérselo crea un verdadero escenario de horror.

craneo de un lagarto, obra del alcaudón real
craneo de un lagarto, obra del alcaudón real

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